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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Otra vez vienen los rusos por las Ventas de…? España, Rusia y su Historia en común (1812-2022)

Por Carlos Rilova Jericó

Una vez más las redes sociales, en especial el definido como lodazal de Twitter -abundantemente aludido en otros correos de la Historia- parecen no querer dejar de convertirse en una fuente de inspiración para publicaciones sobre la Historia.

En esta ocasión la cosa viene de los siempre precipitados comentarios sobre lo que ha pasado en la enésima crisis entre la OTAN y la Federación Rusa de Vladímir Putin.

Recapitulando y si para este lunes todo sigue igual y no hemos sido movilizados como escuadrones suicidas para detener a los tanques rusos ante el centro comercial de Behobia, parece ser que Rusia quería invadir Ucrania y que España, como parte de la OTAN, ha mandado una fragata de guerra, la Blas de Lezo, y algunos cazas de combate para ayudar a un posible enfrentamiento entre las fuerzas rusas y las de la Alianza Atlántica.

De momento, mientras escribo estas líneas, la cosa está así. Pero como la imaginación de algunos corre más rápida que los hechos (especialmente cuando se meten en redes sociales y empiezan a resumir la Historia universal en algo más de 140 caracteres) la cosa va aún más lejos.

Entre las opiniones precipitadas sobre el asunto no ha faltado de nada: comentarios y enmiendas a la totalidad al ex-vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias Turrión, por sus inopinadas declaraciones sobre la mala idea de mandar al combate a un barco llamado como un general guipuzcoano que, según el citado ex-político, salía de todas sus batallas desmembrado. Otros han optado por la nostalgia de la División Azul, comparando a aquellos voluntarios -algunos de ellos bastante accidentales e involuntarios- enviados por el bando vencedor en la Guerra Civil española a luchar al lado de los nazis contra los soviéticos de Stalin durante la Segunda Guerra Mundial. La comparación, por lo que pude ver, se saldaba a favor de dichos voluntarios, indicando los autores de las proclamas tuiteras que aquellos sí que eran soldados de verdad y con un ideal por el que luchar…

Como la inocencia política no es, hoy por hoy, ya patrimonio de un único bando y está bastante repartida en todo el desconcertado espectro político occidental, hay que decir que otros, situados ideológicamente más a la Izquierda, parecen haberse sentido en esta crisis bélica huérfanos de eslóganes y razones filosóficas profundas con las que afrontar una guerra. Lo cual, curiosamente ha dado como resultado la ausencia en Occidente de manifestaciones antibélicas que antaño sí se daban. O al menos sí salían reflejadas en los Medios de Comunicación…

Para alivio de todas estas mentes atribuladas quisiera escribir hoy, nuevamente en mis funciones de historiador, sobre esa nueva guerra con Rusia que, como Godot, parece no ir a llegar todavía.

Hablo, creo, desde cierta experiencia, porque igual nadie se acuerda de otro correo de la Historia, publicado en el año 2016, en el que el problema entre la OTAN y la Federación Rusa, fue por una provocación no en la lejana Ucrania, sino en la muy cercana, a nosotros, Bilbao. Por cosa de unos bombarderos rusos sobrevolando la bella villa… Algo que, obviamente, terminó en nada puesto que ahora ya nadie parece acordarse del tema. Salvo los que entonces recordamos que los rusos y nosotros tenemos una Historia en común de lo más amigable según el partido al que se perteneciera y el momento histórico de cada uno de los dos países.

En 1823, en la época en la que se compuso la copla sobre los rusos que habían llegado hasta las Ventas de Alcorcón -a la que aludía yo en 2016 y fue recogida por Julio Caro Baroja en su excelente ensayo sobre la Literatura de Cordel- los dichos rusos gozaban de gran predicamento entre los españoles absolutistas y de un odio bastante cordial entre los llamados liberales, que fueron quienes compusieron la canción para burlarse de aquellos compatriotas absolutistas que creían que los rusos vendrían a ayudarles a derrocar al régimen liberal instaurado por la revolución de 1820.

Un siglo más tarde las tornas políticas cambiaron. Tanto en Rusia como en España y así resultó que los rusos que finalmente no vinieron ni a España, ni siquiera a Alcorcón, a derrocar nada (de eso se encargarían los vecinos más próximos, los franceses del duque de Angulema) se convirtieron en comunistas y entonces los herederos del Absolutismo fernandino comenzaron a odiarlos cordialmente y, por contra, algunos de los herederos de la revolución de 1820, comenzaron a adorarlos y a querer que vinieran por las Ventas de Alcorcón a echar una mano para fundar una república socialista, soviética y española.

Aquella vez sí que vinieron. Con magníficos tanques, admirados hasta por los nazis -que también habían venido a España a hacer turismo bélico- y con aviones y asesores militares.

Con estos vaivenes conviene recordar que, a fecha de hoy, en plena segunda década del siglo XXI, y perteneciendo tanto españoles como rusos a sociedades supuestamente avanzadas, con la Revolución científica e industrial bien asentadas ya en ambos países, sería un buen momento para reflexionar sobre esa Historia de encuentros y desencuentros que nos une más que nos separa.

Así las cosas, estos días no he dejado de acordarme, otra vez, de la Historia del regimiento Imperial Alejandro, del que también hablé años ha en otro correo de la Historia.

Olviden, como advertía entonces, todo lo que han leído en novelas más gamberras que históricas como “La sombra del águila”. El Imperial Alejandro, refresquemos la memoria, se fundó en Rusia, sí, con desertores españoles del Ejército napoleónico, pero que fueron tratados a cuerpo de rey -o de zar para ser exactos- bajo los amorosos cuidados tanto del propio zar Alejandro I (qué menos podía hacer él por su buen amigo Fernando VII) y el embajador español destinado por el Gobierno patriota de Cádiz a la Corte de aquel gran aliado septentrional contra las ambiciones de Napoleón. Todo empezó con la campaña napoleónica de 1812 contra Rusia y culminó con la constitución de ese regimiento entre mayo y julio de 1813.

El año en el que tanto rusos como españoles -cada cuál en su propio frente- avanzaban ya casi imparables contra el emperador francés y lo dejaban visto para sentencia final en menos de dos años… Contundente victoria que el flamante regimiento Imperial Alejandro contempló con calma y flema e interviniendo de forma casi quirúrgica en los avatares bélicos que se sucedieron desde entonces. Una Historia, o parte de ella, de la que hoy deberíamos acordarnos para reflexionar, con más madurez, sobre qué hacemos o dejamos de hacer, o deberíamos de hacer, en Ucrania. Si es que algo hay que hacer allí…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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