Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana pasada, por gentileza de la dirección del Museo San Telmo, celebraba en su salón de actos (en pleno corazón de la Parte Vieja donostiarra) uno de los hitos más sentimentales de estos veintisiete años que, de un modo u otro, llevo ejerciendo como historiador desde que salí de la Universidad.
Fue una celebración casi en familia (muy propia de estas fechas). Se trataba en ella de recordar que cumplía treinta años una asociación cívica que llevo presidiendo desde finales del año 2017. Habrá quien ya ha adivinado que me refiero a la Asociación de Amigos del Museo San Telmo.
Así las cosas, casi sin darme cuenta, mientras me planteaba con qué llenar este nuevo correo de la Historia, caí en cuenta, recordando esto, de algo en lo que no solemos caer en cuenta los historiadores. Es decir: que también hacemos Historia, o que somos parte de lo que más pronto que tarde se convertirá en Historia.
En el caso de la Asociación de Amigos del Museo San Telmo y sus tres décadas yo creo que esto está claro. Fue fundada por otra historiadora, Montserrat Fornells Angelats, que, además, ha sido profesora de muchos otros historiadores (entre ellos el que estas líneas escribe). La fundación llegó en el año 1992. Una fecha también redonda históricamente, cuando se conmemoraba el hoy famoso Quinto Centenario del Descubrimiento (para los europeos) de lo que ahora llamamos “América”.
El objetivo principal de dicha fundación ya ha quedado registrado -también históricamente- en dos publicaciones más o menos sucesivas “25 años de Filantropía”, que ve la luz en 2017 gracias a la entonces presidenta (hoy emérita) de esa Asociación de Amigos del Museo San Telmo y “30 años de Filantropía” (que sale de prensas esta misma semana), obra escrita por Julia Rodríguez Onaindia que, en este a veces difícil lapso de 2017 a 2022, fue nuestra secretaria -en esfuerzos a veces verdaderamente agotadores, especialmente en los negros meses de 2020 a 2021- y hoy actual tesorera.
En ambos libros se recogen un total de treinta años de actividades diversas cuyo objetivo era, desde ese del 5º Centenario de 1992 hasta este otro del 5º Centenario de la primera vuelta al mundo, apoyar al museo municipal donostiarra, popularmente conocido como “San Telmo” y conseguir que esa pieza fundamental de nuestra cultura siguiera viva, creciese y se consolidase del modo en el que hoy, a tres décadas vista, la conocemos.
Y aquí seguramente surgirá la pregunta para quienes ven esto desde lejos, sin comprender muy bien la razón por la que personas -ni más ni menos extraordinarias que otras con las que se cruza a diario en la calle o en la escalera de su casa- deciden dedicar una buena parte de su tiempo y sus esfuerzos a crear una asociación que mantenga viva una institución como un museo.
Para mí la respuesta ha llegado con el tiempo. En este caso el de ejercicio dentro de esa Asociación de Amigos del Museo San Telmo desde el año 2009: hacer algo así -cuando se tiene el tiempo, la oportunidad y el conocimiento- es casi un deber.
Hablando de Historia (como es el cometido de esta publicación semanal) hay que recordar en este punto que en nuestro país no hace tanto tiempo estaba prohibido asociarse. Eso fue algo que sólo se permitió a medida que la dictadura surgida de la sangrienta guerra civil española de 1936, se fue mitigando y autoextinguiendo. Entre finales de ese régimen y la recuperación de la democracia, se fueron planteando leyes que animaban a los ciudadanos a asociarse. Para hacer Política por ejemplo. De ahí, y a fin de consolidar la sociedad abierta y libre que se deseaba en 1978, se animó más y más a los ciudadanos de este país a crear asociaciones. Ya fueran de tipo político, profesional, de vecinos… O, como en el caso de la de Amigos del Museo San Telmo, para ayudar a preservar patrimonio cultural, histórico, artístico…
De hecho hoy en España hay una Federación Española de Asociaciones de Amigos de los Museos (por sus siglas FEAM, y a la que pertenece la de Amigos de San Telmo). Lo cual, creo, ya dará idea de la importancia que tiene esa actividad (la de asociarse para apoyar y ayudar a diversos museos) en este momento y en este lugar de la Historia.
Y es que un museo, tal y como hoy lo entendemos, es una posesión de extraordinario valor. ¿No es cierto? ¿O es preciso recordar cómo los telediarios convirtieron en titulares, en 2003, los destrozos en los museos iraquíes a causa de la guerra y el saqueo que la siguió?
En ese hecho -ya histórico también- se resume bien la razón por la que es tan importante ayudar a conservar los museos, asociarse para llevar a cabo esta labor. En ellos está el cerebro -y hasta el alma- de una sociedad. Cuando son atacados, incendiados, saqueados, destruidos de algún modo o caen por desidia y abandono… la sociedad que lo permite se empobrece. Pasa de civilizada a un estadio cerca del Salvajismo -es lo que se vio en Irak en 2003- pues permite que se destruya ahí el pasado, la Historia que da sentido y coherencia al presente. Que esto ocurriera ya incluso en tiempos anteriores, cuando los museos no eran propiedad de toda una sociedad, sino de príncipes y magnates que los querían para su uso casi exclusivo, era una catástrofe porque se destruían piezas únicas que, al final, con la progresiva democratización de nuestro mundo tras revoluciones como las de 1776 y 1789, han resultado un perjuicio para toda la Humanidad.
Así, cuando el Museion de Alejandría fue destruido -al menos parcialmente- por la furia antipagana de cristianos y musulmanes entre el 391 y el 642 después de Cristo, quizás fue catastrófico sólo para las élites grecolatinas de esa ciudad que lo disfrutaban en exclusiva, pero hoy, en 2022, sabemos bien que lo que se perdió allí fue un patrimonio cultural inmenso que ahora sería común y accesible gracias a museos como el de San Telmo, por ejemplo.
Y sin alejarnos mucho de ese emblemático -y cinematográfico- Museion, su desaparición final es la clave del porqué es importante que existan asociaciones de Amigos de los Museos y cumplan treinta años.
Las más recientes investigaciones sobre esto (como las del bibliotecario Richard Ovenden), que comentaba Daniel Arjona hace un año en “El Confidencial”, dicen que la destrucción final del Museion de Alejandría fue producto, más que del fuego pagano, cristiano o musulmán, de la desidia, del abandono de esas instituciones para dedicar dinero y esfuerzos a algo que no era cuidar de esos depósitos de Literatura, Arte, Historia, conocimiento… en esos lugares que ahora llamaríamos “Museos”.
Creo que poco más puede decir este historiador hoy, en este 30 aniversario de la Asociación de Amigos del Museo San Telmo, sobre la utilidad y necesidad de entidades cívicas como ella al servicio de un museo que, precisamente, se define como un museo de sociedad. Era necesario hacer el esfuerzo, continuar la labor iniciada por graves caballeros decimonónicos -henchidos ellos también de cultura grecolatina- que en 1899 plantaron los primeros cimientos del actual Museo San Telmo, de quienes lo llevaron a su sede actual en 1932 y de quienes en 1992 se dieron cuenta de que era necesario mantener en pie esa institución. Personas que iban desde eminentes escritores como el recientemente desaparecido Raúl Guerra Garrido, socio n.º 35 de varios centenares que llegaron después, (y para quien tuvimos -por supuesto- un primer y breve recuerdo, más que debido, este viernes 16), profesoras como Montserrat Fornells Angelats, decoradores como Paco Esparza, personas dedicadas al mundo de la impresión (ese noble arte de producir libros, conocimiento…) como María Jesús Muñoz Baroja, escultores como Max Pelzmann, traductoras como Lola San Sebastián y Grande o licenciadas en Psicología como Julia Rodríguez Onaindia.
Y hasta historiadores como Iñaki Garrido Yerobi (y el que estas líneas escribe) y muchos otros más o menos simples ciudadanos que han formado parte de la Junta Directiva de esa Asociación de Amigos del Museo San Telmo que hoy, pasados treinta años, solo quiere lo mismo que ya querían en 1899 los que le dieron su primera vida al museo: que siga existiendo, que siga haciendo lo que en su día no pudo hacer -por unas y otras razones- el Museion de Alejandría: guardar y transmitir a todos…, a viajeros, a visitantes, a simples ciudadanos que un día de fiesta llevan hasta allí a sus hijos, el Arte, la Cultura, la Historia conservada en el museo. Es decir todo lo que nos hace humanos (en el mejor sentido de la palabra) y realmente importa…