Por Carlos Rilova Jericó
Zúñiga es un pequeño y bonito pueblo en la frontera entre Navarra y Álava. Uno de esos que, como indica su censo, va perdiendo, de año en año, población y conforma esa Europa despoblada que tanto parece preocupar, a veces, en las grandes urbes y en los grandes centros de poder de España y del resto del continente.
No sé si, a futuro, su población, que no llegaba en 2023 al centenar de personas, seguirá reduciéndose hasta convertir Zúñiga en un pueblo casi vacío de los muchos que jalonan las carreteras secundarias del país.
Sería una verdadera pena, porque Zúñiga es esa clase de pueblo europeo en el que, como decía Natalie Zemon Davis en “El regreso de Martin Guerre”, parece que nunca ha pasado nada y, sin embargo, tiene su nombre ligado a grandes acontecimientos históricos. Incluso mucho más importantes que aquel que describía la profesora Zemon Davis en su popular estudio sobre aquel pequeño pueblo de Artigat que dio lugar a un sonado juicio por suplantación de personalidad en 1560.
En efecto, el nombre de Zúñiga, esa pequeña villa navarra, está ligado no a una microhistoria reveladora como la de Martin Guerre, sino a grandes hechos históricos que supusieron un punto de inflexión en la Historia de nuestro continente.
Zúñiga fue el origen del apellido y linaje de unos nobles que tendrán un destacado papel -entre otros muchos acontecimientos- en el asedio a Buda (futura Budapest) en el año 1686. Un hecho que marcará el comienzo del fin de la expansión hacia Occidente del Imperio Otomano.
Así encontraremos al más principal de ellos, Manuel López de Zúñiga, duque de Béjar, formando parte de una fuerza multinacional de potencias europeas que, bajo las órdenes del emperador austríaco, primo del rey del duque de Béjar, trata de repeler el avance turco que había estado ante las puertas de Viena en 1529 y que tres años antes, en 1683, casi había conseguido entrar en la capital de ese imperio donde se tuvo que defender la ciudad -casi palmo a palmo- hasta conseguir rechazar a los turcos en una gran batalla en la que los húsares alados polacos jugarán un papel fundamental.
Lo mismo ocurrirá en 1686 cuando los que pasen a la ofensiva sean los reinos europeos agrupados en torno al emperador Leopoldo. Pero en esta ocasión el papel destacado en esos combates contra las tropas del Imperio Otomano será el de los voluntarios españoles (entre ellos varios caballeros de la Casa Zúñiga) que habían acudido a la llamada para seguir esa guerra victoriosa contra la Sublime Puerta.
Pese a que se han escrito varios artículos sobre esta olvidada cuestión, no está clara la índole de la participación española en esos hechos. Parece ser que, como casi todo lo relacionado con la Historia de España en el reinado de Carlos II, se ha dado por hecho que el país está arruinado y apenas puede hacer nada en esa gran empresa. A diferencia de lo que había ocurrido en el primer asedio a Viena en 1529, cuando el emperador Carlos V envía una gran fuerza militar para defender a sus acorralados primos austríacos.
En algunos casos se habla de una pequeña, pero heroica, aportación de unos 300 hombres. En otros se habla de una fuerza de hasta 12.000 efectivos. Lo cual no estaría nada mal para un país “decadente”, España, gobernado por un rey “hechizado”.
Lo cierto es que algunos documentos del Archivo Histórico de la Nobleza ayudan a esclarecer, al menos cualitativamente, esta cuestión de la participación española en esa guerra contra el Imperio Otomano librada entre 1683 y 1686 en el Este de Europa.
Uno de los más esclarecedores es, precisamente, un diario de los acontecimientos de ese último año, 1686, cuando la fuerza multinacional de las potencias cristianas europeas pone sitio a Buda a partir del mes de junio.
Ese documento, perteneciente al Archivo Histórico de la Nobleza, se guarda allí bajo la signatura “OSUNA, CT. 198, D. 1” y describe, de manera ordenada, los acontecimientos que llevan a la rendición de la guarnición turca y a la recuperación de esa ciudad, Buda, para el imperio austríaco y, de rechazo, para la que en la época se llama, aún, “Cristiandad”.
El primer folio de ese documento informa de la muerte, el 16 de julio de 1686, del duque de Béjar, Manuel López de Zúñiga.
¿Cómo ha ocurrido esto según esta pequeña crónica? En los dos folios finales, donde se recapitulan las pérdidas españolas sufridas durante el asedio y asaltos a Buda, queda bastante claro -más allá del dificultosos castellano de fines del XVII- que López de Zúñiga ha caído envuelto en unos combates dignos de los mejores cuadros de guerra que ilustraron las paredes del Versalles del Rey Sol en esas mismas fechas.
Así el cronista nos dice, bajo el título escueto de “Los Españoles que an salido heridos durante este tiempo”, que el día 13 de julio de 1686 se dio orden de asalto contra la guarnición turca por la parte del campamento cristiano que estaba bajo la dirección de un noble exiliado de esa misma Francia del Rey Sol: el duque de Lorena. En esta operación cayó herido Manuel López de Zúñiga de un tiro de mosquete turco que le alcanzó por el lado izquierdo y del que murió tres días después.
En esos hechos de armas estaban con él otros Zúñigas que también recibieron heridas en esos combates para abatir de los bastiones de Buda la Media Luna. Así el propio hermano del duque, Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero, se vio alcanzado por un flechazo que le hirió levemente el hombro. El primo de ambos, el duque de Escalona, Juan Manuel López Pacheco y Zúñiga, fue alcanzado por dos flechas que le atravesaron la casaca, otra que le alcanzó en el brazo izquierdo y, como dice el cronista, quedó muy malparado por las piedras que cayeron en esa acción. Finalmente Gaspar de Zúñiga fue alcanzado por un mosquetazo en la sien derecha, aunque levemente. Sin embargo volvería a ser herido el 27 de julio. Esta vez por un flechazo en la pierna izquierda.
A partir de ahí continúa la lista mencionando a otros caballeros que habían ido con los Zúñiga a ese asedio para repeler a los turcos hacia Oriente y que recibirían diversas heridas o se verían envueltos en hechos que ponían a prueba el valor personal tan querido en esos tiempos y rangos sociales. Ese fue el caso, por ejemplo, del grupo formado por Mateo Morán, Francisco Manrique y Joseph Marín que, reconociendo a caballo las minas que los turcos habían dispuesto para frenar el avance de españoles, croatas, austriacos…, recibieron un cañonazo por parte de la guarnición otomana que mató al caballo de Mateo Morán y le rompió tanto su espada como casaca aunque, dice el cronista, sin causarle mayor lesión…
En conjunto el documento revela un papel notable de los voluntarios españoles en ese asedio. No sólo de la familia Zúñiga, como hemos visto, sino incluso de los catalanes, cincuenta, que formaban parte de esa fuerza y que el cronista describe como gentes que, en todo momento, durante esas operaciones, se habían comportado con “estremado balor”.
Así, entre asaltos casi suicidas a la sombra de los bastiones y fosos de Buda, bajo flechas, cañonazos, fuego de mosquetería y minas, fue como se obliga definitivamente al Imperio Otomano a retroceder hacia Oriente. Gracias a gentes sin nombre como aquellos cincuenta catalanes.
O a caballeros que, por el contrario, tomaban su ilustre apellido de un pequeño pueblo navarro: Zúñiga…