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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historias de brujos para el Día de Todos los Santos. El curioso caso de John Godfrey (1658-1669)

Por Carlos Rilova Jericó

Más allá de toda la polémica que suscita la adopción, ya frenética, de la costumbre norteamericana del “Halloween” en el Puente que antes llamábamos de Todos los Santos, el historiador tiene que puntualizar algo sobre esa cuestión.

Para empezar que esas fechas de Difuntos, antes de que llegase el marketing de “Halloween”, ya eran fértiles en cuestiones de miedos, aparecidos, fantasmas, brujas, etc… Nada, pues, parece haberse inventado a ese respecto con esta moda importada desde Estados Unidos.

Den un repaso a las “Rimas y leyendas” de Bécquer y verán que, en efecto, nada tienen que envidiar a los guiones más “gore” del Hollywood actual. Es el caso, por ejemplo, del relato “El monte de las ánimas”.

El “Don Juan Tenorio” de otro gran romántico español, José Zorrilla, es otro buen ejemplo. Era costumbre -no sé si todavía hoy- representar esa obra de teatro, que data de 1844, en estas fechas y, desde luego, cuando la Televisión llegó a este país, también fue costumbre retransmitirla en la víspera de Todos los Santos o al día siguiente.

Eso, parece ser, se había convertido en algo tan tradicional como el dulce de los llamados “huesos de santo” y los buñuelos que, por cierto, se siguen vendiendo en estos días con el mismo ahínco que máscaras y disfraces de clara inspiración norteamericana.

Así que, supongo, no habrá nada malo en que cuente hoy en este correo de la Historia una historia de brujos -que no de brujas- esperando que esto no se considere una cesión a una moda importada de Estados Unidos que, en realidad (habrá que decirlo una vez más), no ha hecho sino devolvernos comercializada una tradición que venía de la misma Europa católica. Concretamente de los emigrantes irlandeses que hiperdesarrollaron en Estados Unidos la Noche de Samaín celta. Una tradición cristianizada como muchas otras reminiscencias de ese mundo que compartimos entre esa isla y esta península.

Y es que estas historias de brujas, aparecidos, noches de Samaín… pasadas por el filtro de la sociedad industrial norteamericana y similares, a veces, están llenas de paradojas inesperadas. Unas que nos demuestran que lo que nos parece tan ajeno, tan propio de una cultura que nos querría invadir, no es al final sino algo que es parte de una cultura común. La cristiana para más señas que compartimos a ambos lados del Atlántico y desde hace varios siglos.

La historia del brujo (presunto) del que quería hablar hoy es una buena prueba de eso mismo y es que se trata de un supuesto hechicero de origen anglosajón, lo cual lo hace aún más oportuno para esta ocasión.

Su nombre era John Godfrey y en la recopilación realizada por el profesor David D. Hall de casos de Brujería que fueron llevados a los tribunales en la puritana Nueva Inglaterra del siglo XVII (una de las principales fuentes de inspiración para Halloween), ocupa un buen número de páginas (de la 114 a la 133) de ese libro titulado “Witch-hunting in Seventeenth-Century New England. A Documentary History 1638-1693”, publicado por la Northeastern University Press de Boston en 1999.

El capítulo que el profesor Hall dedica a John Godfrey -el número 7- tiene un título revelador que traducido sería: “Los muchos acusadores de un hombre (1658-1669)”.

Es revelador ese título porque, en efecto, como se ve por las fechas que abarca, John Godfrey, que llega a América hacia 1630 y muere hacia 1675, pasará más de once años de tribunal en tribunal por acusaciones que vierten contra él muchos de sus vecinos.

Según lo que recoge el libro de David D. Hall, Godfrey, un simple pastor, un hombre de baja condición social, tenía bastante talento, sin embargo, para irritar a sus vecinos de moral más estricta y meterse en diversos conflictos por su comportamiento algo áspero y maleducado.

Entre esas acusaciones una de las más llamativas (y oportunas para el caso que nos ocupa hoy), era la que -hacia 1659- se dieron mucha prisa en poner en conocimiento del tribunal del condado de Essex dos de esos vecinos -Charles Brown y su mujer- que aseguraron haber visto a John Godfrey no taparse la boca cuando bostezaba, descubriendo así el señor Brown (o eso decía) un pequeño pezón bajo esa descarada lengua que Godfrey no tenía inconveniente en mostrar cuando bostezaba…

Quizás nos preguntemos si aquellos tribunales coloniales norteamericanos, tan puritanos, tan temibles, de horca y hoguera tan fáciles como las de nuestras inquisiciones católicas, también condenaban por lo que tan sólo parecía una falta de educación y una pequeña deformación en la boca…

Craso error creer que esas dos circunstancias aventadas por Charles Brown y su mujer eran una auténtica bobada, como lo parecen a nuestros ojos contemporáneos. La acusación contra John Godfrey era verdaderamente grave, porque en la sociedad cristiana del siglo XVII bostezar con la boca abierta no era sólo un síntoma de pésima educación… sino señal de estar poseído por el Diablo o vendido a él. Algo que se corroboraría por la presencia de ese extraño pezón en la boca de John Godfrey, que era otro signo de familiaridad con el Diablo… pues con él, se creía, brujos y brujas alimentaban a sus demonios familiares. Esa especie de sirvientes que el Demonio les entregaba a cambio de su alma…

Así es. En la época, en la Europa cristiana, se creía que, si se abría la boca y no se tapaba, el Demonio entraría por esa vía abierta al cuerpo y así se apoderaría del alma que había en su interior, poniendo al desdichado o desdichada que tal falta cometiera a su absoluta disposición. Sin siquiera ser necesario que acudiera a jurarle lealtad y a pisar la Cruz en el aquelarre o Sabbath.

Esa era la gravedad de la acusación contra John Godfrey. Bostezaba con la boca abierta, sin taparla con la mano (como siguen haciendo las personas bien educadas todavía hoy). Por lo tanto se podía deducir de esto que ya debía estar en poder del Diablo, pues nada le importaba que éste pudiera entrar por la indiscreta abertura donde, además, se veía el sospechoso pezón para alimentar a los “imps” o demonios familiares….

¿Era todo esto otro error, uno más, de aquellos herejes protestantes cuyos descendientes parecen ahora querer plastificarnos y banalizarnos días como el de hoy? Nada más lejos de la realidad. Los católicos del siglo XVII compartían esas mismas creencias. Sobre todo por lo que respecta a los bostezos…

De hecho, en el habla popular y literaria del Siglo de Oro español se aludía a cosas tales como tener el hambre bien santiguada. Con esa expresión se daba a entender que quienes pasaban hambre y, por tanto, bostezaban (es conocido ese efecto secundario del hambre en sus comienzos) se santiguaban la boca (en lugar de tapársela) precisamente para poner coto al Maligno y que no aprovechase la infeliz circunstancia para entrar en el cuerpo y apoderarse de las almas de aquellos cristianos hambrientos…

Así pues, como espero que hayamos visto por la simple unión de estas dos historias del Barroco tanto protestante como católico, nuestras tradiciones no son tan diferentes ni tan separadas como pudiéramos creer. Algo sobre lo que quizás podamos reflexionar en este nuevo Día de Todos los Santos, o “Hallowmas”, meditando sobre la historia del imprudente John Godfrey, señalado como más que presunto brujo, por no haber tapado, o santiguado, su boca cuando bostezaba, en la Nueva Inglaterra de 1659…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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