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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de Rustam Raza. Una epopeya napoleónica de bolsillo (1783-1845)

Por Carlos Rilova Jericó

paillot_de_montalbert_roustam_raza_1806Hacía tiempo que tenía pendiente escribir este artículo. Todo empezó este verano mientras esperaba que llegase la hora para dirigir una visita guiada sobre las guerras napoleónicas y me puse a releer en mi despacho viejas revistas de Historia francesas que tenía entre mis lecturas pendientes.

Encontré así a Rustam Raza en el número 1 de “Historia”, publicado el 1 de marzo de 1984. Ahí Pierre Miquel, académico francés dotado con el talento -habitual en esas latitudes- de divulgar su profesión -la Historia- con un rigor y una amenidad dignas de ser más imitadas, describía a los que llamaba “harkis” del emperador.

Es decir, no tanto las tropas argelinas al servicio de Francia a las que corresponde ese nombre en realidad, sino los mamelucos que el emperador incorporó a los ejércitos revolucionarios franceses tras su campaña (de dudoso éxito) en Egipto.

Entre el lote de guerreros mamelucos que se unieron a esas fuerzas y formaron parte de la Guardia Imperial napoleónica años después, a partir de 1804, y participaron en batallas como la de Austerlitz, estaba Rustam Raza. “Regalo” personal al general Bonaparte por parte de sus aliados egipcios.

De Rustam se han contado decenas de historias y se le han atribuido cuestiones un tanto rocambolescas, a cuenta, sobre todo, de algunos de los libelistas empleados por los británicos para desacreditar a Napoleón. Esos mismos tan bien descritos por Tim Clayton en su libro “This dark business. The secret war against Napoleon”, donde disecciona, minuciosamente, la bien orquestada campaña de propaganda contra Bonaparte antes y después de que accediera a la corona imperial.

Al margen de ese “oscuro negocio” de la propaganda antinapoleónica al que alude el libro de Tim Clayton, hay unas cuantas cosas en las que todos los historiadores parecen estar de acuerdo.

Por ejemplo, que Rustam será la sombra de Napoleón entre 1799 y 1814, compartiendo las grandes hazañas de su amo con los cazadores a caballo de la Guardia y con los sirvientes personales del emperador. Como Constant, un tipo realmente curioso y que bien merecería un artículo aparte…

Sobre su labor en esos años también hay opiniones. Para el periodista Jacinto Antón, que dedicó un bello artículo a los mamelucos en “El País” de 22 de agosto de 2013, Rustam Raza era un cobardica (literalmente) porque decidió abandonar a Napoleón en el año 1814. A diferencia de otros mamelucos, como el que Antón llama Moisés Zumero, que, sin embargo, compartió con Rustam un extraño destino final. A saber: ser funcionarios del gobierno francés. Concretamente en la administración de Correos…

Pero, no adelantemos acontecimientos. Hasta que Rustam llegó a ese punto, le pasaron muchas cosas, que son el reflejo de esa gran epopeya napoleónica sobre un espejo más pequeño. En este caso la vida de Rustam Raza.

Como decía, al formar parte del séquito de Bonaparte desde 1799, fue testigo del imparable ascenso de Napoleón hasta la corona imperial. Con él estaba, pues, Rustam en ese momento que inmortalizó en 1804 David -otro personaje del mundo napoleónico del que habría que hablar en otra ocasión- y también estuvo en otros momentos que han quedado inmortalizados en otros cuadros.

Por ejemplo, según el pintor Pierre Gautherot, Rustam no debía estar muy lejos del emperador cuando éste fue herido en un pie durante la Batalla de Ratisbona, en 23 de abril de 1809, mientras trataba de derrotar por enésima vez al imperio austriaco del que, al año siguiente, conseguiría tanto una paz bastante duradera como una princesa -María Luisa- con la que tendría a su único heredero legítimo conocido.

Independientemente de lo trapisondista o “cobardica” que pueda parecer Rustam a autorizadas plumas -como la de Jacinto Antón- lo cierto es que acompañar al emperador en sus continuas campañas, no era precisamente para espíritus endebles.

En esa batalla de Ratisbona, como durante el resto de esa campaña, se intercambió entre los dos ejércitos (el francés y el austriaco) un nutrido fuego de fusilería y de Artillería. El propio emperador lo sufrió en sus carnes.

De hecho, como en Zaragoza, pocos meses antes, se defendió Ratisbona calle por calle. Aunque en el caso de esta ciudad eso sólo se hizo durante horas y no durante semanas. Principalmente porque las tropas austriacas buscaban, ante todo, ralentizar el avance napoleónico para batirse en retirada.

Todo eso, como sabe cualquiera que conozca el funcionamiento de la táctica en época napoleónica (cortesías puntuales aparte, como la que dicen hubo en Waterloo entre Wellington y Napoleón) significaba que cualquiera que estuviese con el emperador -como era el caso de Rustam Raza- corría graves riesgos. Pues los tiradores enemigos -especialmente los regimientos de cazadores- buscaban ávidamente causar bajas entre la oficialidad contraria, para descabezar a las tropas atacantes. Si la víctima de esos esfuerzos era el emperador… mejor que mejor…

Algo que quedó bastante claro en Ratisbona, donde el Estado Mayor napoleónico -como era habitual en los manuales de combate de la época- se ofrecía a la vista del fuego enemigo, desafiándolo a caballo para infundir respeto y valor a los propios efectivos.

Hasta ahí llegaría la supuesta falta de valor de Rustam. El resto de su curiosa vida llegaría aún más lejos, pues moriría en 1845. Hasta entonces tuvo tiempo de casarse con una francesa, tener un hijo con ella -lo cual alegró no poco al emperador, que celebró el alumbramiento bromeando sobre que así ya tenía un mameluco más- y, en efecto, seguir a Napoleón hasta que en 1814 abandonó su servicio. Entre otras cosas por las pagas atrasadas y por el malentendido a que dio lugar el intento de suicidio de Napoleón y que, en 1815, cuando Rustam le pidió volver a su servicio durante los llamados Cien Días, el emperador le pagó enviándolo a la prisión de Vincennes….

Eso lo libró de la aciaga suerte de los mamelucos que se mantuvieron leales hasta el final -de lo que hablaremos otro día- y, según parece, le facilitó la sinecura de una administración de Lotería por parte de los Borbones restaurados.

A partir de ahí vuelve a haber versiones contradictorias sobre el destino de Rustam Raza. Unas dicen que acabo exhibiéndose como fenómeno de feria nada menos que en Inglaterra. Otras que, como Moisés Zumero, supo labrarse una posición -al fin y al cabo, su suegro había sido primer sirviente de la emperatriz- y acabar sus días con 64 años en Saint-Martin de Brethéncourt. Tras haber obtenido un puesto en la estafeta de correos de esa localidad después de haber hecho un buen negocio con la venta de su administración de Lotería, consiguiendo así unas bellas rentas de las que vivir.

Según esta versión, si llegó a exhibirse en Londres con sus galas de mameluco una vez más, fue sólo para satisfacer la curiosidad de la élite londinense. Ciudad en la que sólo habría estado de visita y no huyendo de los reveses de la fortuna por medio de ese cambio de país y entrando en los circuitos de los fenómenos de feria.

Esta última versión parece la más plausible. En cualquier caso, aun con estos matices, la vida de Rustam Raza es toda una pequeña lección de en qué consistió, en realidad, aquel imperio napoleónico. Deslumbrante, rutilante y repleto de una épica novelesca que llenó Europa de tumbas prematuras y de hechos históricos cargados de un extraordinario peso. Como la Guerra de Independencia española o batallas en la que Rustam Raza desafió, con más o menos valor, el fuego enemigo para finalmente acabar, como muchos veteranos napoleónicos, trabajando en Correos…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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