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Carlos Rilova

El correo de la historia

China, el gigante dormido, el emperador Napoleón y un libro sobre un navegante vasco

Por Carlos Rilova Jericó

Una de las cosas que llaman la atención sobre China, ese país que tanto suele llamar la atención, es la admiración -o eso se dice- que despierta allí Napoleón.

Llama la atención porque la China continental -o comunista, o popular- es un país que parece en las antípodas de todo lo que tenga que ver con aquel fulgurante emperador, que sólo reina diez años, y que, sin embargo, tanto cautivó y sigue cautivando la imaginación histórica de los europeos. Algo lógico en nuestro continente, pues en él el emperador y su imperio tuvieron -pese a la brevedad de aquella aventura- unas consecuencias de muy largo plazo que dieron lugar al entorno en el que ahora vivimos.

La admiración china por Napoleón estaría, pues, menos justificada y derivaría, más bien, del hecho de que al emperador francés se le atribuye una frase que -con ligeras variantes- venía a decir que China era un gigante dormido al que convenía dejar en tan feliz estado porque el día en que despertase el mundo temblaría.

Así pues parece que tan ominoso elogio es lo que lleva a los chinos continentales a admirar hoy a Napoleón. Y parece que también, en parte, ha llevado por ese mismo camino a los chinos insulares de Taiwán, que incluso guardan -desde 2019- en su Biblioteca Nacional un documento original de 1802 con el nombramiento de Bonaparte como cónsul vitalicio.

Para el historiador que estas líneas escribe, que no es chino ni francés, entusiasmos bonapartistas basados en frases así, lógicamente, tienen que ser vistos desde otro ángulo más equilibrado. Y es que si algo queda claro tras años de haber investigado al emperador corso y su breve imperio, es que a Napoleón le gustaba mucho lanzar -sin mucha prudencia- frases para la Historia. Una tendencia que como señalaba en el correo de la Historia de 3 de marzo, la película “N, Napoleón y yo” satirizaba con mucho acierto, dejando en evidencia que frases así tal vez resultaban ser poco menos que humo salido del sobrado ego de Napoleón. ¿Sería ese, pues, el caso de la que acuñó sobre la grandeza de China una vez que despertase?

Pues lo cierto es que en esta ocasión, como en algunas otras, el análisis del emperador era bastante acertado. Al menos en parte. La China de su época era, en efecto, un gigante dormido. Algo que sabían bien sólo los franceses mejor informados. Como Napoleón. O los agentes comerciales franceses destacados en el puerto de Cantón.

Eran estos gente bastante peculiar, por cierto, y a la que el cataclismo de la revolución francesa y la caída de la monarquía (con todo lo que siguió después, incluido el ascenso del entonces general Bonaparte) llevó a considerables trastornos. Un asunto ese del que hoy sabemos -o deberíamos saber- gracias a un navegante vasco que conoció bien a esos agentes.

Dicho navegante era Manuel de Agote y Bonechea. Alguien del que, al igual que Napoleón, ya se ha hablado en diversas ocasiones en otros correos de la Historia.

Agote fue también -de 1779 a 1797- un representante europeo en Cantón como esos agentes franceses que informaban de la verdadera situación de China a la Francia de Bonaparte. En los “diarios” que escribió durante esos largos años, recopiló cientos de páginas de información estratégica que revelan una educación esmerada -propia de los ilustrados europeos de la época- y, también, una aguda inteligencia.

Con esos medios describirá Manuel de Agote los avatares de los agentes franceses, pero también muchas otras cosas sobre aquel “gigante dormido” del que habló Napoleón. Por ejemplo el desfase entre China y las potencias europeas -españoles, suecos, daneses, prusianos, británicos…- presentes en la costa de Cantón. Único lugar en el que el Imperio chino les autorizaba a asentarse bajo una estrecha vigilancia, temiendo que el gigante dormido, en efecto, despertase y descubriera que estaba rodeado por un mundo en el que China se estaba convirtiendo en una quebradiza reliquia, que podía ser barrida por el primer soplo de aire procedente de una Europa mucho más avanzada.

Manuel de Agote y Bonechea no dejó de tomar nota de todo aquello. El imperio chino, en efecto, se había quedado dormido. El navegante vasco, guipuzcoano, getariarra, constataba así que China no era lo que los ilustrados europeos de primera línea -filósofos como Rousseau o Voltaire- se imaginaban desde la lejanía. Es decir: un admirable país, perfectamente organizado según la filosofía de Confucio. Tanto que hasta se había convertido en una moda decorativa para los elegantes salones europeos, llenos de papeles pintados con motivos “chinos” y de porcelanas que, traficadas desde Cantón, dejaban astronómicos beneficios a comerciantes como el mismo Manuel de Agote.

Para él, observando de cerca al gigante dormido, lo que estaba perfectamente claro era que China era un país atrasado, con un Ejército que parecía salir de la noche de los tiempos, armado con armas de fuego que, al lado de las que poseían los europeos (o los norteamericanos que también harán acto de presencia en Cantón), resultaban piezas de museo. Probablemente más peligrosas para el que las disparaba que para aquel contra el que se utilizaban.

China parecía dormida a los ojos de Manuel de Agote también de manera literal, porque en esos años en los que él vive y se hace inmensamente rico allí, sus colegas británicos han comenzado ya a introducir de contrabando ingentes cantidades de opio y han fomentado que ese vicio arraigue con terribles consecuencias. Como las de arruinar a algunos de los comerciantes chinos -los llamados “janistas”, autorizados por el Imperio a traficar en exclusiva con los “bárbaros” occidentales- que quedan consumidos por su adicción a esa terrible droga.

La descripción que da de esto Manuel de Agote en algunos de sus “diarios” (por ejemplo el de 1790) resulta muy instructiva, pues relata cosas tales como la presencia de un barco varado por la Compañía inglesa cerca de Cantón, lleno de opio, traído desde las posesiones británicas en el subcontinente indio y destinado a entrar masivamente en el gigante chino para paliar el déficit comercial de esa hoy tan célebre empresa. Y es que los británicos al carecer de plata -única moneda admitida por los chinos- tenían que comprar con pérdidas en Cantón lo que luego vendían en Europa. Un problema que no afectaba a Agote, pues él recibía -como agente de la Real Compañía de Filipinas- remesas anuales de plata desde el virreinato del Perú y sus minas de Potosí.

Razón suficiente esa por la que los británicos tratan de atraerlo a su terreno, ofreciéndole, a cambio de parte de esa plata, una participación en su negocio de tráfico de drogas. Una oferta que el astuto Manuel de Agote, por supuesto, rechazará haciendo uso, una vez más, de su privilegiada inteligencia. La misma que le llevó durante años no sólo a enriquecerse con el comercio en China, sino a describir minuciosamente el estado de aquel gigante dormido y las ambiciones de potencias emergentes ante él. Especialmente las británicas, que no escatimarán medios para conseguir que esa China fuente de riqueza para, por ejemplo, los españoles, se convierta en otro tanto para ellos. Bien sea por medio de ese turbio tráfico de opio o bien por medio de halagos diplomáticos. Como la fallida embajada de Lord Macartney que nuestro navegante y comerciante vasco describirá con ácida precisión en su “diario” de 1793.

Todo esto, tan importante para saber si China era un gigante dormido -como dijo Napoleón- o si ahora realmente ha despertado, es, todavía hoy, sin embargo, prácticamente desconocido para el gran público por esas cosas tan peculiares que suelen pasar en ese país que está al Sur de los Pirineos.

Una falta que este mismo lunes 28 de abril quedará subsanada, al menos en parte, gracias a la presentación de una biografía de Manuel de Agote -muchos años, demasiados, preterida, olvidada- firmada por el historiador que estas líneas escribe y publicada -como no podía ser menos- por la Diputación Foral guipuzcoana que administra hoy la provincia natal de aquel genial navegante llamado Manuel de Agote y Bonechea.

Así, si se encuentran en San Sebastián hoy mismo y se acercan a las seis y media hasta el convento de Santa Teresa en la Parte Vieja de la ciudad -junto a la monumental parroquia de Santa María erigida gracias a comerciantes como Agote- podrán descubrir ese libro de las maravillas orientales y occidentales que es la biografía de ese navegante basada en sus impagables “diarios” que, entre otras muchas cosas, daban la razón al emperador Napoleón sobre aquel gigante dormido, China. Al que era mejor dejar sumido en dulces sueños para que el resto del mundo no tuviera razones para temblar…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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