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Carlos Rilova

El correo de la historia

El premio Nobel de sir Winston Churchill. Una historia para la Historia

Por Carlos Rilova Jericó

Winston Churchill es uno de esos personajes históricos que ha hecho correr ríos de tinta volcados, muchas veces, desde las mesas de los historiadores.

Es comprensible, pues Winston Spencer Churchill fue protagonista de hechos históricos que algunos exagerados incluso calificarían de colosales.

El más famoso, desde luego, el de resistir a ultranza al III Reich a partir de 1940 y luchar en solitario prácticamente contra una Europa unificada a la fuerza por la Alemania nazi. Tan exitosa labor, a causa de sangre, sudor y lágrimas -como él mismo dijo en uno de sus memorables discursos durante ese instante tan oscuro- ha hecho de él, hoy día, un personaje semimítico. Tanto que según una escandalizada encuesta hecha -hace años- en Gran Bretaña, muchos jóvenes -residuo y ejemplo de un sistema de enseñanza en horas bajas al parecer- creían que era un personaje de ficción.

Algo que (problemas del sistema de enseñanza británico aparte) no debería ser de extrañar, pues más allá de la peor o mejor intención con la que se hizo esa encuesta, Winston Churchill ha sido incautado por la ficción cinematográfica y literaria y convertido en el protagonista ideal de muchas novelas y, sobre todo, películas.

Y eso pese a los denodados esfuerzos de políticos británicos que, acaso, buscaban -como la Luna- brillar por reflejo de un astro mayor. Ese podría ser el caso del controvertido primer ministro británico Boris Johnson que, en efecto, dedicó una biografía a Churchill donde quedaba demostrado que sir  Winston era un personaje real pese a que sus hazañas políticas y bélicas parecían hacer de él alguien ficticio.

El polémico carácter de Churchill y algunas de sus no menos polémicas declaraciones sobre cuestiones hoy convertidas en poco menos que tabú, también deberían haber hecho mucho para convencer a esa gran masa de población -para la que la Historia es cuestión borrosa- que fue un personaje real, histórico.

Los historiadores, aparte de escribir sobre él, también deberíamos haber hecho más, tal vez, para convencer al público de que, en efecto, sir  Winston fue real. Como la vida misma.

Nacido el 30 de noviembre de 1874 en Woodstock y fallecido en Londres el 24 de enero de 1965, vivió aquel héroe británico (y europeo en realidad) una larga vida. Una en la que le ocurrieron cosas muy curiosas. Por ejemplo que habiendo escrito una sola novela en su vida, “Savrola”, publicada por primera vez en el año 1899, y unos cuantos relatos cortos, le dieran el premio Nobel de Literatura en el año 1953. Lo cual sí que es toda una hazaña. O al menos una tan singular como haber resistido a la maquinaria de guerra nazi prácticamente en solitario. Y cuando todo parecía perdido.

Churchill escribió, desde luego, obras singulares. Fruto de un hombre singular. Así por ejemplo redactó un pequeño tratado, “La Pintura como pasatiempo”, en el que contaba su pasión por la Pintura, pero no sólo como admirador de obras ajenas o coleccionista, sino como pintor él mismo. Una faceta casi desconocida de este polifacético político y héroe de guerra británico.

Pero no fue ese curioso tratado sobre Pintura y la pasión por pintar, ni su novela “Savrola”, ni sus relatos cortos (como “On the flank of the Army”, “Man overboard!”…), lo que en el año 1953 convenció a quienes otorgaban los premios Nobel de que Churchill, con tan exigua carrera como literato (en el sentido exacto del término), mereciera llevarse el de Literatura.

Lo que valoró el comité del premio fue, ante todo y oficialmente, la labor como historiador de Churchill. Sus biografías. Por ejemplo “Marlborough: su vida y su tiempo”, que dedicó a su noble ancestro, el duque de Marlborough -el famoso Mambrú de la canción infantil, bien conocida en Francia y en España-, aquel general británico que, durante la Guerra de Sucesión española, conseguiría para su país la gran victoria de Blenheim, por la que recibiría una magnífica propiedad y palacio bautizado con ese nombre. Una obra esa que, además, vio la luz por primera vez justo cuando se aproximaba la hora más oscura para Churchill, en el momento de la victoria nazi en las urnas en el año 1933.

Aparte de biografías como esa sir  Winston publicaría testimonios personales de las guerras en las que estuvo. Por ejemplo la librada contra los bóers cuando es un joven oficial de húsares británicos destinado a Sudáfrica, o sobre su angustiosa experiencia en la Primera Guerra Mundial ya como cargo político y, por supuesto, acerca de lo que había vivido en la Segunda Guerra Mundial.

Pero aparte de eso, más que Literatura, Churchill escribirá algo que nos concierne especialmente a los historiadores: una monumental “Historia de los pueblos de habla inglesa” que compendiaba la Historia de los anglosajones desde tiempos remotos hasta episodios muy posteriores. Como, por ejemplo, la tan celebrada, por los españoles, Guerra de la Oreja de Jenkins. La que permitirá a Blas de Lezo culminar una de las mayores hazañas guerreras del siglo XVIII con la exitosa defensa de Cartagena de Indias en 1741.

A ese respecto Churchill utilizará su buen oficio de historiador para mostrarse jocosamente imparcial con ese episodio, comentando ácidamente que para cuando el contrabandista Jenkins enseñó su oreja dentro de una botella de conserva ante el Parlamento británico -para provocar la guerra contra España- lo mismo habrían podido cortársela los guardacostas españoles que haberla perdido en una riña de taberna…

Fue en realidad por obras como esas por lo que Churchill conseguiría ese curioso premio Nobel de Literatura concedido a alguien que, como hemos visto, había escrito muy poca Literatura y, en cambio, mucha Historia.

Evidentemente todo apunta a que la carrera política de Winston Churchill tuvo gran influencia en esa decisión, pues ni antes ni después del año 1953 se ha concedido a otro historiador -o historiadora- tan prestigioso galardón por, sobre todo, escribir Historia. Con la excepción, acaso, de Theodor Mommsen. De hecho él mismo sir  Winston se sintió -una vez más- ácidamente sorprendido de que se le diera tal premio y algo de eso escribió en el discurso de aceptación que encargó leer a su mujer en Estocolmo, evitando acudir a la ceremonia -según se dice- porque él consideraba que merecía realmente el premio Nobel de la Paz, pese a haber dedicado gran parte de su vida a librar guerras… Razón por la cual el comité del premio Nobel habría decidido, al fin y al cabo, recurrir al subterfugio de darle el de Literatura pese a la poca Literatura que había escrito y así, como se suele decir, nadar y guardar la ropa…

De todos modos, independientemente de tan alambicada decisión, ese comité del premio Nobel gestionado por la Academia sueca de Ciencias, bien podría haberse planteado (antes de que en 2015 lo hiciera el Comité Internacional de Ciencias Históricas) la necesidad de establecer un Nobel dedicado específicamente a la Historia (aparte de a la Física, la Química…), pues muchos libros de Historia han contribuido al avance de la Humanidad y a la mejora de sus condiciones vitales. Tal y como quiso Alfred Nobel, que, a partir de 1895, instituyó el premio para eso: para premiar a quienes de algún modo habían hecho algo por tan noble causa. Tratando así de expiar el remordimiento de haber conseguido su fortuna -en gran parte- gracias a inventar instrumentos de destrucción como la dinamita…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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