Por Carlos Rilova Jericó
Ha habido correos de la Historia en los que, hace años, escribía sobre la Historia de algunas palabras, o expresiones, con mucha Historia detrás de ellas. Por ejemplo “a palo seco”…
Vuelvo hoy sobre ello huyendo de temas vitriólicos como los torpes manejos de la OMS, que lleva -ya casi noventa años- demostrando que parece ser incapaz de controlar eficazmente focos seculares de enfermedades infecciosas, o el aniversario del también bastante inútil acuerdo de partición de Palestina en 1947…
Olvidando tan tristes temas históricos, vayamos, pues, a la cuestión: ¿qué es o, mejor dicho, qué era un “estafermo” y qué parte de la Historia está detrás de esa palabra fundamentalmente asociada a la Edad Media?
Según el Diccionario de la Real Academia Española su significado secundario es el que seguro ya habrán oído alguna vez.
Es decir: una persona que está pasmada y convertida así en un obstáculo en la calle o en una estancia.
El primer significado que da ese diccionario, en cambio, es el más curioso (y el más interesante) desde el punto de vista de la Historia, que, como siempre, es de lo que aquí se trata.
El estafermo original, nos dice el DRAE, era algo que se utilizaba en la Edad Media para entrenar a los futuros caballeros. La etimología deriva del italiano medieval. Traducido de ahí “stà fermo” tan sólo resaltaba lo obvio: era algo que estaba quieto, firme…
Y es que el estafermo era un muñeco o maniquí, casi como un espantapájaros, que simulaba tener dos brazos formados -en realidad- por un travesaño rígido en uno de cuyos extremos portaba un escudo y en el otro algún instrumento ofensivo, similar a los temibles “rompecabezas”. Esas bolas de acero -lisas o erizadas de puntas- que, ligadas con una cadena a un mango, servían para hender las armaduras de la Caballería feudal con resultados notoriamente devastadores para el caballero o jinete más o menos acorazado que recibía el impacto.
Naturalmente, como máquina de entrenamiento que era el verdadero estafermo, éste no causaba realmente daños graves con lo que sujetaba en la parte del travesaño donde no llevaba el escudo.
Como nos dice el mismo diccionario de la Real Academia, el estafermo llevaba sólo pequeños sacos de arena que podían dar un buen golpe, pero sin consecuencias realmente graves. O letales. Aunque con el tiempo, cuando ya sólo se usaban para justas y torneos más festivos que bélicos, en el siglo XVII, algunos se volvieron más sofisticados y, además, con figuras muy elaboradas. Como, por ejemplo, el sarraceno subastado por el anticuario portugués Cabral Moncada en marzo de 2023 por una considerable suma, que es la imagen que ilustra este nuevo correo de la Historia.
Lo más llamativo (y educativo), desde el punto de vista de la Historia, con esta palabra -estafermo- es el modo en el que ha evolucionado su significado a lo largo de la Historia, pasando de ser esa máquina de adiestramiento militar a identificarse con una persona estólida, molesta. Como una roca o un árbol caído en medio del camino o un mueble abandonado en una acera.
El estafermo original, por el contrario, era una máquina que preparaba a la Caballería pesada medieval para combatir con destreza, para saber golpear en la defensa del enemigo, derribándolo de su montura a ser posible, y evitar a la vez el contragolpe también posible que ese enemigo daría como respuesta.
Se trataba de una técnica de combate realmente sofisticada. En el Cine puede parecer sumamente fácil sostener las riendas de un “destrier” (el nombre “oficial” de los caballos de batalla en la Edad Media) mientras se empuña una pesada espada o una lanza y se trata de mantener el equilibrio vistiendo malla de acero y armadura del mismo material de un peso, naturalmente, muy considerable. En la vida real no era fácil en absoluto.
En efecto, en la práctica, tener alguna oportunidad de sobrevivir en semejantes condiciones, exigía un duro entrenamiento a los caballeros y soldados de Caballería. A ese respecto el humilde estafermo era, evidentemente, una ayuda más que notable que debió salvar la vida a más de un jinete de la época en la que esa Caballería pesada era una de las principales armas de guerra.
Y sin embargo, como vemos, el paso del tiempo, el paso de la Historia, maltrató bastante a la palabra y al objeto que estaba detrás de esas letras, “estafermo”, convirtiéndolo en un artefacto pesado, molesto, en sinónimo de cosa o persona que estorba.
Toda una lección de Historia, de cómo ésta evoluciona, de cómo cada época, a medida que cambian sus circunstancias, va variando su opinión sobre objetos, máquinas, instrumentos…
Unos que, como en el caso del estafermo, pueden pasar de ser muy útiles y necesarios, cuestión de vida o muerte, a convertirse en un estorbo que no se sabe ya muy bien dónde puede ponerse en otras épocas en las que la supervivencia en la Guerra ya no depende de la habilidad para mantenerse a caballo vestido con una pesada armadura y blandiendo armas igualmente pesadas, sino de la capacidad de moverse con rapidez, desplegando y replegando líneas de Caballería armadas mucho más ligeramente. O una Infantería igualmente ágil, capaz de contener a esa Caballería pesada entrenada con los estafermos, desmontarla y finalmente aniquilarla sobre el polvo…
Algo que, también, nos ha dejado otras palabras con Historia que nos evocan esa época de caballeros recubiertos de acero y de señales heráldicas. Caso de la expresión “morder el polvo” de la que, quizás, hablemos algún otro día en algún otro correo de la Historia dedicado a las palabras con Historia…