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¿Héroe, corsario, pirata…? La Historia y la leyenda de Francis Drake

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana vuelvo en este nuevo correo de la Historia sobre uno de los temas que, yo diría, es recurrente en estas páginas. La razón es que el martes pasado, el 28 de enero, se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de sir Francis Drake, un personaje histórico realmente controvertido. Para ingleses y españoles. Pero, especialmente, para estos últimos.

Casi podría decirse que el famoso Drake es para muchos en la España actual todo lo contrario a otro marino -guipuzcoano en este caso- que respondía al nombre de Blas de Lezo y Olavarrieta. Si el almirante y general vasco encarna hoy en España para muchos -que no hace tanto despreciaban la Historia- todas las virtudes y toda la admiración que puede despertar un personaje histórico, Drake es justo, para estos mismos y muchos otros españoles, la antítesis. Así se niega que fuera un corsario y se le aplica indiscriminadamente el apelativo de pirata. Con un gusto casi infantil por insultar al enemigo, al “malo” de la película.

Un asunto que se han tomado en serio, todo hay que decirlo, incluso grandes literatos británicos. Como Julian Barnes en su magnífica novela “Inglaterra, Inglaterra”, donde en una discusión entre dos amigas -la protagonista (que encarna de algún modo a la gastada Inglaterra) y una española- la primera sostiene que Drake era un honesto corsario al servicio de la gloriosa majestad de Isabel I y la segunda, la española, insiste en remarcar que Drake era un pirata…

¿Los historiadores deberíamos decir algo al respecto? ¿Es acertado considerar a un personaje histórico como sir Francis Drake en esos términos, sin matices, sin análisis como el que se aplica a otros personajes y hechos históricos?

La respuesta para el historiador que escribe estas líneas es, desde luego, no. Lo que se ha hecho con Francis Drake, tanto en Inglaterra como en España, es justo lo que no debería estar nunca en un libro, o incluso en un artículo, que pretenda ser Historia y no leyenda.

Gran parte de la culpa de esto proviene -una vez más- de los escritores anglosajones que, como ya se ha señalado muchas veces en otros correos de la Historia, escriben sedicentes novelas históricas muy poco históricas en realidad.

Es una tradición con más de un siglo detrás. Así escritores británicos del siglo XX y XXI, como C. S. Forester o Bernard Cornwell, son el último resultado -lógico, por otra parte- producido por escritores británicos de la época victoriana. Como G. A. Henty o, especialmente, un tocayo mío: el reverendo Charles Kingsley.

Este caballero, que vivió, en efecto, en plena época victoriana, cuando Gran Bretaña era dueña de los mares y de medio mundo (al menos según la propaganda oficial), dedicó su vida a ejercer como sacerdote protestante -fue capellán de esa misma reina- y asimismo como historiador titulado en la Universidad de Cambridge.

Como novelista escribió, entre otras, “Westward Ho!”, que a diferencia de lo que les pasa a la mayoría de las novelas históricas españolas, ha sido traducida a otros idiomas y, por supuesto, al español. Así lo hizo la editorial Rey Lear en el año 2011 como “¡Rumbo a Poniente!”. De ese modo el público hispanohablante sigue escuchando la voz de aquel historiador, clérigo y novelista de la orgullosa era victoriana mediante esa obra publicada por primera en el año 1855.

¿Qué escuchan, aprenden… quienes se adentran en las páginas de esa novela histórica o que pretende serlo? Pues sencillamente que sir Francis Drake era un héroe que aterrorizaba a los españoles. Ya sólo en las primera páginas de esa voluminosa novela un tripulante de una de las primeras expediciones que darán fama a Drake, exalta esas virtudes ante otros nativos de Devonshire -como el propio Drake- a los que quiere embarcar para arrasar las posesiones españolas en América.

Las palabras de este marinero, John Oxenham, un personaje histórico pero caracterizado por Kingsley como un miles gloriosus o soldado fanfarrón, no tienen desperdicio. Drake, herido por los españoles, aun desangrándose, se comporta como un héroe casi celestial, pues Oxenham indica que aunque la plata se amontona en Nombre de Dios (objetivo de la expedición) salvar allí de la muerte a Drake fue más importante que el saqueo porque, como dice él, plata hay mucha pero tipos como sir Francis la Divina Providencia sólo crea unos pocos de siglo en siglo. Todo ello para castigo de gente como los españoles, que según dice Oxenham, adoran a una mujer -es decir: a la Virgen María- y por eso luchan como mujeres…

Más allá de la escandalera que pueden causar hoy estas incorrecciones políticas para ciertos espíritus sensibles, esa es la esencia de esta novela pretendidamente histórica que convirtió a sir Francis Drake poco menos que en un santo, además de en un héroe intachable que viene a hacer del mundo, a golpe de cañón y espada en mano, un lugar apropiadamente decente para la clase alta victoriana impecablemente blanca y protestante.

Así las cosas, ¿qué se podría decir de Drake como personaje histórico, no como tótem tribal de ese complejo de superioridad anglosajón que se remonta a la época victoriana? Pues, sencillamente, tanto para británicos como para españoles, que fue un hábil navegante, el tercero en dar la vuelta al mundo tras el guipuzcoano Elcano y el manchego Loaysa. Y que contaba con una patente de corso. Lo cual hace injusto llamarlo pirata (como si fuéramos niños), pese a que -como sabemos los historiadores que algún tiempo hemos dedicado a investigar tan novelesca actividad- quienes enarbolaban esas patentes, muchas veces cruzaban la línea hacia la simple Piratería que debía ser castigada incluso por los propios gobiernos o autoridades garantes de esos permisos.

El mismo Drake sufrió esa suerte. Por ejemplo en 1589, cuando regresa de la cada vez mejor conocida Armada “Invencible” inglesa con las manos vacías y la difícil explicación -para la reina Isabel- de haber actuado bajo su bandera en lo que, en realidad, era una empresa privada con inversores ajenos a la corona. Un trance en el que no se le ejecutó o mandó -cuando menos- a la Torre de Londres, por no empeorar las cosas para Inglaterra desde el punto de vista propagandístico.

La Historia, que no la leyenda, nos dice además que muchas de las empresas, autorizadas o no, de Francis Drake salieron bastante mal. En 1589, en La Coruña, será, oh paradoja, una mujer, María Pita, la que esté al frente de tropas que frustran su desembarco en esa ciudad gallega…

La expedición en la que sir Francis encontrará la muerte, en 28 de enero de 1596, fue igualmente desastrosa, fracasando todos sus intentos de asalto contra plazas fuertes españolas, en las Canarias y en América, hasta que, una vez más, las privaciones propias de una campaña militar y el clima tropical hicieron su trabajo y acabaron con su vida merced a una disentería galopante.

Ese, ni más ni menos, fue sir Francis Drake. Un hombre que vivió durante una larga guerra entre ingleses y españoles, que (como incluso recuerda el mismo editor en español de “¡Rumbo a Poniente!”) Inglaterra perdió en el año 1604, pese a lo que dicen novelas como esa firmada -más con bilis que con tinta, más con leyenda que con Historia- por el reverendo Kingsley. O -peor aún- películas como “Elizabeth” y “Elizabeth: la edad de oro”, manufacturadas por un cineasta indio que necesitaría una de esas urgentes “decolonizaciones” de las que tanto se habla ahora.

Historiadores británicos como sir John Elliott -reconocido hispanista, no como los anglistas hispanos que casi carecemos hasta de nombre- ya han señalado eso mismo: que las hazañas de sir Francis no impidieron, durante años, a partir de 1604, una paz impuesta por los españoles a los ingleses.

¿Por qué esto, o novelas que han enmendado la plana a “¡Rumbo a Poniente!” como “Invencibles” o “Venced al corsario inglés” del donostiarra Juan Pérez-Foncea, sigue siendo algo casi desconocido para el gran público hispanohablante?

Confieso que ese es un misterio histórico sobre el que deberíamos pensar más. Especialmente en un país supuestamente desarrollado y culto como España, que, sin embargo, parece ser se dedica a dar un pésimo ejemplo a los anglosajones despachando esta cuestión con pataletas tan biliosas como “¡Rumbo a Poniente!”, diciendo que Drake era un despreciable pirata inglés y poco más. Como historiador yo estoy seguro de que podemos hacer algo más digno con la biografía de aquel hombre –sir Francis Drake- muerto hace ahora 429 años, que no fue ninguna leyenda, ni un simple pirata, sino un protagonista más de la convulsa Historia de la Europa del siglo XVI.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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