Por Carlos Rilova Jericó
Últimamente he estado releyendo, por cuestiones profesionales, algunos de los textos que se sacaron, a toda máquina, para la conmemoración del 200 aniversario de la Batalla de Waterloo, en 2015. Y otros, como “La batalla. Historia de Waterloo” del ya muchas veces aludido en el correo de la Historia Alessandro Barbero.
Esa obra verdaderamente magna sobre ese acontecimiento y otras dos que sí fueron editadas en 2015 ex profeso para ese bicentenario, especulaban, de un modo u otro, con el famoso “what if…” o traducido “¿qué hubiera pasado si…?”. En este caso si el emperador Napoleón hubiera ganado la Batalla de Waterloo aquel 18 de junio de 1815.
Las divergencias entre esos tres autores -el novelista Bernard Cornwell, el historiador militar Gordon Corrigan y el profesor Alessandro Barbero- son notables.
La opinión de Barbero es que, aunque Napoleón hubiera vencido en Waterloo, hacia mediados del siglo XIX las cosas hubieran seguido un rumbo más o menos similar al que siguieron en nuestra línea temporal no alternativa.
Así pues, independientemente de que la carrera de Wellington acabase mal por esa circunstancia, Gran Bretaña -siempre según la opinión del profesor Barbero- se habría convertido en potencia hegemónica. Y en un momento determinado esa hegemonía le hubiera sido disputada por una Alemania unificada…
Duda, eso sí, Alessandro Barbero de que las ideas liberales hubieran sido tan perseguidas en toda Europa como lo fueron en nuestra realidad no alternativa a causa de la Santa Alianza y que así la revolución de 1830 no habría llegado a tener lugar. Y, habría que añadir, tampoco las de 1820, empezando por la española…
El comandante Gordon Corrigan es mucho menos conservador en su contrahistoria de Waterloo. Así en la parte final de “Waterloo. Una nueva historia de la batalla y sus ejércitos” opina que si Napoleón hubiera ganado la batalla, los británicos, probablemente, se habrían retirado apresuradamente para seguir la lucha por otros medios, pero manteniéndose a distancia del continente. Considera también que Napoleón podría haberse consolidado en Francia y así haber logrado una Unión Europea 150 años antes de la que luego se formó, pero unificada, eso sí, bajo bandera, moneda, etc… de cuño francés.
Coincide el comandante Corrigan con Barbero en que un triunfo eventual de Napoleón en Waterloo hubiera sido beneficioso para los liberales, haciéndose eco, según parece, de la línea de pensamiento que podemos llamar “stendhaliana”, que en “La cartuja de Parma” -de la que se ocupó este mes de junio otro correo de la Historia- repite machaconamente esa idea. Evidentemente con conocimiento de causa, aprendido por Stendhal en las reuniones de liberales italianos que, como su Fabrizio del Dongo, veían en Bonaparte, todavía, a un héroe revolucionario en la época de Waterloo…
Bernard Cornwell, por su parte, ni siquiera se plantea un verdadero “what if…” en su “Waterloo”. Para él esa es una batalla decisiva, un punto de inflexión histórico que no podría tener otro desenlace. Salvo el de elevar a Wellington a la categoría de casi héroe olímpico (a ello ha dedicado buena parte de su vida y obra Cornwell) y la de que Gran Bretaña recuperase el terreno perdido en la guerra revolucionaria norteamericana, ganada por franceses y rebeldes americanos nos dice, pero olvidando mencionar a los españoles que, sin embargo, también contribuyeron significativamente a ello…
Un olvido revelador este del libro de Cornwell sobre Waterloo, pues nos delata algo de lo que adolecen todas esas interpretaciones sobre un fin alternativo a esa batalla.
A saber: ninguna de ellas especula poniendo su atención en los acontecimientos que se desarrollan en el Sur de la península europea al mismo tiempo que en Waterloo.
Así es. Si nos situamos en un 18 de junio de 1815 alternativo, en el que las tropas de Wellington deben retirarse apresuradamente hacia los puertos belgas para no sucumbir, habría que tener en cuenta -y mucho- lo que se estaba preparando en el Sur de Europa, en la frontera de los Pirineos, en esos momentos.
Para esas fechas -en nuestra realidad no alternativa- ya empezaban a darse órdenes de movilización en esa España dirigida por un Fernando VII tan laberíntico como siempre, que atendía benévolo las peticiones de ayuda de sus parientes fugitivos de la Francia otra vez bonapartista y, al mismo tiempo, trataba de otear al horizonte por encima de ellos para saber a qué carta -ganadora por supuesto- quedar.
Y eso, saber quién iba a ser el caballo ganador en ese 1815 alternativo que nos proponen los libros de Corrigan y Barbero, no habría sido tan fácil como ellos lo hacen parecer. Y menos si tenemos en cuenta lo que ocurría en el Sur de Europa en el 1815 real y que yo describí en 2015, entre otros trabajos, en el ensayo titulado “El Waterloo de los Pirineos”.
Así es, en unas circunstancias alternativas como las propuestas por esos autores, con una Séptima Coalición flaqueando por la derrota de Wellington, ¿qué podría haber pasado en esa España que ya -si bien con gran lentitud- desplazaba tres ejércitos hacia los Pirineos, donde apenas 6000 hombres de Bonaparte, repartidos en dos ejércitos, se les podían enfrentar?
Los británicos, probablemente, no habrían dado tiempo a Fernando VII a pensar alternativas. Es muy probable que sus tropas reembarcadas en Bélgica hubieran acudido a reforzar, rápidamente, a las del Ejército que O´Donnell iba a concentrar -y realmente concentró en nuestra realidad no alternativa- en torno al Bidasoa y de allí repartirse hacia los Pirineos aragoneses y unirse al Ejército de Cataluña que mandaba Castaños y que, en nuestra realidad, se encontró con las puertas del Midi francés abiertas y una numerosa población antibonapartista que lo recibió con vivas al vencedor de Bailén…
Es más que dudoso que en un 1815 alternativo, con Napoleón victorioso, esas circunstancias tan favorables para que prusianos, austriacos y rusos no flaqueasen pese a la derrota en Waterloo, fueran desaprovechadas por unos británicos, y especialmente un Wellington, que no iban a permitir que se les escapase una victoria total sobre Francia en el último momento y por un resbalón circunstancial en el barro de Waterloo.
Así pues, dadas esas circunstancias -totalmente reales en nuestro 1815 no alternativo- es, en efecto, dudoso que una imaginaria victoria de Napoleón en Waterloo hubiera cambiado poco más que una prolongación de las guerras napoleónicas y el nombre del lugar donde se daría la batalla definitiva contra el emperador. Que bien podría haber sido Bayona, Burdeos, o algún otro lugar del Sur de Francia…
Claro que en Historia alternativa todo puede ser posible. Quizás los reflejos y la astucia no hubieran fallado a Napoleón y la misma noche de 1815 en la que sus tropas victoriosas arrasaban Bruselas (tal y como estaba previsto) hubiera despachado ya órdenes para tantear una tentadora alianza francoespañola y así repartirse el pastel de Europa en la misma cara de un Congreso de Viena en abierta y apresurada retirada hacia Transilvania o las estepas rusas. Sin duda era la mejor opción a fin de evitar al Corso una nueva “maldita guerra de España”. Esa a la que siempre culpó de su desastre final.
¿Hubiera picado tan sabroso anzuelo y cebo el “deseado” Fernando VII? Quién sabe, en Historia alternativa, en efecto, todo es posible. Y más si es probable. Absolutamente todo… Hasta una Europa unida de talante liberal-conservador en torno a un eje francoespañol y una Gran Bretaña convertida en la Irlanda de ese sistema continental repartido entre un Fernando VII casado, al fin, con una Bonaparte (tal y como pretendió en nuestra realidad no alternativa hasta 1814) y el emperador que habría salvado los muebles del Imperio en ese 18 de junio de 1815 alternativo en el que ganó otra gran victoria. Esta vez en los campos de Waterloo…