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Carlos Rilova

El correo de la historia

La Historia y Bertrand Tavernier: “La Hija de D´Artagnan”

Por Carlos Rilova Jericó

El Tiempo pasa implacable y se va llevando vidas. La mayoría anónimas. Otras, las menos, mundialmente conocidas. Esta semana ha sido la del director y actor francés Bertrand Tavernier. Algo que no debería dejar indiferente a un historiador.

Principalmente porque Bertrand Tavernier amaba la Historia. Es más: le fascinaba. Y lo supo plasmar en algunas de sus películas.

Yo recuerdo dos especialmente: “La hija de D´Artagnan” y “Capitán Conan”, de la que ya hablé hace muchos años, cuando esta sección comenzó su andadura allá por el lejano año 2012, en los tiempos en los que la guerra civil siria también comenzaba su destructivo caminar que, en una década, no se ha detenido.

Así pues, dejaré aparte al “Capitán Conan” y hablaré hoy en este nuevo correo de la Historia sólo de “La hija de D´Artagnan”, que bien lo merece y, sobre todo, si se trata de rendir homenaje a Bertrand Tavernier.

“La hija de D´Artagnan” es una película sobre todo divertida pero fascinante, en la que Tavernier demostraba su completo dominio, al detalle, de su oficio de director de Cine.

En ella sacó lo mejor de muchas cosas. Por ejemplo, de sus lecturas de esa trilogía de los mosqueteros de Dumas de la que hablaba yo casualmente la semana pasada. También sacó lo mejor de Sophie Marceau como actriz.

Así es, Marceau, que interpreta a la hija de D´Artagnan, brilla durante toda la película y en un papel que, en otras manos, hubiera sido cursi, farragoso, hasta zafio, pero que, bajo la dirección de Tavernier, da lugar a una interpretación memorable.

La trama de “La hija de D´Artagnan” sabe combinar, de hecho, lo mejor del Cine europeo -con la reflexión profunda sobre las cuestiones de la vida que preocupan a los seres humanos a través de distintas épocas- con lo mejor del Cine norteamericano. Es decir, la acción.

En efecto, en “La hija de D´Artagnan” Tavernier nos habla del amor de una hija por su padre, no otro que el D´Artagnan de Dumas, y de cómo es correspondido por ese padre que es ya un hombre mayor, uno de esos héroes cansados de los que hablaba el académico Arturo Pérez-Reverte en uno de sus artículos justamente famoso.

Sobre ese leitmotiv discurre una película en la que vemos desplegarse en la pantalla, y con todo lujo de detalles, la Francia de mediados del siglo XVII. Esa época que los propios franceses conocen como el “Grand Siècle” y que, para ellos, para su identidad colectiva, es tan importante como la revolución de 1789 o Napoleón.

Y esa reconstrucción de época está hecha con un cuidado, un rigor y una riqueza de vestuarios, de escenarios… que pone a Tavernier, en efecto, a la altura de muchas producciones de Hollywood con mucho más presupuesto.

Nada de eso, sin embargo, le quita a “La hija de D´Artagnan” algo de su carácter de película “de aventuras”, de acción. No falta en ella, en efecto, nada que esperemos encontrar en una película de acción al estilo de Hollywood, pero Tavernier sabe manejar toda esa acción de una manera sutil, en la que homenajea a todos los elementos clásicos del folletín francés del siglo XIX del que derivó más tarde gran parte de ese Cine.

Así, en “La hija de D´Artagnan” tenemos virulentos espadachines que viven y mueren por la espada, que atesoran estocadas secretas y que preparan maquiavélicos planes capaces de hacer palidecer -de envidia al menos- al cardenal Richelieu o a su heredero, el también cardenal Mazarino.

Estos personajes y sus antagonistas -cuatro mosqueteros que han seguido el destino que Dumas les marcó en su famosa trilogía- por supuesto no dejan de tener encuentros constantes en los que todos y cada uno de ellos demuestran sus destrezas con esa forma tan refinada de asesinato que es un duelo a espada entre la cuarta y quinta década del siglo XVII, fecha en la que transcurre esa película de Tavernier.

En ese marco turbulento, la hija de D´Artagnan debe moverse para desmantelar una elaborada conspiración. Algo para lo que pedirá la ayuda de su padre, convertido ya en un veterano mosquetero de cana cabeza.

Con ese fin actuará la hija del famoso héroe dumasiano como una refinada señorita de la buena sociedad francesa de la época -su padre así lo ha procurado, enviándola a estudiar en un convento- pero también como lo hubiera hecho el audaz hijo que el mosquetero no llega a tener en la ficción de Dumas (a diferencia del verdadero D´Artagnan, Charles de Batz Castelmore, que tendrá de Anne de Champlecey un hijo: Louis) dando buenas muestras de lo que aprendió respecto al manejo de la espada de su padre y sus inseparables compañeros de armas.

Bertrand Tavernier, con esos elementos, compuso en “La hija de D´Artagnan” un teatral fresco de la Francia de Luis XIII y Luis XIV que es, sencillamente, memorable y una muy buena manera de acercarse a esa época.

Porque aunque Tavernier bromeaba con sus espectadores en “La hija de D´Artagnan”, constantemente, bajo esa apariencia de suave parodia, les planteaba también muchas preguntas sobre la época y sobre aquellos personajes: ¿eran reales? ¿Se comportaban así? ¿Qué parte hay de real en toda esa trama, basada en los hechos históricos, y qué parte es sólo juego del director? Son preguntas razonables porque, como digo, “La hija de D´Artagnan” tiene eso que suele llamarse “mucha verdad”.

En la película ropas, armas, escenarios, costumbres, expresiones, telón de fondo histórico… tienen, en efecto, mucha verdad. Están muy lejos de la guardarropía estridente con la que se revisten otras películas de mucho más presupuesto.

Y la autenticidad de todo esto es tal, que ni siquiera los guiños y bromas de Tavernier le quitan nada de esa verdad, de ese aspecto de sugestiva puerta de entrada al “Gran Siglo” francés. Al fascinante mundo del Barroco europeo que supieron retratar artistas como Velázquez, los Le Nain, Rembrandt, Frans Hals… y a los que también rinde homenaje Tavernier en “La hija de D´Artagnan”.

No importa, pues, que en esa película el malvado que no puede faltar en un buen folletín dumasiano (sea escrito o filmado), diga cosas tales como “¡Rediós!” para luego añadir a sus interlocutores que le perdonen el exabrupto, pues él, en realidad, detesta blasfemar. O que ese mismo malvado, el duque de Crassac, muera en escena y en los créditos finales se levante de las parihuelas en las que lo sacan del escenario y salude con una sonrisa de oreja a oreja al público al otro lado de la pantalla. O la exhibición de esgrima, casi reducida a un ballet, que hacen también al final de la película Sophie Marceau y los otros protagonistas de “La hija de D´Artagnan”.

Tavernier, como decía, era un gran artesano del Cine, un buen director de Cine francés y con él elementos tan dispares y tan difíciles de manejar, cayeron en buenas manos. Lo bastante buenas como para crear esa pequeña obra maestra que es “La hija de D´Artagnan”.

Verla, de nuevo, es, desde luego, el mejor homenaje que se puede hacer a este grande del Cine que nos ha dejado hace pocos días y que nos legó así, para siempre, algo verdaderamente valioso: el interés por la Historia, por estudiarla, por recrearla, por conocerla y contarla…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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