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Carlos Rilova

El correo de la historia

“Vuestra merced luce una ropilla elegante”. Palabras con Historia. Historia de las palabras

Por Carlos Rilova Jericó

Algunos de los primeros artículos para este correo de la Historia se dedicaron a hablar, ya hace años, de palabras, o expresiones, con Historia. Por ejemplo la de “a palo seco”. Pasando los años ha habido algunas otras entradas en este correo de la Historia dedicados a la oculta -y casi siempre- curiosa Historia de algunas palabras, o expresiones, que aún hoy día usamos pero que, con el paso del tiempo, han ido perdiendo sentido para nuestra época y sólo se han mantenido como una frase hecha. Caso, por ejemplo, de la ya mencionada “a palo seco” que, en origen, era una orden en los barcos para mandar arriar todas sus velas cuando había que hacer frente a un temporal y evitar así que el viento partiese esos mástiles.

La relación entre esa expresión marinera y el uso que se le da hoy día en tierra es más bien vaga, pero no está muy lejos de su significado original. Al fin y al cabo cuando se bebe o se hace algo “a palo seco”, casi siempre queremos indicar que es algo hecho por las bravas, sin demasiado adorno y en condiciones más bien tensas. Como las que se vivían en los barcos de la época de la navegación a vela durante una tempestad.

La palabra de la que hablará hoy este correo de la Historia -”ropilla”- en cambio ha perdido todo su significado. Salvo en un sentido despectivo que nada tiene que ver con la ropilla original, que era, en realidad, una de las prendas de vestir más habituales en la Europa de los siglos XVI y XVII.

Así, si hoy alguien nos dijera “lleva usted una ropilla elegante”, probablemente la cosa acabaría mal, pues podríamos entender que quien tal cosa nos decía estaba menospreciando, sarcásticamente, la ropa que llevamos puesta por medio de un diminutivo.

En cambio si en el año 1600, por ejemplo, alguien nos hubiera dicho “vuestra merced luce una ropilla elegante” no hubiéramos echado mano de la daga que, muy probablemente, llevaríamos atravesada en la cinta -así se llamaba el cinturón entonces- a nuestra espalda, con la empuñadura muy bien orientada hacia la mano derecha. Para poder hacer rápido uso de esa arma ante una ofensa que, en el hipertrofiado sentido del honor de los europeos de la época -no sólo de los españoles como quiere cierta propaganda actual- no podía quedar sin exigir cuentas al gracioso, o graciosa, que hubiera querido burlarse de algo tan importante como el atuendo con el que cada cual se presentaba -en las mejores condiciones posibles- en aquel gran teatro del Mundo. Ese que tan bien describió un autor de la época como Pedro Calderón de la Barca y que ha sido estudiado, a conciencia, por historiadores de la nuestra como Daniel Roche o Roger Chartier.

Entonces ¿por qué una frase como esa -“luce usted una ropilla elegante”- que seria ofensiva hoy día no lo era en una época en la que tan sólo llamar a alguien mentiroso merecía una puñalada, como decía el corsario-poeta sir Walter Raleigh?

Pues sencillamente porque lucir una ropilla elegante en 1550, 1600, 1630… significaba que llevábamos puesta una prenda de calidad. No una ropa de malas trazas que merecía ser descrita con un diminutivo sarcástico.

La documentación de archivo cita a esa prenda, la ropilla, abundantemente. Se trata de una vestimenta (como ya he dicho) muy habitual en la época y unisex, pues aparece relacionada tanto con hombres como con mujeres. En los documentos judiciales se la menciona muchas veces porque cuando tenía lugar una pelea -algo bastante común en una sociedad más agresiva y armada que la nuestra- la ropilla solía ser, según todos esos indicios documentales, el punto al que las manos del agresor, o agresora, solían ir primero. También aparecía como objeto de valor que era robado, o prestado y no devuelto, y, por lo tanto, se convertía en motivo para un pleito… En los protocolos notariales, donde se detallaban las posesiones legadas, también era común que apareciera la mención a una o varias ropillas dejadas a los herederos.

En ocasiones se legaban completas pero también desmontadas, pues las mangas de la ropilla, esa chaqueta de uso tan cotidiano en la Europa de los siglos XVI y XVII, podían quitarse del cuerpo principal convirtiéndose esa prenda en una especie de jubón. Otra vestimenta común en la época con la que tendía a confundirse la ropilla al igual que con el doblete, que se usaba desde finales de la Edad Media.

Esa es, pues, la Historia de esa prenda, la ropilla, que durante más de un siglo (hasta finales del XVII) vistió, a diario, a muchos europeos de ambos sexos. Una palabra con Historia, en efecto, como vemos, pero, sin embargo olvidada. Utilizada si acaso sin conocimiento de causa de a qué nos podríamos estar refiriendo cuando utilizamos el término “ropilla” que hoy, en pleno siglo XXI, no sirve ya para describir a la irremplazable chaqueta usada tan a menudo por nuestros antepasados, sino para aludir -si acaso- a una ropa impresentable, de poca calidad.

Propia de alguien a quien poco le importa su aspecto exterior y que en 1600, por ejemplo, jamás hubiera recibido un elogio a su ropilla, siendo calificado, por el contrario, de individuo sospechoso por su desastrado aspecto. Una de las señas de identificación -junto a la limpieza de las camisas, puños y cuellos (o valonas) que se llevaban bajo la ropilla- de personas problemáticas, errantes, sin domicilio conocido ni oficio considerado como regular.

Más de lo que podía admitir una sociedad como aquella, donde la apariencia era tan importante.

Por más que hoy día palabras fundamentales para esa apariencia -como aquella “ropilla” tan esencial para el vestuario de los europeos del siglo XVI al XVII- nos evoque justo todo lo contrario por esas vueltas, a veces tan insospechadas, que da la Historia de esas mismas palabras…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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