Por Carlos Rilova Jericó
De visita en una de mis bibliotecas habituales, el Koldo Mitxelena de San Sebastián, di con un interesante volumen. Sólo el título ya llamaba la atención en las estanterías: “La desaparición de Josef Mengele”.
Imposible, pues, para un historiador no acercarse hasta el libro, hojearlo… ya que habla de un personaje protagonista de una de las épocas más oscuras de la Historia contemporánea reciente. No otro que el doctor Josef Mengele.
Ese libro, en realidad, es una novela gráfica. Es decir: lo que antes se llamaba un tebeo o, con más empaque, un cómic. A su vez esta novela gráfica se basa en otra novela, escrita, del periodista francés Olivier Guez con el mismo título: “La desaparición de Josef Mengele”.
El cómic, firmado por el guionista Matz y dibujado y coloreado respectivamente por Jörg Mailliet y Sandra Desmazières, parece recoger bastante bien la novela de Guez que, a su vez, recoge bastante bien los datos históricamente comprobados sobre Josef Mengele en fuentes en principio tan solventes como el Museo del Holocausto de Estados Unidos y su enciclopedia digital, la BBC o el centro Yad Vashem dedicado en Israel a la cuestión del Holocausto perpetrado por el III Reich.
Es decir: el relato adaptado al cómic de Olivier Guez nos cuenta, por enésima vez, las atrocidades comprobadas no de un científico loco al uso (como a veces se le ha querido retratar) sino de un hombre educado, con un doble doctorado en prestigiosas universidades alemanas.
Alguien que, sin embargo, usó esos conocimientos para aplicar las teorías raciales nazis que implicaban llevar a cabo toda una serie de experimentos médicos destinados a “purificar” a la raza superior aria de la degeneración que los eugenistas de los años 30 (especialmente los de “raza” anglosajona) achacaban a presuntas razas inferiores como las del Sur de Europa, los romanís o gitanos, negros, mulatos, etcétera.
Mengele aplicó en el campo de exterminio nazi más famoso, Auschwitz-Birkenau, dichos experimentos destinados a comprobar esas teorías sobre la inferioridad de ciertas razas a las que también trató de “purificar”. Por ejemplo inyectando tinte azul en los ojos de determinados niños para “arianizarlos” más.
Su labor, a pesar de la atrocidad constatada, fue breve en el tiempo. Poco más de un año, entre 1943 y 1944, cuando, ante el avance soviético, las SS al cargo de ese campo tuvieron que evacuarlo.
A partir de ese momento el capitán Mengele, pues ese grado ostentaba, tratará de disimular su verdadero rango, identidad y funciones para evitar demasiadas indagaciones de las tropas aliadas que habían puesto especial atención en los miembros de ese cuerpo de élite nazi, considerado, con razón, principal responsable de los crímenes de guerra cometidos durante el III Reich. En especial en los territorios ocupados del Este de Europa, donde Mengele había obtenido su ascenso a capitán de las SS y la famosa condecoración de la Cruz de Hierro.
Por esa vía Mengele logra escapar del castigo reservado en Núremberg a muchos de sus correligionarios. Vivirá así en la clandestinidad. Primero en Alemania y después en Sudamérica, huyendo a través de la llamada “Ruta de las ratas” a la Argentina de Perón, extraordinariamente comprensiva con elementos de su catadura.
Allí, tal y como nos relata “La desaparición de Josef Mengele”, se moverá en los círculos de exiliados donde, supuestamente, habría conocido a uno de los principales artífices del Holocausto: Adolf Eichmann. Personaje al que Mengele desprecia por su bajo perfil académico, orígenes sociales humildes y, sobre todo, su falta de prudencia al darse a conocer como uno de los creadores de la maquinaria nazi que aniquiló a millones de enemigos “raciales” y políticos del III Reich. Actitud que habría facilitado la captura y secuestro de Eichmann por el Mosad israelí y su posterior juicio en Jerusalén seguido de su ejecución en Ramla en 1962.
Acontecimientos que, sin duda o discrepancia alguna, se admiten en todos los relatos sobre Mengele como la causa de su huida al Paraguay de Stroessner primero y después al Brasil también bajo régimen de dictadura militar para evitar un destino parecido al de Eichmann.
Allí moriría en 1979 Josef Mengele aunque hay quien duda de que realmente el cadáver aparecido ahogado en una playa brasileña fuera el del ángel de la Muerte de Auschwitz. Un extremo del que no se hace eco “La desaparición de Josef Mengele”.
Detalles como ese aparte, en conjunto esta obra parece una buena aproximación a ese período cargado de horrores. Lo más impresionante de ella, sin embargo, son las referencias que se hacen, por boca de Josef Mengele, a que el proyecto nazi no estaba muerto y que los restos del mismo -aventados por medio mundo o incluso camuflados dentro de la propia Alemania- se reorganizarían para hacer triunfar un IV Reich.
Mengele da algunas pistas, mientras desgrana su huida cayendo cada vez más bajo, reconcomido más que por la culpa -que para él no existe- por el miedo a ser capturado como Eichmann.
Así en la página 139 de “La desaparición de Josef Mengele” se recuerdan en varias viñetas nombres y hechos donde se indica que en Alemania sobreviven en esos momentos numerosos profesores universitarios que participaron en el programa de eutanasia conocido como “Aktion T4” y de los cuales sólo unos pocos fueron juzgados en Núremberg, volviendo la mayoría de ellos a sus carreras académicas.
Como Eugen Fischer, retirado cómodamente en la RFA en compañía de grandes amigos suyos como el filósofo Martin Heidegger. O bien Otmar von Verschuer, al que Mengele califica de su mentor y director del Instituto “Kaiser Wilhelm” y que recibía con gusto el “material” genético -ojos dispares y esqueletos de niños- que Mengele le enviaba a partir de sus “experimentos” en Auschwitz-Birkenau. Alguien que, sin embargo, ejercerá, tras la derrota nazi, como profesor de genética humana y decano de la Universidad de Münster…
Sin duda un muy oportuno recuerdo éste, por parte de Guez y de sus adaptadores al formato cómic de “La desaparición de Josef Mengele”, en esta Europa que se prepara a votar esta semana y donde cabría preguntarse, razonablemente, sí todos los que aspiran a un escaño en el Parlamento europeo -independientemente de su filiación política- o en la Comisión Europea, tienen algo que decir sobre esa siembra de nazis irredentos en suelo europeo.
Gente que, como dice el Mengele de Guez vertido a viñetas, jamás deja de soñar con un IV Reich que acabase, por ejemplo, con las libertades fundamentales de corte liberal y que perpetrase, de nuevo, alegremente, toda suerte de atrocidades médicas. Como las llevadas a cabo en Auschwitz-Birkenau o similares…