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Carlos Rilova

El correo de la historia

El otro general Blücher. De húsares, junkers y bolcheviques (1815-1920)

Por Carlos Rilova Jericó

Con este nuevo correo de la Historia llegó hoy al fin de la serie de tres de ellos dedicados a la revolución rusa de 1917 y lo haré empezando por hablar del general prusiano Blücher, que, sin duda, será bastante conocido no sólo entre los historiadores que, por una u otra razón, nos hemos especializado, de algún modo, en las guerras napoleónicas. Sino entre un público más amplio.

En efecto, este personaje histórico, seguramente es bien conocido también para los que gustan del cine histórico, bélico…, pues, por ejemplo, en la película “Waterloo” del director ruso Serguéi Bondarchuk, que cumplía esta misma semana pasada los 50 años de su estreno, en 1970, el general Blücher tenía un papel destacado. Algo lógico, ya que su protagonismo en esa victoria contra el último espasmo napoleónico está bien comprobado.

Blücher aparece ahí tal cual se le conoce a través de los numerosos documentos históricos y crónicas que han permitido reconstruir la vida del hombre que salvó a Wellington de una monumental derrota en aquel hoy famoso campo belga.

Es decir, lo que vemos en la película de Bondarchuk es a un hombre de unos setenta años, enérgico, vigoroso, que aparenta mucha menos edad y que, admirado por sus soldados, dirige con energía el contraataque definitivo que logrará la victoria aliada de Waterloo.

Su diálogo en la película va en consonancia con lo que sabemos del carácter impetuoso que ese general prusiano tenía. Así el Blücher de “Waterloo” dice (cuando sabe de las dificultades de Wellington para sostener sus líneas frente a Napoleón) que su sable es su palabra, y que no tiene otra. Por lo tanto, acudirá en ayuda de Wellington, abriéndose paso a través de cualquier línea enemiga que se le oponga. Y aún más: el Blücher cinematográfico dice que quiere ver las banderas negras del Ejército prusiano bien altas, que no ofrecerá cuartel a los franceses que se rindan y, es más, que matará a cualquiera de sus soldados que ofrezca ese cuartel y haga prisioneros.

Puede que la exactitud de sus palabras aquel día no haya sido respetada, palabra por palabra, por los guionistas de “Waterloo”, pero en lo esencial, por lo que sabemos de Blücher, bien pudieron ser dichas así. Al fin y al cabo Gebhard Leberecht von Blücher (pues ese es su nombre completo) era un producto decantado del Ejército prusiano de la época del Gran Federico, en el cual se había fogueado en las numerosas guerras de la segunda mitad del siglo XVIII. Y lo había hecho en unidades que cultivaban y alardeaban de audacia, arrogancia y un comportamiento, en general, bastante salvaje. Estudiadamente salvaje e impulsivo, pero salvaje e impulsivo al fin y al cabo. Así es: Blücher había sido en su juventud húsar y eso, como suele decirse, imprime carácter. Si es que acaso no se tenía ya cuando se decidía entrar en una unidad de ese tipo.

Algunos húsares, de hecho. eran categóricos respecto a lo que se esperaba de un verdadero húsar. Lasalle, uno de los más célebres de las guerras napoleónicas que combatirá en casi todos sus frentes, de España a Austria, y que cultivará ese prototipo, declaró que “¡Un húsar que aún no ha muerto a los 30 años es un mamarracho!”. Lasalle tuvo cuatro años para morderse la lengua porque moriría exactamente con 34, en la Batalla de Wagram celebrada en el año 1809 y que, junto con Marengo o Austerlitz, es una de las más célebres victorias de Napoleón.

Blücher, desde luego, tuvo mucho más tiempo para rumiar esa célebre frase sobre los húsares de más de 30 años, pues moriría en 1819, con casi 77, pero desde luego demostró el día de Waterloo que no tenía nada de mamarracho. De hecho, conquistará una fama tal que dará lugar a una de esas curiosas paradojas de la Historia que nos lleva de las guerras napoleónicas hasta la revolución rusa de 1917.

Así es. Hubo otro general Blücher y lo hubo justo en el lugar y el momento en el que menos se le podía esperar: la revolución bolchevique rusa en la que lo que algunos comunistas llamaban “junkers tronados” -y G. L. von Blücher encajaba en la descripción- no tenían mucho futuro.

En efecto, entre los hombres que suelen ser impulsados por las revoluciones desde una condición modesta hasta lo más alto, apareció en el marasmo de 1917 alguien llamado Vasili Konstantínovich… Blücher… La primera pregunta que suscita ese segundo apellido es si el inefable Gebhard Leberecht von Blücher dejó huella en la Rusia de Catalina, a mediados del siglo XVIII. No hubiera sido extraño. Blücher daba el perfil de “capitán aventurero” que tanto pululaba por entre las cortes europeas de la época para ofrecer sus expertos servicios. De hecho, Gebhard Leberecht von Blücher sirvió durante años en el Ejército sueco antes de pasar al servicio del prusiano.

Pero, en realidad, la respuesta a la pregunta de si el Blücher original hizo alguna de las suyas en la corte rusa de Catalina la Grande -era un conocido jugador, bebedor y mujeriego- es mucho menos romántica.

Lo cierto es que Vasili Konstantínovich llevaba el apellido de Blücher por razones muy rusas. Su familia había sido una familia de siervos a lo largo del siglo XIX, antes de que las reformas zaristas liberasen a esa gran masa de campesinos que vivían en condiciones de semiesclavitud. De ahí vino todo. El terrateniente al cual pertenecían los ancestros de este otro general Blücher pensó que sería una gran idea “bautizar” a la familia con el apellido Blücher en honor a ese gran aliado de la Rusia de 1815…

¿Qué vio aquel terrateniente ruso decimonónico en aquella familia de siervos para hacerlos acreedores de tal honor? ¿Quizás un destello de bravura, raro en una población por lo general sometida, reducida al silencio y la obediencia al amo?

Es posible. Desde luego Vasili Konstantínovich Blücher era un nuevo tipo de ruso. Dejó el campo y trabajaba como obrero en una fábrica cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Movilizado para ella, ascendió a suboficial incluso bajo dominio zarista. Toda una prueba de mérito personal en un ejército donde el grado en la oficialidad era no tanto fruto de la competencia profesional como del origen social.

Herido durante las campañas en Polonia en 1915 este otro futuro general Blücher sería dado de baja en el Ejército zarista. Pero las heridas no debían ser tan graves como para que Vasili Konstantínovich no se uniera, en 1916, al Partido Bolchevique. Y como miembro de él participará en la revolución de octubre. Aunque en la zona oriental de Rusia, escenario mucho menos conocido que San Petersburgo.

Su lealtad a la causa bolchevique y su conocimiento de ese frente, lo convertirían en un activo muy valioso en el Ejército Rojo creado por Trotsky para asegurar, ahora hace cien años, el triunfo de la revolución de octubre. Tras vencer a los rusos “blancos” en la guerra civil, en el año 1920.

Esto convertiría a Vasili Konstantínovich Blücher, aquel descendiente de siervos, aquel suboficial zarista, aquel obrero bolchevique, nada menos que en mariscal de la Unión Soviética. Rango, que lo equiparaba ya en todo, no sólo en el apellido, al otro general Blücher, el vencedor de Waterloo.

El fin de Vasili Konstantínovich Blücher, en cambio, fue menos glorioso. No moriría de extrema vejez, como el otro Blücher, rodeado de honores y reconocimiento, sino víctima de un dictador sanguinario: José Stalin, que lo sacrificaría en los famosos juicios o purgas de Moscú en los años 30. Una farsa jurídica atizada por aquel gran narcisista paranoico que fue Stalin para quitarse de en medio a todos los que se oponían a su poder absoluto. Incluidos especialmente los más leales y eficaces. Como aquel otro mariscal Blücher…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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