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Carlos Rilova

El correo de la historia

El destino fatal de un viejo reino. De la Navarra medieval a la Europa actual (1035-2021)

Por Carlos Rilova Jericó

Estuve dudando si escoger o no como tema para este nuevo correo de la Historia el asunto de Navarra que no es esta la primera ni, seguramente, la última vez que aparece en estas páginas.

Finalmente, salta a la vista, me he decidido por él. Sobre todo porque este sábado tuve que preparar un pequeño viaje a ese viejo reino en compañía de algunos amigos y amigas del Museo San Telmo de San Sebastián. Así, mientras repasaba la Historia navarra que iba a ver ese grupo ante el que, una vez más, debía yo conferenciar, me di cuenta de que el tan traído y llevado “viejo reyno” -para algunos la esencia misma de una futura Vasconia independiente- tiene una compleja y curiosa Historia.

Más allá de toda la retórica política del presente que trata de justificarse con el pasado, el asunto de Navarra es algo que, creo, a fecha de hoy, no se aprecia en su verdadero valor. Que es mucho mayor que el de, como decía, convertirla en una especie de piedra angular de una futura independencia vasca o en una comunidad autónoma española -una más de las 17- pero a su vez foral, porque su cota de autogobierno -si así se puede llamar- proviene de antiguos fueros medievales.

En efecto, si registramos monumentales libros sobre la Historia de Navarra, como los escritos a comienzos de los setenta del siglo pasado por José María Lacarra, descubrimos que el viejo reino navarro es toda una peculiaridad en Europa. Sobre todo por su desarrollo histórico.

Al principio todo fue normal en él, por así decir. Normal, desde luego, en la Europa de la caída definitiva del imperio romano o lo que queda de él.

Así, en esas latitudes “navarras”, como en otras, la administración romana colapsa, se debe aceptar la llegada y dominio de los llamados “bárbaros” -de mejor o peor grado- entre el siglo V y el VIII de nuestra era, cuando surgen nuevos reinos fundados por esos “bárbaros”. En la actual Navarra, el de los francos al Norte y el de los godos al Sur.

En medio de ambos, en el año 720, un patricio hispanorromano de nombre Jimeno, pasa por ser el fundador del que se llamará “reino de Pamplona”. Un pequeño núcleo cristiano que debe sobrevivir a la invasión árabe, convirtiéndose en un epicentro de la resistencia peninsular de todo aquel que no sea musulmán y ha sobrevivido a la debacle de Guadalete y el hundimiento del reino visigodo.

Desde ese año 720 hasta el temido año 1000, los cristianos aconchados contra los Pirineos, en torno a pequeños reinos cristianos como el asturiano o el pamplonés, resisten a la invasión árabe y comienzan a hacerla retroceder con éxito.

Una historia de éxito es, desde luego, la vida de uno de los descendientes de aquel remoto Jimeno que da comienzo al reino de Pamplona así cae el poder de los visigodos a partir del año 711.

Ese descendiente es Sancho III de Navarra, que domina sobre una vasta extensión de terreno que comprende las actuales Navarra, el País Vasco y gran parte de Castilla y Aragón.

A su muerte en el año 1035, el destino de lo que hoy conocemos como Navarra empieza a desviarse de la normalidad, de la pauta habitual en aquella Europa medieval.

Y todo, al parecer, por una cuestión de eso que llaman amor paterno-filial. Es decir, porque Sancho III decide dividir sus vastas posesiones entre sus hijos. Y no sólo entre los legítimos sino también entre los ilegítimos. Así da a Ramiro, uno de esos ilegítimos, todo un reino, el de Aragón, que crea para él ex profeso

Se consolidan así, a partir de la muerte de Sancho III, los reinos rivales de Navarra, que serán Castilla y Aragón. Tras esto hay cuatro siglos largos de guerras, encuentros y desencuentros entre esos reinos gobernados por parientes más o menos lejanos, pero con una idea muy clara sobre que, finalmente, sólo ha de quedar uno de ellos en pie y ese vencedor se ha de llevar todo el botín territorial. Uniendo y soldando tenencias y provincias que en su día formaron aquella gran Navarra que Sancho III decidió dividir, creando -seguramente sin darse cuenta y con la mejor intención- las coordenadas históricas que hicieron que Navarra no pudiera subsistir como entidad independiente como sí lo han hecho otros viejos retazos de la Europa medieval que aún caminan por su propio pie en el siglo XXI. Como Liechtenstein, el ducado de Luxemburgo, la República de San Marino o el Principado de Mónaco…

En efecto, la Navarra reducida tras la aparición y consolidación de Aragón y Castilla después del reparto de 1035, necesita entrar a jugar fuerte con alianzas poderosas en la Europa de la época.

Es así como dinastías provenientes de la Francia actual, como la de los condes de Champaña, toman control del reino. Se trata de familias que, para terminar de complicar el cuadro, a su vez buscan alianzas -al filo del siglo XII y XIII- con personajes tan sonoros en la Historia como Leonor de Aquitania o su famoso hijo Ricardo Corazón de León.

De toda esa alta política poco sacara en definitiva Navarra. A finales del siglo XV esas connivencias con la corona francesa, sostenidas desde el siglo XII, la convierten en un grave problema para una Castilla en expansión que busca, además, soldar toda la Península bajo un único cetro, al unir Aragón y Castilla y sojuzgar a los últimos reinos taifas donde sobreviven los invasores musulmanes.

En esas fechas, 1490, 1500, 1512… Navarra, la Navarra peninsular es, en efecto, todo un problema porque es una cabeza de puente francesa clavada en el costado septentrional de un conglomerado, el castellano-aragonés, que aspira a esa supremacía territorial sobre toda la Península…

Así, como Cartago en tiempos de la República romana, Navarra debía ser destruida, al menos como reino independiente dentro de esa Península Ibérica. Una tarea bastante sencilla para un monarca, Fernando de Aragón, que, se dice, inspiró a Maquiavelo “El Príncipe”. Ese manual de supervivencia -al coste que fuera- en las revueltas aguas de la Política renacentista europea.

El año 1512 sellaría ese destino que Sancho III había puesto en la senda de la Historia futura al dividir en varios reinos todo lo que había acabado siendo agrupado en torno al primigenio reino de Pamplona.

A partir de entonces Navarra siguió existiendo. Como reino independiente posteriormente asociado a la corona francesa en su territorio más allá de los Pirineos. Y como parte del vasto conglomerado castellano-aragonés en el caso de la más extensa zona peninsular, que no consiguió sobrevivir como reino, principado, ducado… a diferencia de otras entidades mucho más pequeñas como Luxemburgo o Mónaco.

¿Podría haberlo conseguido? Seguramente no. Algún elemento de los que permitieron sobrevivir a esos actuales microestados, debió faltar a aquella Navarra aún poderosa y grande en 1512. Desde luego en ese año no tenía la unidad de acción necesaria ante un enemigo común que sí tuvo Suiza -la Antigua Confederación tan parecida en muchas cosas al viejo reino de Navarra- al estar en una encrucijada estratégica entre varios estados más poderosos y grandes que ella.

La conclusión que podemos sacar es que Navarra tal vez habría sobrevivido, como la Antigua Confederación Helvética que dio lugar a la actual Suiza, de haber podido oponer un único frente a sus oponentes castellanoaragoneses en 1512. Pero eso era tal vez demasiado pedir para aquel antiguo reino en aquellas fechas… Y así las cosas, así fue como se escribió esa curiosa Historia. La de un antiguo gran reino medieval que no pudo sobrevivir como ente independiente donde otros pequeños estados de similares orígenes y circunstancias -como Mónaco o Luxemburgo- sí lo consiguieron. Hasta hoy mismo al menos.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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