Por Carlos Rilova Jericó
El cómic, o lo que ahora suele describirse como “novela gráfica”, ha sido llamado “Noveno Arte”. Sin embargo no han faltado, desde luego, quienes consideran que los “tebeos” (por mucho que se cambien de nombre, a cómic, a novela gráfica…) nunca serán algo que pueda considerarse “Arte” del mismo modo que así se considera a la Pintura o a la Arquitectura.
Es una opinión -como todas ellas- discutible. Y, tal vez, además, algo injusta si consideramos los tributos de admiración que ese “Noveno Arte” ha rendido, desde hace años, a las vidas de los que cultivaron ese otro “Arte” (con mayúscula) digno de tal nombre y plasmado en pinturas famosas que cuelgan en las paredes de los Museos. O en construcciones igual de famosas y dignas de las páginas de los libros de Historia del Arte. No faltan ejemplos de eso.
Así, un maestro del cómic como Milo Manara dedicó un extenso trabajo, publicado en dos volúmenes, a Caravaggio. Otros autores de ese “Noveno Arte”, como Jean-Luc Cornette, han dedicado al menos una de sus obras a Gustav Klimt y a aquella Viena de la “Belle Époque” entre decadente y genial, la de Stefan Zweig y el “Secession style”, donde ese artista, Klimt, dio al público pinturas tan conocidas hoy como la que llaman “La dama de oro”.
Más recientemente Norma Editorial tuvo la excelente idea de publicar otro magnífico cómic dedicado al arquitecto Viollet-le-Duc y sus problemas para restaurar el estilo Gótico existente -de manera tan abundante- en Francia y su creación de construcciones propias, originales, en estilo historicista Neogótico. Una obra que ha contado como guionista, además, con un historiador especializado en el campo de Historia del Arte, Salva Rubio -doctor en Historia y Artes por la Universidad de Granada- que junto con el dibujante Eduardo Ocaña (arquitecto de estudios y de profesión), dieron forma a ese cómic titulado “La resurrección de Notre Dame”. Unas viñetas que, desde luego, son un recomendable -y asequible- lujo para acercarse a esos pasajes de la Historia de la Arquitectura.
Esa política editorial no ha decaído, pues este mismo año 2025 la misma editorial, Norma, ha publicado en español “La Venus del espejo”. Nueva obra de Jean-Luc Cornette (después de la dedicada a Klimt) y del dibujante Matteo asistido en el color por Chiara Fabbri Colabich.
Pero, llegados a este punto, es necesario advertir que ese cómic es un trabajo que difiere bastante de “Klimt” o de “La reconstrucción de Notre Dame”.
Así aquí no contamos con la mano experta de un historiador del Arte, como Salva Rubio, y eso, tal vez, es lo que lleva a “La Venus del espejo” a acercarnos a la vida del pintor de Felipe IV no tanto desde la Historia probada, sino a través de las muchas especulaciones e interpretaciones que ha suscitado ese famoso cuadro de Velázquez, al que se le dio el título de la Venus del espejo.
En efecto el camino que Cornette, Matteo y Fabri toman aquí, es el de considerar que la Venus del espejo fue pintada por Velázquez durante su segundo y último viaje a Italia, entre 1649 y 1651. Aceptando esa teoría, los autores del cómic se adhieren también a la especulación de que allí el pintor de Felipe IV conocerá a Fluminia, la hermana de un colega italiano -Antonio Domenico Triva- y pintora al igual que él. Un personaje muy en la línea de otras artistas italianas más o menos contemporáneas de Velázquez, como Sofonisba Anguissola o Artemisia Gentileschi, y a la que el pintor español convierte primero en su modelo para la Venus del espejo y más tarde en su amante…
De ese modo el cómic “La Venus del espejo” da también por bueno el hecho, cierto, de que Velázquez tuvo allí una relación extramatrimonial durante esa estancia, corroborada por el reconocimiento de un hijo ilegítimo del pintor.
“La Venus del espejo” nos aproxima así, por estos cauces, a estos compases de la vida de Velázquez. Se trata, por tanto, de un contenido más o menos discutible para una obra que divulga -o pretende divulgar- cuestiones de Historia.
Y ahí se plantea la pregunta de si, en ese aspecto, ese cómic es tan recomendable como “Klimt” o “La resurrección de Notre Dame”.
Mi opinión, no sólo como historiador sino como decidido partidario del cómic para acercar la Historia a más y mejor público, es que “La Venus del espejo” ha pecado, tal vez, de excesiva timidez a pesar de escudar su relato tras teorías sólo aparentemente audaces como esas.
Y es que la Historia, en el caso de ese cuadro de Velázquez, supera cualquier ficción.
Por ejemplo la novela “Crónica del rey pasmado” de Gonzalo Torrente Ballester -que parece haber seguido al pie de la letra Cornette- al tratar sobre el estricto control religioso de obras como la Venus del espejo, palidece ante lo que en realidad ocurrió con esas cuestiones en la España de Felipe IV tal y como las refleja el historiador Andreas Prater en su libro “Venus ante el espejo. Velázquez y el desnudo”. Ahí vemos que el asunto adquiere tintes de novela casi policíaca, mostrando una corte española dividida entre la alta nobleza que colecciona -prácticamente sin pudor- esa clase de pintura y algunos clérigos que parece no terminaban de atreverse a hablar -en serio- de la necesidad de prohibir tener cuadros de ese género como los que tenía Felipe IV firmados por Tiziano o Rubens…
“La Venus del espejo” me parece también una obra tímida, porque la vida de Velázquez da para mucho más de lo que en ella se cuenta si pensamos, por ejemplo, en su labor no como pintor de la Corte, sino como aposentador del rey testigo de momentos cumbre de la Historia de Europa. Como la firma de la Paz de los Pirineos en 1659, donde tendrá ocasión de ver cómo el embajador español Luis de Haro se bate con un cardenal Mazarino -consumido por la edad y por sus achaques- durante esas largas negociaciones, estrellándose contra las ultrajantes condiciones que Haro le arroja al rostro sin descanso, sin piedad, durante meses…
Resulta tímido también este cómic, “La Venus del espejo”, cuando vemos, al cerrar la última de sus 84 páginas, que no hay más viñetas en las que se nos cuenten los avatares del cuadro en los siglos siguientes. Por ejemplo como viaja, en plenas guerras napoleónicas, desde la corte de José Napoleón Bonaparte hasta caer en manos de un sheriff inglés para -más o menos cien años después- ser atacada esa genial obra por una furiosa sufragista. Enfadada por el trato que su gobierno da a su líder, Emmeline Pankhurst, y, también, por la fascinada mirada de los hombres que contemplaban a la genuina Venus del espejo velazqueña y que, en opinión de esa activista feminista, tenía más de deseo carnal que de elevada contemplación del Arte. Con “A” mayúscula.
Es pues recomendable acercarse a Velázquez y su obra ahora gracias a “La Venus del espejo”, pero siempre que se tenga en cuenta ese carácter, más especulativo que histórico, de lo que nos cuenta. Y, sobre todo, no olvidando la deuda contraída con nosotros, sus lectores, por sus editores, guionistas y dibujantes. Es decir: la de proporcionarnos nuevos cómics sobre Velázquez o sobre ese mismo cuadro que, como espero haber demostrado, bien los merecen…