Por Carlos Rilova Jericó
A Deborah Sampson la conocí después de haber sabido de otras mujeres soldado del siglo XVIII. Por ejemplo de “Carlos” Garaín, cuyo verdadero nombre femenino nunca se conoció y que cayó muerta -durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos- vistiendo el uniforme del regimiento suizo de Betschart, en el asedio de Mahón con el que España trataba de recuperar esa estratégica base, entonces en manos británicas.
No muy lejos de la fecha en la que la soldado Garaín cayó en el campo de batalla -un 27 de diciembre de 1781, desangrada por un cañonazo en su pierna que descubrió su secreto- otra mujer decidía, lejos de allí, ir a servir bajo el mismo disfraz masculino en esa misma guerra. De hecho lo hacia en el punto cero donde había empezado el conflicto que se llevó la vida de la soldado Garaín.
Esa otra mujer descendía de linaje ilustre, pero empobrecido, de Nueva Inglaterra. Es decir: era vecina de unas provincias de las más rebeldes de todas las rebeldes trece colonias americanas que, en 1776, habían declarado la guerra al rey Jorge III.
Su nombre era Deborah Sampson y a partir del 20 de mayo de 1782 empezaron a ocurrirle cosas interesantes. Por ejemplo que, tras un primer intento fallido de hacerse pasar por hombre para engrosar las filas del Ejército Continental de línea, consiguió entrar en él. Y además en una unidad de tiradores de élite.
La guerra, para entonces, estaba prácticamente perdida para los británicos. Y también para los norteamericanos leales a Londres. Los llamados “tories”. Pero esas fuerzas probritánicas aún retenían plazas importantes como Nueva York.
Eso permitió a Deborah Sampson participar en distintos combates como exploradora y escaramuceadora, que es a lo que se dedicaban las compañías de Infantería Ligera como aquella a la que la habían destinado a ella, bajo el mando del capitán George Webb.
En junio de 1782 entró bajo el fuego en una exitosa operación contra los “tories” encuadrada en una partida del Ejército Continental de treinta efectivos y dos sargentos. Al parecer Deborah ostentó también mando en esa ocasión y lanzó un ataque contra un puesto de los “tories”, consiguiendo hacer allí quince prisioneros.
Durante unos diecisite meses, hasta casi el fin definitivo de la guerra, Deborah Sampson participó en otros combates. En uno de ellos recibió un golpe de sable en la frente y dos balazos en el muslo izquierdo (si bien algunas fuentes indican que la herida, única, fue en un hombro). Para evitar ser descubierta por los cirujanos militares se extrajo ella misma una de las balas. La otra, enterrada en su carne a más profundidad, se quedó allí hasta la muerte de esta mujer soldado muchos años después, a causa de la fiebre amarilla, en 1827.
Fue también a causa de una enfermedad, y no de una herida militar, como se descubrió el verdadero sexo de Deborah Sampson. Ocurrió en Filadelfia, donde su unidad había sido destinada para sofocar un conato de rebelión de otros soldados del Ejército Continental que protestaban por no recibir las pagas que se les debían.
Al caer enferma Deborah, Barnabas Binney, el doctor que la atendió, descubrió que bajo la casaca de uniforme no había un soldado de Infantería Ligera, sino una mujer que había disimulado su pecho para pasar por varón.
Para cuando Deborah Sampson se recuperó bajo los cuidados de Binney y su familia, se había firmado la Paz de París que ponía fin a la guerra que Francia, Holanda, España y Estados Unidos habían sostenido contra Gran Bretaña.
El general Paterson, bajo cuyo mando había estado Deborah, decidió licenciarla. Lo hizo con honores y con algo de dinero para que regresase a su casa.
Deborah, a partir de ahí, siguió una vida llamativa. Para empezar no tuvo inconveniente en casarse (a diferencia de lo que ocurrió con otras mujeres soldado como la célebre Catalina de Erauso). Y lo hizo con un granjero: Benjamin Gannett.
Eso, en 1783 y años posteriores, significaba una vida dura. Una en la que iba a faltar dinero a una familia a la que Deborah aportó un hijo y dos hijas. Por ello la antigua mujer soldado buscó todos los medios a su alcance para conseguir más dinero y que la granja familiar saliera así adelante.
Parte de esos medios fueron reclamar al victorioso Congreso Continental su paga de veterana de guerra.
También se dedicó a vender la historia de su hazañosa vida, dando conferencias en las que contaba a sus atónitos conciudadanos sus servicios como soldado después de elogiar las virtudes de la mujer dedicada a ejercer el papel que exclusivamente se le otorgaba en aquella sociedad. Un discurso sin duda impactante. Más aún teniendo en cuenta que Deborah solía lucir en esas conferencias su viejo uniforme de la Infantería Ligera “yankee” y mostraba sus habilidades marciales adquiridas en su año y medio de servicio en esas tropas.
Sobre Deborah Sampson se han escrito numerosos artículos y algunos libros. Uno de los primeros fue el titulado “The Female Review: or, Memory of an American Young Lady“. Obra de Herman Mann y, como puede leerse en copias accesibles como la de la Universidad de Michigan, dotada de las características habituales en esos relatos de vidas de soldados aunque con un marcado tono moralizante y clamando su autor haber hecho ese trabajo de forma más bien desinteresada y no con fines comerciales.
En cualquier caso libros así mantuvieron vivo el recuerdo de Deborah Sampson. Tanto incluso que en la Segunda Guerra Mundial se dio su nombre -aunque con el apellido de su marido- a uno de los muchos barcos que salieron de los astilleros estadounidenses para combatir al III Reich y sus aliados.
En una época en la que el llamado movimiento de liberación femenina alcanzaba un punto álgido -es decir, en los años setenta del siglo pasado- Ann McGovern dedicó a Deborah, en 1975, una pequeña biografía destinada a un público infantil y juvenil titulada “The secret soldier. The Story of Deborah Sampson” que ha sido reeditada varias veces.
Así ha ido sobreviviendo, hasta hoy, la historia de aquella soldado yanqui que ha encontrado eco, desde hace años, incluso en España, donde se diría que se la recuerda más que a otras como la soldado Garaín. Caída por la misma causa que ella en 1781, ante las baterías de los casacas rojas atrincherados en Mahón…