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Carlos Rilova

El correo de la historia

Velázquez versus Rembrandt. Historia, Sociología, Capitalismo, ética protestante y Arte

Por Carlos Rilova Jericó

Normalmente los historiadores y los sociólogos no nos llevamos muy bien. Pese a los notables esfuerzos que algunos grandes historiadores, como Peter Burke, han hecho en ese sentido.

Desde mi experiencia esas relaciones rara vez han fructificado como sí ha pasado con, por ejemplo, la Antropología. Y es que Historia y Sociología parecen hablar muy a menudo lenguajes diferentes, que llevan a conclusiones no sólo diferentes sino opuestas. Un caso notorio es el del sociólogo Max Weber y su muy sobrevalorado estudio sobre la ética protestante y el Capitalismo.

Ya hace más de cien años, Weber sostenía en ese libro que los países protestantes estaban más avanzados por el hecho de haber abrazado la reforma protestante, lo cual, según él, creaba una Sociología mucho más favorable al Capitalismo que el Catolicismo contrarreformista, emanado del Concilio de Trento a mediados del siglo XVI…

El problema con ese aserto que hay quien despistadamente anda proclamando aún hoy día (como señaló en su día el historiador Fernand Braudel), es que vulnera uno de los fundamentos esenciales del método científico válido para todas las ciencias. Ya sean la Física, la Sociología o la propia Historia.

Ese principio es el de que para que una hipótesis sea valida, debe ser comprobada con datos fehacientes. Es decir, si usted, Max Weber, afirma que el Capitalismo, triunfa en países con mayoría de religión protestante, debe dar ejemplos suficientes que lo demuestren.

Y ahí es donde falla estrepitosamente la hipótesis de Max Weber. Como ya he dicho grandes historiadores, entre otros muchos, han criticado esta hipótesis. Fernand Braudel fue especialmente demoledor al señalar -desde la altura de su labor como historiador de la Economía- que el Capitalismo se desarrolla, en el siglo XV, en Italia, área eminentemente católica de Europa, y que los protestantes holandeses no hicieron sino copiar ese modelo ya en pleno siglo XVII.

Si entramos en detalles -como pretendo con este nuevo correo de la Historia- esa afirmación de Braudel se confirma, sin duda. Y a veces se puede encontrar esa confirmación en lugares que pueden parecer insólitos. Por ejemplo en la Historia del Arte…

Es lo que descubrimos, por ejemplo, si comparamos las vidas de cuatro pintores que vivieron en ese siglo XVII. Dos de ellos católicos, Diego Velázquez, que vive de 1599 a 1660 y Bartolomé Esteban Murillo, nacido en 1618 y fallecido en 1682, y dos protestantes: Frans Hals, nacido en un impreciso momento entre 1582 y 1583 y que deja este mundo en 1666 y Rembrandt, que ve la luz en 1606 y muere en 1669.

Según la tesis de Weber, Velázquez y Murillo, artistas españoles, súbditos de una monarquía católica, estrechamente vigilada además por una policía religiosa de pésima fama como la Inquisición, deberían haber vivido vidas austeras cuando no miserables debido a que la ética católica afirmaba que el éxito material en los negocios mundanos no era buena señal, que, cuanto más pobre se era, más certeza había de ganar la salvación en el otro mundo y de estar entre los más próximos a la Gloria de Dios. Para los protestantes -especialmente los calvinistas- era justo todo lo contrario. Quien tenía éxito en los negocios mundanos era porque Dios lo amaba y lo consideraba predestinado a la salvación y la Gloria en la otra vida…

Más allá de tan contrarias posiciones teológicas que dieron fuerza al libro de Weber, ¿qué nos dicen los hechos considerando las vidas de esos dos pintores nacidos y crecidos en un país católico y como católicos?

Pues justo todo lo contrario. Tanto Velázquez como Murillo, partiendo de unos orígenes relativamente humildes, tuvieron un éxito económico envidiable. Así Velázquez, entre 1621 y el año de su muerte en 1660, consiguió ascender de una manera fulgurante en la escala social de aquella monarquía no sólo católica sino defensora a ultranza de esa doctrina. Pasó así de pintor de cámara a gentilhombre del rey Felipe IV, aposentador del mismo (es decir: el encargado de la logística de palacio) y, finalmente, llegará a caballero de la exclusiva Orden de Santiago, dignificando así, por expreso deseo del rey, la profesión de pintor vista aún como oficio vil por muchos de los que orbitaban como nobles satélites en torno a esa monarquía.

El caso de Bartolomé Esteban Murillo es muy similar. Alguno de sus biógrafos decimonónicos, como Francisco María Tubino, señalan que tuvo unos comienzos casi heroicos como pintor, dignos de la clásica historia del “self-made man” norteamericano de la plena época capitalista. Así Tubino, en “Murillo, su vida, su época, sus cuadros”, señalaba que Bartolomé Esteban Murillo, antes de lograr abrirse paso hasta la protectora sombra de Velázquez en la Corte, trabajó -a destajo- en la llamada “Feria” de Sevilla… Una que poco tenía que ver con la hoy tan celebrada de Abril, pues se trataba de una especie de rastro o mercadillo en el que se contrataba y negociaba mercancía a bajo precio para cargar las flotas que iban a América con fines tan capitalistas como comprar barato y vender caro allí. Entre otras cosas obras de Arte -sobre todo religioso- de baja calidad, fabricadas casi en serie por artistas de pobre técnica o sin un buen respaldo social. Como podía haber sido el caso de Murillo.

Fuera esto cierto o no, lo que sí es seguro es que la biografía de Murillo acaba en un éxito digno del mejor ciudadano Kane, pues conseguirá fama y fortuna, rechazando incluso obtener la sombra protectora de la Corte ofrecida generosamente por Velázquez. Y así vivirá y morirá como un perfecto predestinado calvinista por más católico tridentino que fuera, como lo demuestran sus numerosas obras de carácter religioso.

Ante esto las biografías de otros dos genios de la Pintura barroca, Frans Hals y Rembrandt van Rijn, se alzan como dos peligroso escollos para la teoría de Max Weber sobre el éxito económico que debería asegurar el vivir en países de ética protestante. Como el de aquellos dos genios.

Tanto Hals como Rembrandt vivieron, y murieron, como dos perfectos ejemplos weberianos de católicos manirrotos sin serlo. En efecto hay común acuerdo en todas sus biografías acerca de que ambos jamás administraron bien la fortuna económica cuando ésta vino a visitarles en forma de numerosos y bien remunerados encargos. Ambos, Hals y Rembrandt, se arruinaron, fueron embargados y tuvieron que vivir, en el caso de Hals, de una pensión municipal y en el de Rembrandt prácticamente del aire, de una limosna similar…

Estos son los hechos pues. Y si alguna conclusión puede sacarse de ellos es que la Sociología o la Historia, como toda ciencia, no puede limitarse a lanzar hipótesis brillantes, deslumbrantes incluso como la de Max Weber, sino que debe demostrarlas. Dato a dato, hecho contrastado a hecho contrastado. Como, por ejemplo, el éxito de los artistas católicos del Barroco español frente al fracaso económico de los artistas barrocos de un país sumido en aquella ética protestante que tanto dio que hablar, sin mayor fundamento al parecer, a Max Weber.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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