Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana se cumplirán, el miércoles, cien años del golpe de estado perpetrado por el general Miguel Primo de Rivera. Esa dictadura, el régimen que siguió a lo ocurrido entre el 12 y el 13 de septiembre de 1923, no ha vertido tantos ríos de tinta como la franquista que llegó pocos años después. Sin embargo ha llamado la atención de algunos historiadores. Incluso antes de que se acercase este centenario que se cumple este miércoles.
Es el caso del que estas líneas escribe, que publicó, en 2020, sobre el casi desconocido general Juan Arzadun, una de las némesis de Primo de Rivera. Sin embargo entre esos un tanto escasos trabajos históricos sobre la dictadura de 1923, yo destacaría el del profesor Eduardo González Calleja, que convirtió el estudio a fondo de esa dictadura en un magnífico ensayo publicado bajo el sugestivo subtítulo de “La modernización autoritaria”.
También es a destacar el caso, más reciente, de Alejandro Quiroga, que ha publicado hace poco un ensayo titulado “Miguel Primo de Rivera. Dictadura, Populismo y Nación”, donde, al calor del centenario, se exponen años de investigación sobre el asunto de este “lecturer” español en la Universidad británica de Newcastle.
Tanto Quiroga como González Calleja antes que él, coinciden en señalar algo muy interesante con respecto a la dictadura de Primo: fue un régimen nacido con afanes de modernizar y de hacer avanzar la Economía española de manera acorde a lo que ocurría en aquel mundo en expansión de la primera postguerra mundial. Circunstancia que, curiosamente, muchos nostálgicos de la dictadura franquista, achacan hoy a los manejos del general ferrolano, al que ven como creador de la Seguridad Social (falso, pues quien la organizó fue el vitoriano Eduardo Dato, político de esa Restauración que Primo fulmina en 1923 sin que apenas nadie lo lamente) y, entre otras alabanzas, consideran artífice de la conversión de España en toda una potencia industrial.
Esos admiradores de hora reciente del general Franco (alentados, desde luego, por la desastrosa gestión económica en democracia de los últimos años) ignoran, sin embargo, que Franco jamás fue un genio en cuestiones económicas (éstas eran más bien pintorescas, como recogía un artículo de Carlos Velasco publicado en 1983 en “Historia 16”). Así, de ese dueto de dictadores, en realidad fue Primo de Rivera el que puso en marcha, conscientemente (no dejando hacer a un grupo de tecnócratas, como Franco) un plan de modernización y relanzamiento económico de España. En efecto Primo de Rivera quiere poner en pie España, modernizarla, electrificarla completamente llevarla a ese siglo XX que acaba de comenzar. Crea así grandes empresas de monopolio estatal como CAMPSA, para controlar un recurso industrial esencial como el petróleo ante el oligopolio anglosajón. O la Telefónica… Son hechos probados, por supuesto, y sancionados por mano de historiadores solventes.
¿Fue pues Primo de Rivera un Mussolini español? ¿Alguien transido de ideas futuristas como las inherentes al Fascismo italiano, que trata de imponer y embridar la revolución (en todos los sentidos) desde arriba, tal y como el propio Primo buscaba para España con su golpe de 13 de septiembre?…
La respuesta tal vez podríamos buscarla en, como dice Cristo en el Evangelio según San Mateo, las obras de los aludidos. En en el caso de Primo de Rivera esa obra sería un edificio bien conocido por los madrileños y por sus millones de turistas que pasean por la Gran Vía y que puede ser un muy buen resumen de que fue, en realidad, el régimen impuesto manu militari el 13 de septiembre de 1923. Se trata del edificio conocido, precisamente, como la Telefónica.
Se le considera uno de los primeros rascacielos construidos en Europa. Y se erigió, en efecto, durante la dictadura de Primo de Rivera, entre 1925 y 1929. Los especialistas en Arquitectura consideran que, pese a sus maneras vanguardistas de rascacielos, es un edificio “historicista”. Un complejo estilo surgido en toda Europa en la segunda mitad del siglo XIX y que solía tener un carácter reivindicativo, que trataba de recordar, a diario, tiempos gloriosos ya pasados de las naciones (Francia, España…) donde la nueva burguesía industrial (carente aún de un estilo artístico propio) erigía esos monumentales edificios. El Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián es un buen ejemplo del año 1912. Se hizo en estilo Neoplateresco, tratando de revivir así el esplendor atribuido al reinado de los Reyes Católicos que hoy todavía puede verse plasmado, por ejemplo, en la zona monumental del centro de Salamanca.
La Telefónica, su edificio, no debería haber caído en ese esquema, pues tenía que ser un buque insignia de ese proyecto de modernización de Primo de Rivera que hace desembarcar en España a la fulgurante ITT norteamericana. (Algo que, por otra parte, dará lugar a un turbio caso de enchufismo del hijo del general, que se hubo de atajar raudamente porque Primo, dictador y todo, no suprimió la Prensa más o menos libre y ésta habló…).
En definitiva aquel edificio emblemático de otro de los proyectos emblemáticos de Primo de Rivera y su (como bien la define González Calleja) modernización autoritaria, debía ser -vagamente al menos- algo muy propio de esa Norteamérica que deslumbraba como visión del futuro incluso a poetas como Federico García Lorca…
Sin embargo las fuerzas vivas del nuevo régimen querrán, también, que este edificio que debía inspirar confianza a los inversores en pleno centro de Madrid, fuera de estilo historicista, recordando al Barroco español del siglo XVII. Toda una contradicción, en principio, con esos planes modernizadores del expeditivo y resolutivo golpe de 13 de septiembre de 1923.
El edificio finalmente no llegará a convertirse en una abigarrada copia de construcciones de época barroca (como sucedió con el calco del Escorial que es el Ministerio del Aire, unas cuantas calles más abajo de Gran Vía) gracias a su joven arquitecto, Ignacio de Cárdenas (recién licenciado en 1924) que, como recoge en sus escritos personales, quería que ese edificio, la Telefónica, con buen y lógico criterio, fuera de estilo “cubista”. Es decir: racionalista, Art Déco, acorde a las vanguardias artísticas del siglo XX… y, por tanto, de acuerdo a las ultimas tendencias estéticas realmente modernas y modernizadoras.
Así es como surge ese edificio de Telefónica que es esa mezcla de nostalgia (algo ofuscada que se imagina un siglo XVII español a su medida) y un futurismo que, sin duda, hubiera sido aplaudido por igual por modernizadores de tan opuesto signo político como Mussolini y Pablo Picasso (cuyo tío, por cierto, fue detonante del golpe de 1923 a causa de un informe sobre el llamado “Desastre de Annual”…).
Así es, en definitiva, como la sola contemplación del actual edificio de “la Telefónica”, en plena Gran Vía de Madrid, puede ser un muy buen comienzo para comprender qué fue realmente aquella dictadura de Primo de Rivera que empezó a rodar por el mundo un 13 de septiembre de 1923. Híbrida de modernidad y nostalgia de unos más bien imaginarios “tiempos imperiales” muy pasados ya en aquel mundo desbordado tras la Primera Guerra Mundial. El que busca, a veces desesperadamente, una salida para todas las tensiones que el encorsetamiento de la “Belle Époque” -como todos los encorsetamientos- no había alcanzado a contener. Llamando, por el contrario, al escenario histórico a cirujanos de hierro con ideas bastante peculiares. Como Benito Mussolini. O como el general Miguel Primo de Rivera…