Por Carlos Rilova Jericó
Hace muy pocos días, el 13 de marzo, ha muerto un almirante francés de apellido ilustre y cargado de Historia: Philippe de Gaulle.
Esa ocasión lo ha sacado de una especie de eclipse histórico causado, sin duda, por la agigantada figura de su famoso padre: Charles de Gaulle. Un agigantamiento al que el propio Philippe contribuyó como biógrafo de su progenitor. Se produjo así un curioso borrado de la propia figura de este hombre, Philippe de Gaulle, que, como vamos a ver, tuvo un papel en la Historia reciente de Francia más memorable que el que sus propios compatriotas -cosa rara en Francia- le han venido concediendo.
Esa especie de “damnatio memoriae” de ese almirante, Philippe de Gaulle, que acaba de dejar este mundo tras una larga vida de más de cien años, ha sido, en efecto, realmente curiosa.
Una de las obras satíricas más exitosas de la Francia actual “De Gaulle à la plage” -un cómic publicado por entregas en periódicos como “Sud Ouest”, así como en versión integral y más tarde convertido en dibujos animados- hacía de Philippe de Gaulle una caricatura bastante ácida.
Todo empezaba con unas supuestas vacaciones estivales de la familia en Bretaña en el año 1956, fruto de la airada reacción de Charles de Gaulle ante una Francia que, según el general, se resiste a ser salvada -una vez más- por él…
Ciertamente esa caricatura colectiva -aparte de divertida- era certera al modo en el que suelen serlo todas las caricaturas. Es decir: exagerando la bien conocida (y acaso bien justificada) egolatría del general, lo situaba en una serie de situaciones cómicas. Entre ellas, por ejemplo, la de incautarse el micrófono del puesto de socorristas de la playa en la que veranea para lanzar así viejos mensajes en clave. Como los que se radiaban a la Resistencia desde Londres durante la Segunda Guerra Mundial…
En otras viñetas Philippe de Gaulle no salía mejor retratado de esa inmisericorde parodia de los De Gaulle. Así el dibujante Jean-Yves Ferri lo infantilizaba con el clásico gorro de marinero y lo ponía a hacer castillos de arena con un cubo y una pequeña pala. A la sombra -por supuesto- de su admirado progenitor, que no pierde ocasión para, aun en bañador, interpretarse a sí mismo como personaje histórico, lanzando, una y otra vez, sus enfáticos discursos.
En uno de ellos recalca que va a salvar -otra vez- a Francia… Momento en el que el infantilizado Philippe, desde la arena en la que está jugando a hacer castillos, plantea que él podría ser el sustituto de su padre en tan crítica situación. La reacción del gran Charles es llevarse a dar un paseo aparte a su hijo y aconsejarle sobre su futuro, remarcándole que el estatus de salvador de Francia (que Philippe asegura tener proyectado asumir) es un asunto delicado y podría exponerlo a las criticas de un público algo cínico y desencantado, siendo en cambio mucho mejor para Philippe -dice la caricatura de Charles de Gaulle- sacarse un grado de Formación Profesional como tornero-fresador…
Más allá de estas hilarantes aventuras “Fifi” de Gaulle fue otra cosa muy distinta. Por supuesto. Como recuerda otra de las páginas de “De Gaulle à la plage” -las que narran el encuentro entre Churchill y De Gaulle en la imaginaria playa del cómic- Philippe sabe perfectamente lo que ocurrió años atrás en Londres, pues no era ya un bebé… El chiste en este caso acierta plenamente. Pues el futuro almirante Philippe de Gaulle, el real, no el caricaturizado, era en 1940 ya casi un joven veinteañero que siguió a su padre en el arriesgado viaje a la capital británica, para allí reagrupar a las fuerzas francesas que se habían negado a plegarse a la rendición pactada por Pétain.
Es aquí donde entran las verdaderas fuentes históricas que, si bien breves, retratan al verdadero Philippe de Gaulle. Ese que parece haber tenido que esperar a su muerte para ser recordado de un modo en el que Francia suele ser menos avara para los protagonistas (mayores o menores) de su Historia.
La página de la Fundación De Gaulle dedica así una breve, pero sustanciosa, entrada a Philippe de Gaulle. En ella nos dice que era el hijo mayor del general, que había sido alumno de la Escuela Naval francesa y que en 1940, en efecto, se une a su padre para continuar la guerra en las fuerzas de la Francia Libre.
Durante cerca de cuatro años lo hará en la Marina que combate en las peligrosas campañas del Atlántico, en calidad de alférez de navío. En 1944 se une a las tropas de Tierra, como oficial en la punta de lanza de esas fuerzas francesas libres: la Segunda División blindada Leclerc (en la que, como ya se ha recordado en varios correos de la Historia, destacarán los españoles de la Compañía 9).
Eso convierte a Philippe de Gaulle en uno de esos libertadores de la capital francesa y del resto del territorio galo ocupado hasta 1945. Tras la victoria retomaría su puesto como oficial naval en 1948, un año después de su boda con Henriette de Montalembert. En esa carrera militar será ascendido a teniente de navío, después, en 1956, a capitán de corbeta (justo el año en el que transcurren las desopilantes aventuras de “De Gaulle à la plage”), en 1971 ya es contraalmirante y en 1980 alcanza el grado supremo de almirante.
Philippe de Gaulle, nos dice esa reseña, hizo también carrera como político en el RPR, alcanzando la dignidad de senador de Francia en 1986. Todo ello sin dejar de consagrase a preservar la memoria de su padre a través de distintas publicaciones.
Curiosamente otros medios no franceses han sido más generosos en la descripción de la vida de Philippe de Gaulle. Así “Il Messaggero” publicaba este miércoles otra reseña en la que indicaba que había participado en la defensa aérea de Portsmouth antes de embarcar para luchar en el Atlántico. Asimismo el rotativo italiano detallaba que en París estuvo en primera línea durante la Liberación, obteniendo la rendición de las fuerzas alemanas atrincheradas en el Palais-Bourbon.
Tras la paz, decía ese periódico italiano, Philippe de Gaulle se convertiría en piloto de portaaviones y participaría en las guerras coloniales de Indochina y Argelia…
Sólo entraría en Política, según “Il Messaggero”, tras retirarse del Ejército en 1982 cuando ostentaba cargo de almirante inspector general de la Marina.
Así mucho más nos decía este rotativo italiano, desde luego, de lo que ha publicado a partir del 13 de marzo la página del Senado francés -donde Philippe de Gaulle se sentaría entre 1986 y 2024- en una nota más bien escueta en detalles.
En cualquier caso todo lo que se ha dicho sobre él en diversos medios -incluidas las redes sociales por supuesto- nos avisa que el 13 de marzo se ha pasado una larga página de la Historia de Francia firmada por el hijo de Charles de Gaulle al que, así las cosas, se rendirá homenaje esta misma semana en Los Inválidos, el principal museo de la memoria militar francesa.
Bien hecho estará, porque Philippe de Gaulle, más caricaturizado que ennoblecido en los libros de Historia y ensombrecido por la larga figura de su padre -y por guerras menos brillantes que la segunda mundial- fue otra pieza de las miles que, en un instante muy oscuro para Francia, y para el resto de Europa, consiguieron, con sus propias vidas, que la Historia tomase un rumbo menos siniestro que el que marcaba el asfixiante humo que salía de las chimeneas de Dachau, Birkenau y otros mataderos de seres humanos…