Por Carlos Rilova Jericó
Se acerca el otoño, evidentemente, pero creo que aún queda bastante verano como para seguir hablando de Historia marítima -como lo he hecho en otros correos de la Historia recientes- mientras se acerca el fin del año 2021. Lo que nos lleva, lógicamente, al 2022, en el que, se supone, se va a celebrar un hecho capital en ese ramo de la Historia. No otro que la culminación del malavenido quinto centenario de la primera vuelta al Mundo. Iniciada por Magallanes y acabada por Juan Sebastián Elcano, una vez que el portugués al servicio de Carlos I de España y V de Alemania -según la fórmula habitual- tuvo que ser reemplazado por aquel navegante guipuzcoano.
Sin duda se trata de un asunto de gran magnitud, por más que haya hecho surgir unas disensiones de preeminencias nacionales que, vistas desde el punto de vista del historiador, son algo absurdas. Por más que éste sea el signo de estos tiempos.
Sin embargo, y más allá, mucho más allá, de esas rencillas sobre si los portugueses han dado más importancia a “su” Magallanes que a “nuestro” Elcano, o que si Elcano era “español” o sólo vasco (una cuestión también absurda para gente como ese getariarra nacido a finales de la Edad Media), habría muchas más cosas que contar. Algunas que estas conmemoraciones centenarias suelen dejar arrumbadas, ocultas entre el ruido y la furia que, como vemos una vez más, despiertan estos eventos.
Es el caso del porqué de aquel gran viaje. Un asunto fundamental pero que parece haber miedo a la hora de sacar a colación. Como si la severa mirada del Elcano que inmortalizó Zuloaga, prohibiera hacer especulaciones al respecto.
Porque hubo un porqué. Y es importante, tal y como se comentaba ayer mismo en una conferencia impartida por el académico Iñaki Garrido Yerobi, en el marco del ciclo de primer domingo de mes que organiza la Asociación de Amigos del Museo San Telmo en ese museo de San Sebastián y al hilo de la exposición que esa institución va a poner en marcha para conmemorar ese quinto centenario de 1522.
Sí, es importante saber de ese “porqué” porque Magallanes no obtuvo, así como así, el apoyo financiero que le negaron en su Portugal natal, en la avisada corte del emperador Carlos V. El caviloso flamenco, heredero de vastos territorios en Europa y al otro lado del Mar Tenebroso -el que ahora llamamos Océano Atlántico- no gastaba un solo maravedí sin tener en cuenta qué beneficio saldría de él. En muchos aspectos podía ser un caballero medieval pero -ya lo han contado sus múltiples biógrafos- era también un hombre del Renacimiento en el que los cambistas pintados por Van Eyck empezaban a llevar las riendas de todo, calculando la obtención de un máximo beneficio con un mínimo de gasto o inversión.
Eso es lo que había más allá de que lo que hicieron Magallanes y Elcano, fuera una verdadera odisea. Pues su objetivo era, aparte de explorar un planeta aún desconocido, encontrar una ruta viable a las zonas donde se podían conseguir las imprescindibles especias con las que alimentar a una Europa casi siempre hambrienta. Necesitada de esos condimentos siquiera para conservar largo tiempo la carne.
Así, lo que quedó después de que los supervivientes de la expedición arribasen a Sanlúcar de Barrameda y desembarcasen en Sevilla el 8 de septiembre de 1522, fue más, mucho más, que la admiración ante aquellos hombres que, con un barco que apenas flotaba ya, bajan a tierra a cumplir sus votos por haber conseguido llegar a puerto.
Así es. Lo podemos percibir leyendo muchos libros, pero quizás uno de los más impresionantes es el “Libro de las maravillas del Oriente lejano” del profesor Emilio Sola, publicado ya hace muchos años en una editorial -la Nacional- que se iba a quedar obsoleta en ese año 1980 en el que la democracia se consolidaba en España y barría con un pasado que incluía a esa entidad, creada por el Falangismo intelectual, que, más allá de la “dialéctica de los puños y las pistolas”, también existió. Y justo es reconocer que, de mano de sus herederos, dejó atrás admirables piezas como esta colección de textos heterodoxos y marginados en la que incluyeron ese de Emilio Sola.
Es un libro interesante, por supuesto. Y también algo perturbador, porque ya hace más de cuarenta años el profesor Sola -hoy con un largo currículum en estudios orientales, iniciado en los años sesenta del siglo pasado- recordaba con él una Historia que existió pero que, como decía, ha quedado eclipsada por los acontecimientos de 1522, por la heroicidad de Elcano y sus supervivientes que, sin embargo, traían las bodegas llenas de especias. Que era lo que en definitiva se había ido a buscar.
En efecto, el “Libro de las maravillas del Oriente lejano” recoge una parte de esa historia poco conocida a través de una impresionante cantidad de documentos de archivos de estado españoles. Como el de Indias en Sevilla, el de Simancas, el Histórico Nacional, la Biblioteca de la Real Academia de la Historia o la del Palacio de Oriente.
Así el profesor Sola Castaño ha reunido gran cantidad de información sobre cómo, una vez establecida la corte española en las islas que se llamarán Filipinas en honor a Felipe II (y que son descubiertas por la expedición de Magallanes-Elcano), ésta busca todos los medios para evitar ser desalojada de allí. Porque ese era un punto fundamental para controlar un flujo comercial que, se veía claro ya, era una inmensa fuente de riqueza. Empezando por las especias que la Magallanes-Elcano había ido a buscar.
A ese respecto es muy reveladora, por ejemplo, la primera carta, con fecha de 1582, que examina este “Libro de las maravillas del Oriente lejano”. En ella se describe al virrey de México los diversos combates que dirige el capitán Juan Pablos de Carrión en ese año de 1582 al frente de una armada formada por el navío San Iusepe, una galera capitana y cinco fragatas fletadas para combatir a los “japones” (es decir, japoneses) que se habían infiltrado en Luzón, doblando el cabo Bojeador. Allí el capitán Carrión tendrá que afrontar un denodado abordaje de los “japones” a los que ataca sin pensar dos veces con la galera capitana, abatiéndoles el palo mayor. A lo que dichos “japones” responden echando “un garfio” a la galera y abordándola con doscientos hombres armados con picas y protegidos con las que el documento llama “coracinas”. Mientras sesenta arcabuceros hostigaban a los españoles desde el barco japonés…
La tripulación de la galera se defenderá bien. Tanto que da tiempo a que el San Iusepe se abarloe con ellos y acabe el trabajo usando su Artillería, hasta que los japoneses, que luchan valientemente -según observa esta carta- se rinden cuando -curiosa casualidad- sólo quedan dieciocho de ellos vivos.
El documento y el resto de este “Libro de las maravillas del Oriente lejano” señalan más incidentes como ese, recogiendo interesantes detalles sobre los planes de invasión japonesa de Corea, el comercio que llega de esas islas, incluidas unas extrañas espadas llamadas “catanas”…, seda, cobre y muchas otras materias que los españoles que se han arraigado en Filipinas consideran fundamentales.
Tanto como para que se ponderen los excesos de valor de capitanes como Juan Pablos de Carrión, cuyo arrojo, sin embargo, como alerta su panegirista -Juan Bautista Román- no es bastante para defender Filipinas y la ruta al Maluco… Es decir: las Molucas, uno de los objetivos de la expedición Magallanes-Elcano. Dejando así claro tanto al virrey de México como a nosotros -habitantes de su futuro- lo que realmente estaba en juego en 1582, años después de que Elcano consiguiera culminar esa primera vuelta al mundo que este miércoles cumple 499 años y que, como vemos, en magníficos trabajos como este “Libro de las maravillas de Oriente lejano”, no se dio para nada, sino para conseguir bienes (las famosas especias) tan vitales como hoy lo serían para nosotros el petróleo o el coltán… He ahí pues la importancia de libros como éste tan bien editado por el profesor Emilio Sola Castaño en el año 1980…