Por Carlos Rilova Jericó
No suele ser lo más común para este correo de la Historia el disponer de muchos temas de los que hablar. Sin embargo, esta semana no ha sido así. He tenido, de hecho, bastantes dudas a la hora de elegir tema. Finalmente me he decantado por hacer, una vez más, una valoración histórica del Brexit que ya parece encarrilado para ser puesto en práctica -sin mayores contemplaciones ni prórrogas- por un Boris Johnson arropado por una sorprendente mayoría absoluta en Westminster.
Creo, sinceramente, que Gran Bretaña, o, mejor dicho, Inglaterra, se va a meter en un verdadero laberinto a partir de ese momento. Sólo para empezar, tal y como se ha anunciado ya varias veces, van a tener severos problemas económicos al cerrar los canales comerciales abiertos gracias a su pertenencia a la Unión. El último en advertir eso fue precisamente esta semana el célebre autor de novela histórica Ken Follett en una entrevista que Andrea Ropero le hizo para “El Intermedio”.
Pero aparte de eso también habrá consecuencias políticas. Entre otras, de manera bastante probable, que Inglaterra -que no Gran Bretaña- acabe jibarizada y convertida en una especie de Gibraltar estadounidense enclavado en el flanco atlántico de la Unión Europea. Y eso es lo que más me interesa destacar en el artículo de hoy. Es decir, que a estas horas es ya bien sabido que las mismas elecciones que han dado su aplastante victoria a Boris Johnson, han otorgado también un poder casi omnímodo a los independentistas escoceses en el Parlamento de Edimburgo.
Esto va a situar a los escoceses ante una situación vertiginosa en el inmediato futuro. A saber: en el nuevo referéndum de independencia que, sin duda, los independentistas escoceses buscarán la manera de plantear desde sus escaños de Edimburgo, tendrán que elegir entre permanecer unidos a Inglaterra y Gales y unirse a ese destino poco brillante de colonia norteamericana en Europa o bien optar por su salida de la unión británica para permanecer en la europea.
Aquí la Historia convertida en tradición va a jugar un papel importante. Por un lado el devenir histórico de Escocia -o Alba, como la llaman los escoceses- aparece en el imaginario histórico colectivo firmemente ligado a la unión con Inglaterra y el principado de Gales. Son tres siglos ya, desde el XVIII, en el que se ha forjado una Historia común que no ofrece fisuras. Incluso a pesar de que en Europa continental rara es la vez que, desde entonces, no se ha metido bajo la palabra “ingleses” a contingentes que incluían a galeses y, por supuesto, escoceses (los irlandeses más o menos arrastrados a la fuerza a esas aventuras los dejaremos aparte por hoy).
La lista de éxitos de esa unión angloescocesa es larga y prestigiosa. Va desde los generales y soldados escoceses que luchan junto con ingleses en numerosas batallas como las de Waterloo o Balaclava, hasta el éxito internacional de artistas y escritores de origen escocés que hoy día nadie duda en considerar, ante todo, como absolutamente británicos. O, como dice el slogan habitual en esa isla: “so british”.
El más conocido y decantado de todos ellos, quizás sea aquel al que los nativos de Samoa llamaron “Tusitala”, el narrador de historias, nacido Robert Louis Stevenson, en Edimburgo precisamente, autor de “La isla del tesoro”, “La flecha negra” o la más británica de todas sus novelas: “El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde”.
Sin embargo, esa no es la única Historia de la relación entre Escocia e Inglaterra. De hecho, los medios audiovisuales y las novelas “bestseller” no dejan ni un minuto apenas sin recordar que Escocia e Inglaterra han sido países no sólo separados, sino enfrentados durante más siglos de los que han estado unidos. Podemos empezar la enumeración por el, de momento, último episodio de la exitosa y larga serie de novelas históricas de Bernard Cornwell titulada genéricamente como “Sajones, vikingos y normandos”. El libro ha sido bautizado para las librerías como “El portador de la llama” y describe una Inglaterra, al filo del año 1000, poco antes de la invasión normanda de Guillermo el conquistador, que, a diferencia de Alba o Escocia, ni siquiera existe, dividida en varios reinos y dominada por sajones y vikingos por igual. Los hechos de la novela transcurren en torno a una fortaleza -objeto de deseo del señor de la guerra local protagonista de la serie- que se sitúa justo entre la frontera de Escocia y lo que todavía no es Inglaterra. Ni que decir tiene los choques entre los escoceses y su flamante rey y esos protoingleses de “El portador de la llama” son constantes y violentos.
De esa misma estirpe podemos considerar un gran éxito del Cine hollywoodiense (lo cual significa aquí éxito también mundial). La famosa “Braveheart” en la que el actor australiano Mel Gibson desencadenaba su inveterada inquina contra los ingleses -que no británicos- reviviendo, ya a las puertas del siglo XXI, la vida, un tanto idealizada, de William Wallace. El héroe popular escocés que se enfrentará a los ingleses que tratan de anexionarse Escocia en el siglo XIII.
La cosa, por supuesto, no se detiene ahí. De hecho, la lista de productos de cultura popular en la que se refleja esa mala relación histórica entre ingleses y escoceses, es abundante. Y de éxito, aunque incurra en bastantes inverosimilitudes. Como ocurre con la serie “Outlander” basada en los bestsellers de la hispano-estadounidense Diana Gabaldon, que más mal que bien -basta con ver la primera temporada de esa serie- recuerda el estado de hostilidad constante entre ambas naciones incluso antes de la última rebelión jacobita en 1745.
Así pues, para un público de ámbito mundial, y, por supuesto, para ingleses y escoceses, el recuerdo de las malas relaciones entre Escocia e Inglaterra no es sólo materia para especialistas, sino algo que han asimilado en películas y novelas populares.
¿Cuánto pesará todo eso en el imaginario colectivo cuando los independentistas pongan en marcha su probable campaña para el referéndum que acabe con la unión británica? Es difícil saberlo. Como también es difícil saber qué van a hacer los países que -por tradición histórica- han sido expertos en hostigar a Inglaterra utilizando a Escocia como arma arrojadiza. Tal es el caso de España, organizadora de numerosas expediciones a Escocia con ese fin -una de ellas, como recordaremos, acaba de cumplir ahora 300 años- o de un estado de la Unión mucho más cohesionado y potente que la España actual (que, dicho sea de paso, bastante tiene con sus problemas internos ahora).
Me refiero a Francia, con la que los escoceses han sostenido una “Auld Alliance”, una vieja alianza, antes de que se produjera la unión con Inglaterra en el siglo XVIII y también después. Al menos por lo que a los partidarios jacobitas se refiere. Algo, por cierto, también perfectamente reflejado en series como la ya mencionada “Outlander”, pero igualmente en grandes obras literarias de autores de fama internacional que hoy día son identificados, de momento, como británicos por los cuatro costados.
Como el ya aludido Robert Louis Stevenson y su magnífica “El señor de Ballantrae” o el inefable sir Walter Scott, que con tanta crudeza plasmó esa “Auld Alliance” entre escoceses y franceses en su monumental “Quentin Durward”, centrada en las aventuras de un joven escocés que entra a formar parte de la Guardia Escocesa del rey Luis XI de Francia, en pleno siglo XV…
Puede que esto sólo parezca Historia muerta a quienes realmente nada saben de Historia, pero muy al contrario, como espero haber dejado claro, todo eso es, para muchos potenciales votantes escoceses, Historia viva y peor aún: vivificada y revivificada por artefactos culturales como los mencionados hasta aquí.
Una llama escocesa que puede acabar en incendio -así se materialice el Brexit- avivada por quienes -sospecho que sobre todo entre la élite política de Francia- no van a dejar pasar la oportunidad de reducir a la mínima expresión una Inglaterra que vuelve la espalda al proyecto europeo. Algo que, por desgracia para nuestros, en el fondo, muy apreciados primos ingleses, podría acabar, en un futuro no muy lejano, haciendo realidad la terrible caricatura que ahora hace veinte años plasmó en la novela “Inglaterra, Inglaterra” Julian Barnes. Uno de los más ingeniosos literatos ingleses que ya adivinaba en el horizonte el triunfo de gentes como Boris Johnson y las, en definitiva, nada gratas consecuencias de sus políticas para Inglaterra…