Por Carlos Rilova Jericó
Puestos a buscar algún tema para este nuevo correo de la Historia, al final me he decidido por volver a hablar aquí del 2 de mayo de 1808. Hoy voy a entrar en aspectos que no pude tratar en su momento en otros artículos. Por ejemplo, en el verdadero calado que tuvieron aquellos acontecimientos. Para esto hay que partir del hecho de que el 2 de mayo de 1808 -aparte de fiesta de la Comunidad de Madrid, aunque debería serlo de toda España- es un acontecimiento histórico muy maleado.
Es lógico, pues es una de esas fechas que -como el 4 de julio estadounidense o el 14 de julio francés- se considera fundacional para todo un país. Un hecho que dio lugar a la sociedad que años, o siglos, después lo conmemora como el acontecimiento que dio existencia a esa misma sociedad, que lo celebra del mismo modo en el que uno podría celebrar su propio cumpleaños.
En el caso de España las cosas se complican aún más, como no podía ser menos dada nuestra convulsa Historia política contemporánea.
Hay magníficos artículos sobre esta cuestión. Por ejemplo, el del historiador Severiano Rojo -con una larga trayectoria en diversas universidades francesas- titulado “Mito nacional e instrumentalización”. En él Rojo abordaba la cuestión de cómo se había utilizado, por los distintos partidos políticos españoles, el tema del 2 de mayo hasta llegar al punto álgido de la Guerra Civil.
En esa fecha se produjo una curiosa inversión ideológica. Si hasta entonces los partidos de izquierda y republicanos habían considerado el 2 de mayo como una fiesta reaccionaria -idea incrementada por la incautación que de ella hizo la dictadura de Miguel Primo de Rivera- desde el estallido de la guerra volvieron a apropiarse de ella, para equiparar a los afrancesados (tan bien estudiados por Miguel Artola, Hans Juretschke…) y los absolutistas con los franquistas y al pueblo español con los fieles al Gobierno de Madrid que, otra vez, se alzaban contra una invasión extranjera y resistían como lo habían hecho los patriotas madrileños de 1808… Por supuesto los franquistas contaron esa misma historia, pero dándole la vuelta a ese reparto de papeles.
Así se manipuló la fecha en aquellos momentos críticos. Y después también. Como recordaba otro historiador, Emilio de Diego, en un artículo publicado en 2005 en la Revista de Historia militar
Lo cierto, tras tantas y tan buenas investigaciones -y muchas más que no puedo mencionar por cuestión de espacio- es que el 2 de mayo de 1808, imaginado por todo el arco político español desde el siglo XIX hasta ahora, dista bastante de crudas realidades que ya comentaba en correos de la Historia anteriores.
En efecto. Todo ese proceso histórico estuvo transido de maniobras de todo tipo que nada tenían que ver con una reacción popular espontánea. Un buen ejemplo es el caso del bando de los alcaldes de Móstoles, descrito por un magnífico artículo de David Martín del Hoyo y Jesús Rodríguez Morales, que citaba hace unos meses en otro correo de la Historia. Así pues, hubo el 2 de mayo maniobras políticas de elementos reaccionarios, pero también participación de gentes que jugarían un importante papel en el Liberalismo español del siglo XIX. Como Juan Van Halen, cuya toma de partido en los hechos y trayectoria posterior ya describí en otros correos de la Historia.
En definitiva, lo que ocurrió el 2 de mayo de 1808 es lo que suele ocurrirle a cualquier nación que ha sido sorprendida por una invasión extranjera.
En efecto, de manera similar a lo que ocurrirá en Francia en 1940, la España de 1808 llevaba años anonadada -como el resto de potencias europeas del siglo XVIII- por los acontecimientos desencadenados por la revolución francesa.
El rumbo, en apariencia errático, de la política de Manuel Godoy es una buena prueba de ello. Primeramente, por pura lógica monárquica, Godoy -aunque de ideas cuando menos reformistas e ilustradas- se enfrentará a la revolución regicida que ha triunfado en Francia. Es por eso por lo que los ejércitos españoles luchan en 1793 con los ejércitos revolucionarios franceses en las fronteras de los Pirineos. O por lo que la Armada española tiene que evacuar a realistas franceses, también en 1793, del puerto de Tolón. En esos momentos una ciudad sitiada por las tropas revolucionarias francesas en las que empieza a destacar un oscuro general llamado Napoleón Bonaparte…
El mismo que, en pocos años, se hace con el control de la situación en Francia y que, finalmente, se atrae a su terreno a Godoy. Aquel ministro que, desde 1795 en adelante, decide que, tanto a la España de Carlos IV como a la Francia revolucionaria, les conviene ser aliadas. Como si no hubiese rodado la cabeza de rey alguno en París…
Es así como España, entre 1795 y 1807, será fiel aliada de la Francia primero republicana, después consular y finalmente imperial. Es así como, entre finales de 1807 y mayo de 1808, la población española irá soportando, cada vez con menos paciencia, la presencia de tropas napoleónicas que, se le decía, eran amigas, pero que, en la práctica, se comportaban ya como tropas de ocupación…
El resultado es el único que puede esperarse de procesos históricos como esos. La eclosión del mismo error catastrófico en el que han incurrido todos los que sueñan con dominar el Mundo. Desde los asirios hasta el propio Napoleón. Es decir, el de creer que el miedo paralizará eternamente a una población cada vez más enervada y pisoteada a la que se trata de adormecer con determinadas consignas simples. Por ejemplo, que, en realidad, el invasor traía ideas de progreso… La simple comparación de los hechos de los soldados franceses -abusivos, propios de salteadores de caminos…- y tan endebles consignas, acabó saltando por los aires el 2 de mayo de 1808.
Tanto la población culta española, como la simple masa de maniobra, sabían que esas consignas propagandísticas no eran ciertas. El choque entre esas mentiras oficiales y esas realidades tan agrestes, acabó, como en la Francia de 1940 por ejemplo, en la unión, en torno a una idea básica, de gentes antagónicas políticamente -por ejemplo curas ultramontanos frente a una burguesía revolucionaria- pero que supieron superar esas diferencias para poner en marcha una organización mortalmente eficaz. Desde un gobierno parlamentario de nuevo cuño (y único en la Europa de la época, exceptuado el británico) hasta un nuevo modelo de Ejército que derrota a Napoleón prácticamente desde el año 1809 en adelante. Aunque él no pudiera reconocer esa derrota hasta haber sacrificado el último recurso militar que le quedaba.
Eso fue, esencialmente, el 2 de mayo de 1808, el detonante de una reacción por parte de una mayoría de españoles de distintas ideologías políticas, frente a un gobierno español débil y convertido en títere de una potencia extranjera. Una que, seis años después, tenía a las puertas de París a todos esos numerosos enemigos que había ido cosechando su ambición ciega. Los ejércitos de esa potencia imperial en retirada se llevaban tras de sí a una espantada turba de colaboracionistas -los llamados afrancesados- que, durante muchos años, hicieron un patético papel, rechazados por todos.
Hasta por aquellos invasores a los que, con mejor o peor intención, con mayor o menor ingenuidad, habían servido tan fielmente, ciegos ante el daño que causaban a su propio país. Tratando de convencerse de su propia mentira, de que todo aquello -la invasión, la guerra…- había sido por el bien de ese país que ahora los expulsaba y maldecía… No cabía en aquel año de 1814 mayor estupidez, mayor maldad o mayor mezcla de ambas. En ambas cosas habían incurrido esos personajes desde el 2 de mayo de 1808, mintiendo y mintiéndose a sí mismos sobre lo que realmente estaba pasando…