Por Carlos Rilova Jericó
Hablaba la semana pasada del bicentenario de un acontecimiento histórico, el del Trienio Liberal, durante el que España se convirtió en el principal foco revolucionario mundial.
No es ese el único aniversario que se va a cumplir en este 2020. Así es, este año es el del centenario -ya comenzado a explotar comercialmente- de los llamados “locos años 20” del siglo pasado. Esa época rutilante en la que, entre otras cosas, las mujeres comienzan a mostrar una cantidad exagerada de su anatomía -al menos para los estrictos baremos victorianos y eduardianos imperantes en 1914- a fumar en público, a hacer algo hoy para nosotros tan natural como pasear solas por la calle, acudir a establecimientos públicos sin compañía regular -amigas, criadas…- o a participar en desenfrenadas danzas como el Charleston que, de forma muy gráfica, mostraron que en las trincheras de la Gran Guerra no habían muerto tan sólo miles de jóvenes de las principales potencias europeas, sino todo un conjunto de rígidas convenciones sociales y morales en cuya cara se reían las “flappers” que bailaban desenfrenadas esos ritmos demoledores. Incluso, audacia entre las audacias, sobre la cornisa de un rascacielos…
Pero el año 2020 es también el centenario del ascenso de una ideología que, como el Charleston y el desenfreno asociado a él, no se comprendería sin el trauma colectivo provocado en la Alta Cultura europea por una guerra en la que esa civilización demostró que los grandes avances científicos habían servido, principalmente, para provocar una carnicería de proporciones apocalípticas. La misma que convenció a todos de que ya nada sagrado podía haber en aquella civilización decimonónica que había perdido toda autoridad moral.
Esa nueva ideología se llamaba Fascismo. Surgió a mediados del año 1919 en una Italia que, aun victoriosa en aquella destructiva “Gran Guerra”, era incapaz de hacer frente al cataclismo político desencadenado por ella. Es decir, al triunfo de las teorías de Marx y Engels, aplicadas, manu militari, en la Rusia zarista.
En 1920 el triunfo definitivo de esa revolución estaba más o menos claro -este año 2020, en efecto, también podemos conmemorar el centenario del fin de la Guerra Civil rusa- y así, para la Italia de 1919-1920, estaba también claro que la derrota de los rusos “blancos” (partidarios del Zarismo y su restauración) ante los bolcheviques, podía hacer que Roma acabase convertida en la capital de otra república soviética más. Como la declarada por los rusos en 1917 o la intentada por los alemanes en 1919…
Esa crítica situación será la que convierta, en el plazo de unos dos años largos -entre marzo de 1919 y 1922- a un antiguo socialista, Benito Mussolini, en líder de una ideología -el Fascismo- que iba a marcar trágicamente la Historia de Europa y el Mundo en las dos décadas siguientes. Sobre todo mediante otra Gran Guerra que sacrificó, otra vez, a miles de seres humanos para decidir si la Humanidad entera caería bajo el dominio de la ideología creada por Mussolini y sus adeptos entre 1919 y 1920, bajo la soviética o bien si, en la mayor parte del globo, las viejas democracias liberales conseguirían sobrevivir a regímenes como el que Mussolini logra imponer como antídoto contra el ascenso del Socialismo revolucionario en aquella revuelta Italia de hace 100 años…
La pesadilla de tal régimen, que hacía de la barbarie y la violencia un credo, parece que terminó, junto con esa guerra, en 1945. Al menos para la mayor parte de Europa occidental (exceptuadas España y Portugal, que siguieron bajo regímenes más o menos fascistas hasta la década de los setenta del siglo pasado). Sin embargo, parece ser que entre la cúpula intelectual de Occidente se considera que el Fascismo es hoy, cien años después de su primer auge y posterior catastrófica derrota, una opción política que toma fuerza de nuevo.
Así es, coincidiendo con el aniversario de 1919-1920 de esa consolidación del Fascismo italiano, origen de aquel mal político, han aparecido bastantes obras sobre el tema. Sería el caso de “Quién es fascista” del principal experto italiano en el tema, el profesor Emilio Gentile, o de “Fascismo”, del también profesor Roger Griffin. Igualmente, dentro de esa oleada, podríamos considerar la reedición del “Diccionario del Franquismo” de Manuel Vázquez Montalban, con interesantes añadidos gráficos del dibujante Miguel Brieva que presentan como un peligro real y actual esa versión hispánica del Fascismo.
Sin embargo, uno de los títulos que más me ha llamado la atención -por ser muy explícito sobre todo- es “Fascismo, una advertencia”. Escrito por Madeleine Albright en colaboración con Bill Woodward, es un ensayo sobre esta cuestión que, como reza la portada de la edición española, es bestseller principal del prestigioso “The New York Times”.
El libro es verdaderamente recomendable para quienes quieran saber cuál fue la Historia de ese Fascismo real -no convertido en un adjetivo que, como señalan Albright y Woodward, casi está perdiendo su verdadero significado- surgido primero en Italia hace 100 años y después consagrado en una Alemania que lo imita en todo hasta acabar superándolo en su culto explícito y abierto a la Barbarie.
Es recomendable también este libro de la antigua secretaria de Estado de Estados Unidos, porque es el testimonio de alguien que, de niña, vio el ascenso, y caída, de ese movimiento totalitario desde el territorio de una de las principales víctimas de las políticas fascistas. Es decir, la hoy extinta Checoslovaquia de la que la senadora, y también profesora, Madeleine Albright es originaria.
De allí tuvieron que huir sus padres con ella y sus hermanos a Gran Bretaña en 1939, cuando Hitler reclamó aquel país como parte del “espacio vital” que la raza aria exigía a los calificados -por esa ideología bestial- como “subhumanos”.
Posteriormente, como ella misma cuenta, en 1948, debieron huir a Estados Unidos por la imposición a la republica checoslovaca de otra clase de totalitarismo que, a pesar de ser uno de los vencedores del Fascismo, no fue, al fin y al cabo, menos brutal para la habitual larga lista de enemigos con la que -como decía mi profesora de Historia del siglo XX en la UAM- todas las dictaduras (fascistas, comunistas o de otra índole) cuentan como característica esencial.
Ese largo periplo vital hace que el testimonio de “Fascismo, una advertencia” sea una lectura verdaderamente interesante.
En ese libro, en efecto, se contienen muy interesantes claves sobre cómo está siendo posible ese nuevo ascenso de esa bestia política. En eso Albright, con una larga carrera política en la principal potencia mundial, no se engaña: si figuras fascistizantes como su actual presidente, Donald Trump, o fascistas prístinos como los italianos, están de nuevo en auge, es por la liquidación de la seguridad económica generada por el llamado Pacto de Posguerra del año 1945, que aportó un bienestar inédito en la Historia para millones de personas a las que así ya era muy difícil seducir para secundar enloquecidas aventuras como las propuestas por el Fascismo contra presuntos enemigos interiores y exteriores…
Ese aviso, y otros igual de oportunos e inteligentes, hacen, en efecto, del libro de Albright y Woodward una lectura cuando menos interesante para quienes no quieran convertirse primero en masas engañadas y, posteriormente, en burda carne de cañón para los demenciales proyectos -pagados con mucha sangre y sufrimiento colectivo, verdaderos callejones sin salida- que son inherentes, indisolubles, de todo Fascismo. Hoy como hace cien años…