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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de unos mentirosos: el barón de Munchausen visto por Terry Gilliam

Por Carlos Rilova Jericó

Hacía tiempo que tenía ganas de escribir algo sobre la película de Terry Gilliam que, en España, se titularía “Las aventuras del barón de Munchausen”. Es una película que vi hace años cuando la estrenaron en el Cine y que me dejó un recuerdo muy marcado.

El tiempo, desde luego, no ha pasado por ella. Vista ahora sigue igual de fresca que el día de su estreno.

Se trata de otra vuelta de tuerca a la historia del capitán aventurero Karl Friedrich Hyeronimus von Munchausen que -corran a la famosa Wikipedia a comprobarlo- realmente existió y vivió la vida característica de uno de esos capitanes aventureros tan propios del pleno siglo XVIII. Justo como lo han reflejado siempre películas como la de Terry Gilliam o libros infantiles.

De hecho, su popularidad es tal que en Francia, donde lo alemán no ha estado muy en boga entre, digamos 1870 y 1945, hubo un personaje alternativo desde 1912. Al parecer para que los infantes franceses no sufrieran por seguir las aventuras de un barón alemán dieciochesco que, eso sí, eran tremendamente divertidas e instructivas.

Es así como el barón de Munchausen se convirtió en Monsieur de Crac o el barón de Crac. A todo este asunto dedicó su tesis doctoral el historiador francés André Tissier en un libro que se publicó ya hace muchos años, pero que aún puede conseguirse con bastante facilidad.

Lo cierto es que los avatares cinematográficos de Munchausen han sido de lo más accidentado. Como corresponde a alguien como el verdadero, o más o menos imaginario, barón de Munchausen.

Los nazis, por ejemplo, lo convirtieron en uno de sus grandes éxitos: fue una de las primeras películas en color de la industria cinematográfica alemana. Y así lo restregó el Tercer Reich por las caras de toda la Europa ocupada. Con todo lujo de detalles. Como los que podemos leer en la edición francesa de “Signal” de aquella época.

Pero, sin duda, la película de Gilliam es de las mejores, de la que hace una mayor justicia al personaje y a su aureola.

La película de Gilliam, antiguo miembro de los Monty Python, sitúa al personaje en una imprecisa zona de las fronteras entre el Imperio austriaco y el Imperio Turco, a finales del siglo XVIII. Un miércoles además. En un alarde del mejor humor británico.

Ese día de ese año de ese siglo de la Edad de la Razón -como recuerdan las primeras escenas de “Las aventuras del barón de Munchausen”- esa imprecisa ciudad del Imperio austriaco está siendo atacada por un ejército turco que la tiene sometida a un brutal asedio. Uno que Gilliam describe perfectamente, gracias a haber situado muchos de sus exteriores en la ciudad de Belchite. Esa que el dictador Francisco Franco quiso permaneciera tal cual estaba, tras los duros combates sostenidos durante la Guerra Civil en el frente de Aragón, que la dejaron convertida en un montón de ruinas.

Desde ese momento Gilliam juega con la historicidad de su película. Mezcla el teatro que se ofrece en la ciudad sitiada con la realidad del Barroco europeo. Y los finales del siglo XVIII -perfectamente representados en el vestuario de los actores- con uniformes militares, en realidad, más propios de la primera década del siglo XIX, en plenas guerras napoleónicas.

Sobre ese fondo en el que lo onírico y teatral juega con lo verdaderamente histórico, Gilliam despliega toda la Historia canónica del barón de Munchausen. Es decir, sus engaños al Gran Turco, sus naufragios que lo llevan a ser engullido por un monstruoso pez, sus más y sus menos amorosos con la zarina Catalina la Grande y, por supuesto, el más famoso de todos: su viaje a bordo de una bala de cañón.

Gilliam cuenta todo esto de una manera sutil y hábil, que nos devuelve a un teatro dieciochesco fascinante y sumamente eficaz una vez trasladado a la pantalla de Cine.

Así, en un alarde de verdadero cineasta, nos hace oscilar entre el escenario teatral y escenarios reales. Como ocurre por ejemplo en la tragicómica escena en el Palacio del Gran Turco, cuando el barón se apuesta la cabeza -como buen capitán aventurero- a que puede conseguir al sultán una botella del famoso vino dulce Tokay mejor que el que está bebiendo en esos momentos. Esa escena, en la película de Gilliam, empieza en el teatro medio derruido por los bombardeos turcos sobre la ciudad asediada y, de ahí, de manera casi imperceptible, pasamos a un escenario real por medio de la narración de un anciano barón de Munchausen, que promete al público contar su verdadera historia. Y no la que hasta ese momento han visto en el escenario.

Así Gilliam nos sumerge en las habitaciones privadas del Gran Turco donde, entre lo cómico y lo serio, dibuja la realidad del Imperio Otomano de finales del siglo XVIII. Entre el refinamiento más absoluto y el despotismo oriental más salvaje.

A partir de ahí, Gilliam sigue desarrollando las fantásticas aventuras del barón como su viaje en globo a la Luna o hasta la fragua de Vulcano. Todo ello para reunir a sus viejos compañeros de aventuras y acabar con el asedio que oprime a la ciudad. Tal y como, tan fanfarrón como siempre, el octogenario barón ha prometido.

Así sigue la película hasta un final que, como el resto de la cinta, oscila entre lo divertido y lo vagamente inquietante. En ese final, el barón consigue, tanto en el relato semifantástico como en el descarnadamente real, hacer justo aquello que promete: levantar el asedio turco a la ciudad.

En ambos casos, el oficial al mando de la ciudad -con un nombre anglosajón algo incongruente: Horatio Jackson- se convierte su más acérrimo enemigo. De hecho, asesina, por su propia mano, al barón en el relato fantástico de sus aventuras cuando celebra la liberación del estado de sitio de la ciudad. En la versión realista -por así llamarla- trata de hacer casi otro tanto rodeado de polizontes, leguleyos, burócratas y soldados que no saben muy bien a quién hay que disparar (¿al barón o al demenciado Muy Ordiner Jackson?). En este caso el gobernador Jackson, sin asesinato de por medio, querrá impedir que el barón demuestre que, efectivamente, -octogenario y todo- ha conseguido acabar con el agobiante sitio que atenazaba la ciudad.

La moraleja de la película, de esta enésima reinterpretación de las aventuras del barón de Munchausen, es clara y muy en la línea libertaria de Gilliam y sus compañeros de Monty Python: nos lanza a la cara una seria reflexión sobre la facilidad con la que auténticas sabandijas como Horatio Jackson acaban por hacerse con el control de una sociedad humana más o menos sana pero aterrorizada por alguna clase de amenaza. Una que gente como el gobernador Jackson magnifica y perpetúa tan sólo porque, más allá de esa situación, saben que todo el disfraz, toda la tramoya de apariencias que los sostiene, caerá y quedarán expuestos a la luz pública como las peligrosas insignificancias y mediocridades que, en realidad, siempre han sido. En definitiva, quedarán expuestos como los grandes mentirosos que son y que convierten hasta al mismo barón de Munchausen en el más sincero y veraz de los hombres.

Una sutil lección de Historia humana, sin duda, la que Gilliam ofrece en esta tan original como recomendable versión de las aventuras del barón de Munchausen.  Una que deberían escuchar atentamente quienes todavía no hayan perdido el sentido de la realidad y valoren en algo la palabra Libertad. Esa con la que siempre quiere acabar la mugrienta propaganda de grandes timadores y mentirosos. Como suelen serlo todos los tiranos. Aun disfrazados de cualquier cosa. Por ejemplo, de auténticos demócratas. O hasta de esos médicos de los que nada quiere saber -por muy buenas razones- el inefable barón de Munchausen. Como también se ve en esta gran película de Gilliam…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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