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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de las epidemias. Pasadas y ¿futuras? (1348-2022)

Por Carlos Rilova Jericó

Dentro de los escándalos habituales en las redes sociales, especialmente en la siempre polémica Twitter, la semana pasada volvió a brillar, otra vez, Bill Gates. Alguien que en los últimos dos años ha adquirido un anómalo relieve mediático debido a la epidemia del llamado COVID-19.

El revuelo esta vez ha venido de que el magnate informático y hoy filántropo terapéutico, ha afirmado, de nuevo, que esta epidemia acabará pronto, pero que habría otras epidemias globales a futuro que serían aún más terribles y mortíferas…

He podido recoger respecto a esas palabras, tanto en redes sociales como por la calle, bastante ira y rabia y risas amargas y sarcásticas. Reacción que comprendo perfectamente, pues como practicante, desde hace décadas, de una ciencia social como la Historia, no alcanzo a comprender cómo ha podido el señor Gates afirmar tal cosa. O si realmente esas han sido sus palabras. O si tal vez la Prensa que una vez más le daba tribuna y voz, había transcrito mal sus declaraciones.

Siento -y temo- tener que arriesgarme a ser el niño que señala que el emperador no lleva puesto traje nuevo alguno, pero es que detrás de esas palabras tan livianas -y tan peligrosas- es imposible que haya verdadero fundamento científico. Tal y como ha denunciado en la Eurocámara el diputado Mislav Kolakusic.

Efectivamente desde el punto de vista de una ciencia social como la Historia esa declaración es, lo siento una vez más, una solemne aberración. No resiste, desde luego, el menor análisis comparativo con los datos históricos de que disponemos.

Tomemos el caso de la famosa Peste Negra. Esa enfermedad “exportada”, por así decir, a Europa desde su endémico foco asiático -principalmente chino para ser más exactos, como bien sabrá, o debería, la también hoy tan aludida OMS- y que a partir del año 1348 se convirtió en una pandemia en toda regla. Especialmente en Europa, donde mató, como tiene por costumbre esa enfermedad, de manera rápida y fulminante desde sus inicios en 1347 hasta, en distintos intervalos decrecientes, el año 1353. El resultado fueron decenas de millones de muertos.

Si alguien, como hoy el señor Gates, hubiera dicho en 1349 o 1350 que aquel castigo divino -tal y como se consideraba exclusivamente en la época- se iba a repetir a futuro en formas más pandémicas y más terribles… ¿habría acertado como aquellos flagelantes y participantes en las danzas macabras que, traumatizados por el fulminante fenómeno, ya eran incapaces de concebir un mundo normal en el que no habría enfermedad ni plaga?

Ciertamente no. Quien hubiese afirmado con rotundidad hacia 1349 o 1350 que vendrían más y más terribles pandemias como la iniciada en 1347, se habría equivocado estrepitosamente.

Hubo nuevas plagas de peste. Eso lo sabemos con sólo consultar cualquiera de las numerosas listas que hay sobre ellas. Así en 1596 se dio la llamada Peste española que duró hasta 1600 más o menos. Pero no fue una pandemia. Lo mismo ocurrió entre 1656 y 1657 con la llamada Peste de Nápoles, que se entreveró con la Gran Peste de Londres de 1665 a 1666 y con la Peste de Marsella que, en sucesivas oleadas entre 1720 y 1723, sembró la muerte en esa ciudad francesa -por millares, en cuestión de horas, de días, medidas esas muertes no en “incidencia acumulada”, sino en fosas comunes con cadáveres a centenares metidos en cal viva- y una alarma general en toda Europa de la que los archivos bien surtidos, como es el caso de los vascos, dan buena fe en diversa documentación.

Por ejemplo la del Archivo General guipuzcoano, donde hay documentos como el
JD IM 1/19/27, o el JD IM 1/19/28, que recogen eficaces indicaciones para evitar, entre 1720 y 1722, la llegada del contagio desde Marsella. O el CO UCI 943, en el que un capitán francés asentado, y casado, en el puerto guipuzcoano de Pasajes, pedía se le indemnizase por la quema de su barco por sospecha de portar la peste desde Génova cuando llegó a su base guipuzcoana. Un expediente en el que, además, se detalla hasta la ropa que llevaba esa tripulación -del piloto al último marinero- y que fue pasto de las llamas para evitar a la temida enfermedad, que en cuestión de horas había alfombrado las calles de Marsella de cadáveres pese a medidas, algo absurdas, que jamás evitan la muerte fulminante cuando la enfermedad ya está “en el aire”…

Sin embargo, insisto, esos nuevos brotes de Peste no fueron pandémicos ni causaron la mortalidad que había causado, ni de lejos, la Gran Plaga de 1348.

Así pues dos ciencias, la Historia y la Biología, pueden constatar por simple deducción de observación de datos -históricos en este caso- que las plagas pandémicas sufridas por la Humanidad tienden de manera natural a mitigarse y a desaparecer una vez que los seres humanos las han sufrido y afrontado por primera vez.

Desde 1665 no volvió a haber peste en Londres. Lo mismo en Marsella a partir de 1723. Y, en cualquier caso, los brotes eran nimios, débiles, aislados, pues la población superviviente había desarrollado esa polémica cuestión que ahora algunos pretenden declarar como poco menos que una herejía. Es decir: la inmunidad grupal por la cual el patógeno (en este caso una bacteria transmitida de animal a insecto, de insecto a ser humano y de ahí al grupo humano atacado) se va atenuando en un proceso biológico bien conocido, creando una forma de vacunación contra la enfermedad que podríamos llamar natural y que los registros históricos en efecto corroboran.

Así las cosas, aceptar sin más declaraciones como las del señor Gates, si es que no responden a un error de transcripción o a un malentendido, es inasumible para sociedades que se consideran avanzadas y racionales.

La medida de ese craso error, nos la puede dar un teórico de la Historia de la Ciencia como el profesor Michel Serres, que explicaba perfectamente ese problema en el Prefacio de su “Historia de las Ciencias” donde coordinó a varios especialistas en 1989.

Decía Serres, profesor de La Sorbona y de Stanford, que la Ciencia es una fuente de legitimidad en nuestras sociedades modernas. A lo que se podría añadir que lo es porque la Ciencia, de manera evidente, ha proporcionado al ser humano más riqueza, abundancia, confort y seguridad de la que jamás había tenido en siglos anteriores al XVII o XVIII en los que el pensamiento científico desplazó al pensamiento mágico -aquel que cree que las cosas ocurren de manera misteriosa- y al dogmatismo escolástico que basaba sus conclusiones anticientíficas en el peso de la Autoridad. Por muy absurda e ineficaz que se mostrase la toma de decisiones en base a ella.

Así pues si la Ciencia -la Historia, la Biología…- desmienten claramente declaraciones como las del señor Gates, como ha quedado ya expuesto, sólo tenemos dos alternativas ante nosotros como sociedad: o bien aceptamos que, como decía el profesor Michel Serres, esa Ciencia que tanto ha mejorado la existencia de la Humanidad en su conjunto sigue siendo legítima -y quien hable en contra de ella no debe ser escuchado sino amonestado por hacer declaraciones inconsistentes y peligrosas- o, en caso contrario, constatar que de manera subrepticia se ha ido infiltrando de nuevo en nuestra sociedad el pensamiento mágico y escolástico que no respeta la Lógica y el método científico. Tan solo el principio de autoridad por muy absurdo o contraproducente que sea. En el que algo debe ser verdad -contra toda evidencia científica- porque lo ha dicho una persona poderosa…

Elijan ustedes mismos, pero el segundo camino, palabra de historiador, acaba en un sitio en el que la mayoría de los que hoy vivimos en sociedades que han tenido a la Ciencia como fuente de legitimidad, no querríamos vivir. Como esa Edad Media en la que la esperanza media de vida era de 30 años y era fácil acabar quemado por herejía…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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