Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana, por tercera vez consecutiva, el correo de la Historia no se moverá de la época napoleónica. La cita, en cierto modo, es obligada, porque este fin de semana, del 23 al 25 de junio, ha tenido lugar una nueva conmemoración de la batalla de Vitoria.
Una cuestión interesante. Porque estas cosas siempre causan revuelo en España que, para temas así, como para otros, resulta ser un lugar bastante peculiar.
La conmemoración de batallas por medio de las recreaciones históricas hace bastante tiempo que se abrió paso en Norteamérica y en la Europa más allá de la raya de los Pirineos. Incluso en Portugal, que se ha tomado bastante en serio recordar la época napoleónica, pues fue uno de esos lugares de la Historia en los que se jugó el destino del mundo. Dejando así a España en esa situación, en efecto, peculiar, en la que tener memoriales como el que los belgas tienen en Waterloo (de interés internacional) o los norteamericanos en Fuerte Ticonderoga o en Gettysburg, es algo que levanta, en lugar de un lógico orgullo e interés, oleadas de horror y gestos de desagrado en parte de la opinión pública española actual.
Todo hay que decirlo, Vitoria con el paso del tiempo se va consolidando y parece casi seguro que acabe convirtiéndose en el equivalente al memorial de Waterloo en el Sur de Europa y, más aún, si finalmente, después de 200 años, se encuentra la tumba del coronel Cadogan, uno de los principales héroes de esa batalla…
No dejará de ser lógico que así sea. Y no será mala cosa que así sea. Y aquí es donde el historiador tiene que hilar, por enésima vez, la Historia de esa batalla para hacer comprender estas razones a esa parte del público que ve en conmemoraciones como éstas, por el contrario, un variado catálogo de prevenciones, o casi desprecios, en su contra (es un exhibicionismo bélico, o es “frikismo”, esa palabra anglosajona tan de moda para describir las aficiones o pasiones intelectuales ajenas pero no las propias…).
Y, sí, aquí, precisamente, es donde hay que insistir en que quienes piensan eso, respecto a la re-creación de una batalla como la de Vitoria, se equivocan completamente. Sólo hay que plantearse una cuestión elemental, formulando una pregunta como ésta: ¿qué es lo que realmente se recuerda cuando se recuerdan los hechos de 21 de junio de 1813?
La respuesta es que no se exalta, ni recuerda, una masacre bélica, ni es un fin de semana para que aficionados al olor a pólvora, militares frustrados o gente aficionada a “disfrazarse” se desfoguen un poco siendo los reyes de la fiesta local por un día.
Lo que hay detrás de todo eso es mucho más serio que ese tipo de observaciones banales y prejuicios con los que mucho público juzga conmemoraciones como esas.
La Batalla de Vitoria que culmina en 21 de junio de 1813 con una victoria aliada, fue el fruto de largos esfuerzos por parte de tres naciones europeas -Portugal Gran Bretaña y España- para tratar, simplemente, de sobrevivir a un hombre extraordinario y, como tal, henchido de grandes proyectos para una Humanidad que, lamentablemente (desde el punto de vista del gran hombre), no parecía capaz de entender tan magnas ideas. A menos que se le enseñasen con la didáctica de las bayonetas…
Ese hombre era Napoleón I, emperador de los franceses, alguien que lleva cautivando la imaginación de Europa y del resto del Mundo desde al menos 1840 (y ahí está la inminente enésima superproducción sobre él -marca Spielberg- para demostrarlo).
En Vitoria, para él, en 21 de junio de 1813 se cruzan los hilos del destino, de la Historia. ¿Será capaz el Ejército napoleónico de derrotar a los aliados una vez más y obligarles a retirarse vergonzosamente hasta las líneas de Torres Vedras en Portugal, perdiendo el terreno ganado, como ocurrió en 1812? Si esto hubiera ocurrido es muy probable que Napoleón habría visto cumplido su designio ante una Gran Bretaña agotada por más de una década de guerra contra Francia y con numerosos simpatizantes en su interior -los whigs o liberales- creyendo que Napoleón, en realidad, era admirable y es posible que realmente se propusiera liberalizar aún más la apolillada Política europea…
¿Era posible, el 21 de junio de 1813, tal escenario? Lo cierto es que no, que las fuerzas napoleónicas no tenían casi posibilidad alguna de salir bien libradas de la batalla que se va a plantear en esa fecha a las puertas de Vitoria.
En efecto la Batalla de Vitoria será, sobre todo, el golpe culminante de una vasta contraofensiva que se había iniciado justo en el momento en el que Wellington se ve obligado a batirse en retirada desde Burgos, incapaz de rendir esa plaza clave de la ocupación napoleónica de la estratégica Península Ibérica.
Así es. Lo volveré a decir, aunque ya lo he mencionado en correos de la Historia anteriores. Porque hace al caso que tratamos hoy y, también, porque parece que no termina de asimilarse la importancia de hechos como el avance, seguro y constante, de las tropas españolas en el otoño de 1812 y el invierno de 1813 en forma de un triángulo con su vértice en la actual Cantabria (en Potes, su cuartel general) y su base extendida desde territorio vizcaíno hasta el Sur de Navarra, lindando con Aragón y el teatro de operaciones de Levante.
Así, para cuando Wellington se pone en marcha otra vez desde Portugal con sus españoles, británicos y portugueses reorganizados, reagrupados y re-equipados a lo largo del invierno de 1813, las fuerzas del Séptimo Ejército bajo mando supremo de Gabriel de Mendizabal -y siguiendo órdenes del Cuartel General aliado obviamente- ya han tomado y asegurado (entre octubre de 1812 y marzo de 1813) numerosas posiciones intermedias en las actuales Cantabria, Castilla y León, País Vasco y Navarra que han dificultado extraordinariamente las maniobras de contraofensiva francesas, quedando esas fuerzas acorraladas en grandes centros urbanos como Pamplona o Bilbao pero sin más capacidad estratégica y táctica contra esas tropas españolas que les han privado del control de territorio y de rutas esenciales para su despliegue…
Algo que quedará claramente constatado el 21 de junio donde las fuerzas napoleónicas son, sencillamente, arrolladas por unas fuerzas con una capacidad de movimiento y avituallamiento muy superiores, consolidadas por un trabajo, lento, silencioso, casi desconocido, de meses que culminan en los embarrados campos cercanos a Vitoria un lluvioso 21 de junio de 1813…
Allí comienza el principio del fin de aquellas grandes ideas, de aquella propaganda napoleónica que ofrecía acabar con el Antiguo Régimen pero sólo si toda Europa pagaba el precio de convertirse en una colonia francesa. Eso es justo lo que realmente se conmemora en días como estos con esa re-creación de aquella batalla, que, no por casualidad, despertó el entusiasmo de esa misma Europa que veía, con alivio, como caía el que pudo ser un general revolucionario pero, en 1813, ya sólo se revelaba ante los ojos de millones de europeos como un genuino tirano cuyo fin (y el de sus designios de conquista total) era, por suerte, casi seguro tras la Batalla de Vitoria.
Esa es, pues, la importancia realmente histórica de los hechos que se re-crean (que se trata de devolver a la vida) con conmemoraciones como la que tuvo lugar en los campos de Iruña de Oca este fin de semana del 23 al 25 de junio…