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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia verdadera del caballero Francisco de Hadoque (A. D. 1698)

Por Carlos Rilova Jericó

Como ya estamos en pleno verano voy a traer a colación al correo de la Historia, asuntos históricos, claro está, pero digamos un tanto más ligeros, relacionados con las cuestiones de ocio del que, al menos en teoría, se supone disfrutamos en estos meses.

Cosas, por ejemplo, como vacaciones junto al mar y lo que antes solía llamarse “tebeos” o “cómics” y ahora han sido ascendidos a la categoría de sesudas novelas gráficas.

Sin ánimo de hacer una serie regular, hablaré así en estas semanas de varios cómics francófonos -pero ya traducidos al español- que giran en torno a la Historia naval. Y más concretamente a la francesa.

Empezaré hoy con cierto personaje que, desde que supe de él cuando todavía era un crío, allá a finales de los felices años setenta del siglo pasado, me pareció verdaderamente interesante.

Se trata del que el dibujante belga Hergé llamó “caballero Francisco de Hadoque”.

Es decir, un ancestro del famoso capitán Haddock, compañero inseparable de Tintín, que permite a su atrabiliario descendiente hacerse con una considerable fortuna, rescatada del pecio del barco de Su Majestad Cristianísima El Unicornio.

Creo que la Historia es bien conocida, pues ha pasado al Cine recientemente en la película de animación que realizaron mano a mano Steven Spielberg y Peter Jackson y en la que se condensan varias aventuras de Tintín relacionadas -o no- con el asunto de ese barco de guerra y su comandante, el caballero Francisco de Hadoque, digno ancestro del capitán Haddock.

Como decía, el caballero de Hadoque se quedó conmigo desde que era un chaval que ya empezaba a plantearse en qué parte de la Historia se colocaba cada uno de los personajes que saltaban a su vista desde las páginas de los libros o cómics que leía.

Así el caballero de Hadoque fue una presencia difusa pero persistente que me venia a la memoria cada vez que aparecía algún asunto relacionado con sus circunstancias. Por ejemplo cuando estudiaba en la carrera los avatares de Luis XIV y su política belicista. Allí estaba el recuerdo del caballero de Hadoque, porque Hergé había sabido describir muy bien al personaje, a su época. A pesar de que, como todo en Tintín, pudiera parecer, a primera vista, algo esquemático.

Así es. Francisco de Hadoque, orgulloso capitán de mar y guerra al mando de El Unicornio, navío de Su Majestad Cristianísima, era un perfecto ejemplo -aun en formato de cómic de la llamada “línea clara”- de uno de esos oficiales de la Marina Real francesa que Luis XIV -como se nos explicaba en las clases de la universidad- se dedicó a fortalecer y convertir en uno de sus instrumentos bélicos más eficaces para dejar las cosas bien claras a sus rivales. O siquiera a aquellos que osasen desafiar su autoridad.

De ello pueden dar fe ciudades tan distantes como Génova o la actual Hondarribia (en aquel entonces tan sólo Fuenterrabía).

Ambas ciudades sufrieron bombardeos de navíos de guerra muy similares al ficticio El Unicornio, porque osaron desafiar a Luis XIV. La ciudad guipuzcoana disputándole el dominio sobre ambas orillas del río Bidasoa. Génova, conviene no olvidarlo, porque esa pequeña república italiana era aliada de la católica majestad del rey de España, feroz rival en la época de su primo Luis XIV…

Sí, esa era la “Royale”, la Armada del Rey Sol que surcó los siete mares comunicando, por las malas, el alcance de la majestad de Luis XIV -como supieron genoveses y hondarribiarras- pero que también corrió grandes y límpidas aventuras cabeceando sus proas y aguantando vientos sus velas sobre mares tan lejanos unos de otros como el Atlántico, a la altura de la Nueva Francia -hoy conocida simplemente como “Canadá”- o las del Índico. Allí donde el Rey Sol buscaba tierras, aliados, oro…

Y es ahí, en esa parte más aventurera, más limpia si se quiere, de la Historia naval francesa, donde Hergé sitúa al caballero Francisco de Hadoque. Un tipo de una pieza -como su digno vástago, el capitán Haddock- que, muy probablemente se hubiera negado a bombardear a la casi indefensa Génova y hasta hubiera considerado en su fuero interno -con algo de ron ya estibado en el estómago- que su rey, haciendo cosas así, bien podía ser llamado botarate, bravucón y azotacalles y algún que otro pintoresco insulto más de esos que tanto parecen gustar a la familia Haddock…

Este carácter tan recto y tan directo del caballero de Hadoque tendrá que desafiar en dos episodios sucesivos de la serie de Tintín -“El secreto del Unicornio” y “El tesoro de Rackham el Rojo”- a ese insidioso pirata -Rackham el Rojo- que asaltará su hermoso navío de guerra tras un épico combate naval -con los gritos de rigor: ¡zafarrancho de combate! ¡Al abordaje!, etc.- humo de pólvora, cañonazos donde se pone a prueba la disciplina y entrenamiento de los marinos franceses y, cómo no, un épico combate a espada entre ambos capitanes que, oh fatalidad, gana el villano Rackham el Rojo.

Pírrica victoria porque, como decía, el caballero Francisco de Hadoque se comporta como tal y, maldiciendo a Rackham con todo el trapo suelto, como un buen Haddock, hará saltar en pedazos El Unicornio, dejando al siniestro pirata con un palmo de narices, a su navío cargado de oro y piedras preciosas en el fondo del mar y una gran misión de búsqueda del tesoro perdido a sus herederos.

Esto es, al capitán Haddock que sigue fielmente la tradición familiar en todos sus aspectos -gusto por la bebida y el insulto en avalancha y pintoresco, carrera en la Marina…- que, por supuesto, en compañía de Tintín, estará a la altura de la misión. Revindicando así el noble proceder del caballero Francisco de Hadoque, acabado ejemplo de los oficiales navales que hicieron de Francia una gran potencia. Tanto en tierra como en el mar.

Aquel mismo que soñaron con dominar pero que sólo lograron disputar durante cientos de años con españoles y británicos. Aparte de con piratas como los que inspiraron a Daniel Defoe su famosa “Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas”. Empezando por el Rackham que da nombre al oponente del caballero de Hadoque.

Una historia que terminará con la alianza final de esos tres países en diversas organizaciones internacionales frente a otros enemigos mayores. Algo que, sin duda, habría hecho exclamar al capitán Francisco de Hadoque, tambaleándose junto al timón de un nuevo barco bajo su mando y calentándose el cuerpo con algo de ron: “¡Mil bombardas! ¡¿para eso volé yo el navío de Su Majestad El Unicornio!?”.

Pero seamos comprensivos con el buen caballero Francisco de Hadoque pues él, como decía, era un tipo de una sola pieza y las sutilezas de la Alta Política siempre se le escaparon. No podía ser de otro modo, pues un buen capitán de la Marina Real  francesa de Luis XIV sólo debía saber esquivar bajíos y escollos, mantener en orden, dispuestas y con las chazas zafas todas las baterías de su barco y explorar y calcular bien la ruta por mares en calma o por otros que hacían crujir la arboladura y levantaban contra sus mascarones de proa olas grandes como montañas que amenazaban con mandarlos al seno de Neptuno… Que así, y gracias a oficiales como los caricaturizados en el caballero de Hadoque, fue como se hizo esa parte de nuestra hoy común Historia de Europa…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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