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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia de un día después de la Batalla de Trafalgar (14 de octubre de 1810)

Por Carlos Rilova Jericó

Este viernes pasado ha sido un nuevo aniversario de la batalla naval de Trafalgar. Y como tal ha sido recordado por cualquiera que tenga un mínimo interés en cuestiones históricas. Bastaba con darse una vuelta por las consabidas redes sociales para verlo. En español, en francés y en inglés.

El corolario era el habitual en estos casos. Una sombra negra, cuando menos oscura, pasaba sobre los recuerdos españoles y franceses. Una nota vibrante de triunfalismo se podía percibir en el caso de los británicos.

Para ellos sigue siendo una ocasión para su característico “Lest we forget”. Su emotivo recuerdo de caídos en batallas y conflictos que han hecho la que ellos consideran es la Historia de Gran Bretaña. En este caso hasta con una flamante exhibición en el Museo Naval de Greenwich de banderas de combate españolas y francesas capturadas a grandes barcos de guerra en ese encuentro naval de Trafalgar. De gigantescas dimensiones. Como correspondía a navíos de línea de hasta cuatro puentes. Como el Santísima Trinidad, uno de los mayores de la época y con una potencia de fuego abrumadora que no le sirvió, sin embargo, para escapar a aquella derrota.

Así se recuerdan hoy esos hechos. Siguiendo la estela de su popularización en novelas históricas. Desde la venerable “Trafalgar” con la que Benito Pérez Galdós empezaba su larga serie de “Episodios Nacionales”, hasta el “Sharpe en Trafalgar” de Bernard Cornwell, precuela de las célebres aventuras del fusilero Richard Sharpe que tanta fama y fortuna han dado a ese escritor inglés.

Sin embargo para el historiador la Batalla de Trafalgar no deja de ser un hecho histórico con más matices. Tal vez sea porque los historiadores estamos “maldecidos” con la capacidad de ver los acontecimientos históricos en perspectiva. Es decir: por lo general se nos prepara para considerar que después de una gran victoria -o una gran derrota- suele haber un día, una semana, un mes, un año, una década, un siglo después… que cambia completamente el sentido de esa victoria o derrota.

Así por ejemplo, sin alejarnos de esas llamadas guerras napoleónicas, ya he comentado en alguna ocasión -en base a investigaciones en archivo propias y ajenas- que la Batalla de Arapiles o de Salamanca, en el verano de 1812, pudo ser una brillante victoria de Wellington -y con la que pudo labrarse su reputación militar y política posterior- pero, en términos históricos, fue un triunfo de muy breves y efímeras consecuencias.

Así es, en octubre de 1812 Wellington deberá batirse en retirada, de un modo bastante apurado, cediendo casi todo el terreno conquistado en Arapiles y teniendo que ser sacado del apuro por una maniobra de flanqueo de ejércitos españoles que actúan en el Norte de la Península. Esto es: el de Galicia y, sobre todo, el Séptimo Ejército dirigido por el guipuzcoano Gabriel de Mendizabal e Iraeta, general que ya ha protagonizado varios correos de la Historia. Como no podía ser menos.

Así es. El Séptimo Ejército tendrá que pasar a la ofensiva, como buen aliado, y cubrir la retirada británica, mitigando los efectos de la implacable persecución francesa desde Burgos y, al mismo tiempo, ocupando guarniciones y territorios clave en la contraofensiva de 1813. Esta vez culminada gracias a victorias wellingtonianas como la de Vitoria en junio de 1813 y la de San Marcial en agosto de ese mismo año.

Con la Batalla de Trafalgar podemos encontrarnos en una situación similar a la de la retirada wellingtoniana de 1812. De hecho, lo cierto es que deberíamos encontrarnos con una perspectiva nueva, más contrastada y, por tanto, más instructiva.

En España, por lo general, se ha considerado como una derrota total lo ocurrido en Trafalgar en 21 de octubre de 1805. Y esa visión pesimista, ceniza, es bastante persistente. Inexplicablemente, pues hay varios historiadores que han aportado interesantes matices a esa cuestión de Trafalgar y sus últimas consecuencias y alcance efectivo y real. A ese respecto resultan muy recomendables trabajos como los de Agustín Ramón Rodríguez González o Ángel Pozuelo.

Trabajos, no obstante, que por lo que he podido leer hace días sobre este nuevo aniversario, parece han tenido, desde hace años, un eco escasísimo no ya en Gran Bretaña -como era de temer- sino también en España.

Sin embargo la continuación de los estudios históricos en torno a la época, no hace sino confirmar, de día en día, que, en efecto, la Batalla de Trafalgar no hundió el poderío naval español. Por más que fuera una batalla que, eso es indiscutible, cambió el curso de la Historia, al erosionar la alianza hispano-francesa y hacer cada vez más atractiva la alianza entre británicos y españoles que había quedado rota a partir de 1700, con el cambio de dinastía en Madrid, y sólo es recuperada entre 1792 y 1795, cuando hubo que combatir al enemigo común de monarquías europeas como la española y la británica. Es decir: la “hidra” revolucionaria que se había alzado con todo el poder en Francia.

Así es: si continuamos indagando sobre esa época de las guerras napoleónicas, no es nada difícil constatar, con buena lógica que, en efecto, los hechos dicen que cinco años después de la Batalla de Trafalgar, las alianzas habían vuelto a cambiar y españoles y británicos luchaban juntos, otra vez, contra los franceses…

Pero podemos entrar en mayores detalles sobre esto. Si leemos, por ejemplo, el historial conservado en el Archivo General guipuzcoano de uno de los regimientos formados por los leales al gobierno de Cádiz -en este caso el 2º de voluntarios guipuzcoanos-, descubrimos que esa unidad participará en una operación conjunta y combinada en el año 1810, el 14 de octubre. Casi, por tanto, en el quinto aniversario de la Batalla de Trafalgar. Su objetivo, como ya conté en 2013 en una publicación financiada por el Instituto de historia donostiarra Dr. Camino y Kutxabank, era reconquistar en esa fecha -a partir del territorio liberado en Galicia- el puerto de Gijón, desembarcando fuerzas españolas como esos voluntarios, transportadas hasta allí por las fragatas británicas Narcissus y Medusa…

La operación se saldará con un éxito total, al culminar el desembarco con la huida de la guarnición napoleónica del Castillo de Gijón. No será una victoria duradera, sin embargo. Aunque, a efectos prácticos, ese audaz desembarco nos muestra cuáles fueron, al fin y al cabo, los efectos, a medio y largo plazo, de la Batalla de Trafalgar. Desde aquel día de 1805 el enfrentamiento entre España y Gran Bretaña se sostuvo, y con mucha contundencia a favor de los españoles en el Mar, como demuestran las investigaciones de Ángel Pozuelo, pero fue disminuyendo hasta extinguirse y, de hecho, hasta convertirse en una posterior alianza que masacraría todas las esperanzas imperiales de Napoleón sobre Europa.

A partir de 1815, en efecto, los británicos no serían precisamente los mejores vecinos de España -ahí está la cuestión de las independencias sudamericanas, ojo por ojo de la ayuda española a los estadounidenses- pero nunca más volvieron a ser enemigos abiertos de esa potencia a la que tuvieron que derrotar, con no poco esfuerzo, en Trafalgar, tan solo para casi mendigar su ayuda a partir de 1808… Tal y como se vio un 14 de octubre de 1810 en la operación de Gijón que, a poco que indaguemos, comprobaremos que no fue ninguna excepción. Sino parte de una serie de combates conjuntos hispano-británicos que bien merecería la pena recopilar sistemáticamente desde distintos archivos y hacerlos tan conocidos como lo ocurrido en Trafalgar en 21 de octubre de 1805. Por el bien de nuestra Historia. Y también de la británica en definitiva…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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