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Carlos Rilova

El correo de la historia

Del ballenero Philomena D a la borrasca Filomena (1853-2021)

Por Carlos Rilova Jericó

Sobre la borrasca Filomena, que ha cubierto de nieve buena parte de España, he leído muchas cosas. Algunas de ellas deben ser una especie de broma. Por ejemplo que el nombre de Filomena fue elegido porque a los responsables de poner tales nombres les parecía excesivo llamarla “Mortadela”. El chiste, que eso es lo que parece ser, peca incluso de inexactitud, porque, para tener sentido, la tormenta debería haberse llamado “Filemona” (femenino de Filemón, el jefe del inefable agente de la TIA Mortadelo) y no “Filomena”…

Según la Prensa seria, como se suele decir, el nombre de Filomena fue elegido, en realidad, por orden alfabético, porque la Agencia responsable de dar nombres a estos fenómenos, los va nombrando según ese criterio. Y así, Filomena, al ser la sexta borrasca del período, debía llamarse con un nombre que empezase por “F”, sexta letra del alfabeto.

Sin embargo, queda la duda razonable de por qué fue llamada “Filomena” y no “Felicia”, “Fernanda”, “Francisca”, “Faye” o cualquier otro nombre que sonase menos anticuado y menos caído en desuso.

Eso, pese a haber buscado razón de ello, no lo he podido averiguar. Y me resulta chocante, porque Filomena es un nombre verdaderamente apropiado para tan tormentosa borrasca. Al menos tiene todo el sentido del Mundo y una bonita historia detrás para los historiadores que nos movemos en el campo de la Historia cultural.

En efecto, no pude evitar, cuando oí aquello de “Filomena”, acordarme de un viejo canto de marineros: “The Philomena D”.

Los cantos de marineros o “Sea shanties”, como se les conoce en el mundo de habla inglesa, donde son muy conocidos, son una expresión de esa subcultura que es la del mundo de los hombres de mar -marinos, balleneros, corsarios, piratas, pescadores…- bien descrita, por ejemplo, en libros de Historia como “La cultura popular en la Europa moderna” del historiador Peter Burke.

Lo cierto es que son todo un documento histórico, pues narran las circunstancias en las que vivían esos hombres, cómo percibían ellos sus tareas y su posición en la sociedad de aquella época e, incluso, hechos históricos concretos.

Es el caso de ese “sea shanty” titulado “The Philomena D”. En él se dan fechas y hechos concretos que, como decía, encajan perfectamente con episodios metereológicos tan virulentos como esa borrasca cargada de nieve y hielo que han llamado “Filomena”.

Así es. La canción titulada “The Philomena D”, nos habla de un ballenero bautizado con ese nombre que, en el año 1853, salió de los astilleros del puerto norteamericano de Nantucket, en Massachusetts, Nueva Inglaterra.

Desde ese momento comienza una singladura accidentada en busca de ballenas, cuya caza y despiece eran una de las principales industrias de esa parte de la costa norteamericana en esos mediados del siglo XIX. Como sabe cualquier lector de “Moby Dick” sin necesidad de recurrir a mayores escritos históricos.

Nos cuenta el narrador que va cantando la travesía del Philomena D, que ese ballenero navega a toda vela, tal y como le cantan sus marineros, en busca del lugar donde hay abundancia de caza.

Hasta aquí llega la parte divertida y animada de este canto de marinos. A partir de ese punto este “sea shanty” describe circunstancias más reales y más duras de lo que era la vida de un marinero o un ballenero de mediados del siglo XIX en esos bonitos -vistos desde la distancia- veleros.

Así, la segunda estrofa dice que el Philomena D sale del puerto de New Bedford en medio de la niebla y la lluvia y que las mujeres y novias de los tripulantes los despiden desde los muelles en tan incómodas condiciones climatológicas.

Las cosas no mejoran mucho a medida que el Philomena D avanza en su periplo. Dice la tercera estrofa que llegaron a la Bahía de Waitangi (en Nueva Zelanda) donde, al parecer, las ballenas abundan, pero las condiciones de los oficiales y la tripulación no son las mejores, habiéndose emborrachado con ron el patrón (“skipper”) y el contramaestre (“bosun”) y asimismo la mitad de los tripulantes.

En la cuarta estrofa la canción habla de circunstancias que recuerdan aún más a la borrasca Filomena. Así el narrador dice que el Philomena D navega en las frías aguas del invierno austral, en busca de toda clase de ballenas, desde las yubartas o jorobadas hasta las comunes

La quinta describe lo que ha hecho la singladura con el Philomena D. Dice la canción que ese ballenero era un hermoso barco, pero que dos años -sí: dos- en el mar a la busca de toda clase de ballenas, habían dejado su marca, estando su pintura, antes brillante, sucia y oscurecida…

La estrofa final saca la conclusión de lo que podía haber sido tan trabajoso viaje: el narrador nos dice que volvían a puerto y que él nunca más viajaría a una costa lejana, prefiriendo quedarse en casa junto a su familia, recordando, eso sí, sus aventuras a bordo del Philomena D

Evidentemente entre líneas podemos leer cuáles serían las razones para no querer volver a tan provechosas singladuras. Lo hemos visto muchas veces en películas como “Capitanes intrépidos” o en “El mundo en sus manos”. O en la Literatura que inspiró películas del Hollywood clásico como esas.

El Philomena D, como muchos otros barcos balleneros, tuvo, en efecto, que desgastar sus bellamente pintadas amuras en viajes arriesgados en medio de mares gélidos y embravecidos, como los que golpean el Cabo de Hornos. Es decir: viento, lluvia, gigantescas y frías olas jugando con lo que a su lado no era más que una cáscara de nuez, vientos contrarios o atravesados, el agua corriendo por los imbornales del barco mientras la cubierta oscila sobre un oleaje salvaje y parece que no hay nada más que agua -cayendo del cielo y bajo la quilla- en torno a los hombres que tripulaban navíos como el Philomena D…

Si todas esas vicisitudes meterológicas que evocan canciones como “The Philomena D”, no son bastante razón para dar nombre a una feroz borrasca como “Filomena”, este historiador no sabría decir cuál sería entonces otra buena razón para haberle buscado ese nombre a esa compacta masa de nubes que nos ha regalado un sorprendente, y también feroz, temporal…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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