Por Carlos Rilova Jericó
Tenía yo desde hace unos meses un asunto por resolver con cierta novela que llamaré “histórica”. Porque lo es. En muchos sentidos, como espero quede claro en las siguientes líneas.
La novela en cuestión, titulada “Su peor enemigo”, está escrita por Alfonso Mateo-Sagasta que además de escritor es, en efecto, historiador como ya se ha explicado en otros correos de la Historia, aludiendo a ensayos suyos -novelados como “La Oposición”- o de estilo más clásico- como “Nación”.
En “Su peor enemigo” Alfonso Mateo-Sagasta vuelve por donde solía, como se diría en ese español del Siglo de Oro -o aúrico- que él tan bien conoce. Es decir: vuelve a la Historia -muy verdadera por otra parte- de la España de Miguel de Cervantes que es, también, la España olvidada de Felipe III y del no tan olvidado duque de Lerma.
La trama de “Su peor enemigo” que tiene algo de cuento maravilloso -sensación que refuerzan las ilustraciones de María Espejo esparcidas por todo el libro- cuenta, en lo que parece un abrir y cerrar de ojos, la historia de un viejo soldado, Jerónimo de Pasamonte, en el Madrid de principios del siglo XVII. Ese en el que la novela “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” se está convirtiendo en un famoso bestseller (como lo calificaríamos hoy día). Aunque no tan famoso como para que todo el mundo sepa de él. Cual es el caso del viejo soldado Jerónimo de Pasamonte, que en sus andanzas por ese Madrid abandonado como Corte -gracias a las marrullerías inmobiliarias del duque de Lerma- descubre que Miguel de Cervantes lo ha hecho famoso, pero de muy mala manera. Es decir: convirtiéndolo en uno de los personajes más infames de esa novela que ahora conocemos como “El Quijote” para abreviar el barroco título que, en 1605, le dio su autor.
Ese personaje que ha dado fama al pobre Jerónimo de Pasamonte es no otro que Ginés de Pasamonte, uno de los atrabiliarios galeotes que don Quijote libera de la cuerda de presos que los lleva a su condena. O, como dice irónicamente Cervantes, a “donde no quisieran ir”.
Cuando a Jerónimo de Pasamonte empiezan a llegarle noticias de esa fama indeseada, sus proyectos de vender su vida de soldado veterano a algún librero- impresor se vienen abajo, pues esa (mala) fama le precede y hace aún más difícil su asunto de imitar a otros con más suerte que él. Como el capitán Alonso de Contreras.
Por otra parte todo este embrollo viene envuelto, además, en una serie de sabrosas peripecias y lances que sirven a Alfonso Mateo-Sagasta para hacer de nuevo una magnífica, y muy verídica, descripción de aquella España del siglo XVII que él tan bien conoce. Como ya demostró en su trilogía de novela negra comenzada con “Ladrones de tinta”, donde, una vez más, Cervantes y su “Quijote” eran el eje de la trama que ponía en marcha a otro viejo soldado -Isidoro Montemayor- convertido en pesquisidor -léase “detective”- del asunto, que se acabaría extendiendo, felizmente, a otras dos novelas: “El gabinete de las maravillas” y “El reino de los hombres sin amor”. Una serie que culminaba, por cierto, en paisajes guipuzcoanos como el puerto de Pasajes…
Isidoro Montemayor, por cierto, hace una brevísima aparición -y por persona interpuesta- en “Su peor enemigo”. Esto hace de esta nueva novela de Mateo-Sagasta eso que se ha llamado un universo literario, similar a los que crearon Gabriel García Márquez o William Faulkner. Donde los personajes iban pasando de una novela a otra que, en apariencia, podían tener tan poca relación entre ellas como, por ejemplo, “Banderas sobre el polvo” y “Los rateros”.
Todo esto, en definitiva, hace de “Su peor enemigo” una obra muy recomendable, pero hay una muy buena razón más para tomarse el entretenido rato que llevaría leerla. Una que nos llevaría de Cervantes, García Márquez y Faulkner hasta Ray Bradbury.
Se trata de algo que el editor Alessandro Baricco, con el profesor (y también novelista) Umberto Eco como fiel escudero, ya hizo en su momento en una colección titulada “Save the story”, que viene a traducirse en algo así como “Salvar a los clásicos”.
Eco, al abordar este proyecto, lo hizo porque era muy consciente de que obras de la Literatura consideradas -por una u otra razón- como “clásicas” en determinados países, se acababan convirtiendo en parte del programa obligatorio de lectura en las escuelas y con ello provocaban justo el efecto contrario. Es decir: el de convertirse en libros a los que el común de los mortales de dichos países procura no acercarse jamás, una vez que supera el trago de examinarse de la materia. Es lo que pasaría en Italia con “Los novios” de Alessandro Manzoni o, en Estados Unidos, con “La letra escarlata” de Nathaniel Hawthorne.
El profesor Eco, con su estudiada técnica de autor bestseller, había remediado eso ya, en parte, con una de sus mundialmente conocidas novelas: “La isla del día de antes” en la que, con gran habilidad, llevaba a los italianos del siglo XX a leer “Los novios” sin que se dieran cuenta, reviviendo una trama similar a la de Alessandro Manzoni, ambientando “La isla del día de antes” en la misma época. Es decir: en la de las guerras entre la monarquía imperial española y Francia en torno al Norte de Italia en el primer tercio del siglo XVII.
“Su peor enemigo” (y la trilogía de “Ladrones de tinta”) son una fórmula magistral parecida, pues con ella Alfonso Mateo-Sagasta hace que, sin darse casi cuenta, los españoles del siglo XX y del XXI -que han tenido que hacer exhaustivos comentarios de texto de “El Quijote” en el colegio o en el instituto- vean esa novela con ojos nuevos, descubriendo en ella aspectos insospechados de esa época y de la misma novela de Cervantes que Alfonso Mateo-Sagasta maneja hábilmente, llevándolos al mismo terreno al que Umberto Eco supo llevar a “Los novios”. Alejándolos del triste destino que temía Ray Bradbury en su “Fahrenheit 451”, donde esos clásicos molestaban porque se habían vuelto insoportables o difíciles de leer para una gran mayoría que no quería sentirse humillada por no haberse tomado el tiempo para leerlos. Y, por eso mismo, eran destruidos por el espantoso estado-niñera distópico que dominaba esa sociedad imaginada por Bradbury, en el que los disidentes debían ocuparse de salvar todos los libros memorizándolos. “El Quijote” incluido.
Sólo eso ya hace de “Su peor enemigo” una lectura imprescindible, un gran entremés que abre el apetito para leer -o releer- “El Quijote” con nuevos ojos muy distintos. Más sabios, voluntarios y divertidos, entendiendo mejor ese fenomenal enredo barroco en el que Cervantes se ríe de los culebrones de su época -las novelas de caballerías que vuelven loco a Alonso Quijano- y que, a decir verdad histórica, tenían sorbido el seso no sólo al imaginado don Quijote, sino a tipos tan reales -y tan peligrosos- como ese medio español, medio francés que fue Luis XIV.
Aquel Rey Sol que, en su lecho de muerte, ya iniciada la segunda década del siglo XVIII -el de las Luces, el de la Razón, el de la Ilustración- reconocía haber amado demasiado la Guerra. Envuelto en aventuras bélicas que quizás alguien habría calificado de “quijotescas”. Algo que, tal vez, se entienda mejor después de haber disfrutado de la lectura de “Su peor enemigo”…