Por Carlos Rilova Jericó
Julio Verne es mundialmente conocido por sus novelas de lo que hoy se calificaría como “ciencia-ficción” y donde ese escritor bretón se explayaba extasiando a sus lectores con las maravillas que se podían esperar gracias a una Ciencia decimonónica que, como decía aquel personaje de zarzuela, adelantaban una barbaridad en la época.
Viajes submarinos de 20.000 leguas, a la Luna, ejércitos aerotransportados a la conquista del Mundo dirigidos por una precuela de Hitler y de los malvados rivales del agente 007… Obras como esas han creado lo que es la imagen más difundida de Julio Verne. Pero ciertamente hay otro Verne. Algo de lo que ya se avisó hace años cuando los editores rescataron una novela tan atípica en su currículum como “París en el año 2000”. En ella Verne parecía arrepentirse (con carácter preventivo) de sus éxtasis positivistas en los que glorificaba -casi como una experiencia religiosa- la Técnica y la Ciencia e imaginaba que al filo del nuevo milenio, del esperado año 2000, se acabaría por crear en aquella Europa, convertida en la vanguardia científica del Mundo, una sociedad muy desarrollada en el campo tecnológico pero vacía de conocimientos humanísticos. Como la Historia por ejemplo. Algo en lo que ese singular novelista casi resultó profético. Una vez más…
Aparte de esto también hay que constatar que Verne estaba interesado -y escribió- sobre asuntos que poco tenían que ver con excursiones -a través de la Ciencia- hacia un posible futuro. Así, dejando aparte novelas como “Miguel Strogoff”, que se podrían calificar más bien como del género “de aventuras”, acontecimientos históricos -como la Guerra de Secesión de los Estados Unidos- atrajeron la atención de Verne no una sino varias veces para quedar plasmados en algunos de su escritos.
Ese fue el caso de “La isla misteriosa”, una novela del año 1874, donde aparece brevemente ese tema porque la acción tiene como punto de partida un campo de prisioneros en la capital confederada de Richmond. A partir de ahí, sin embargo, Verne volvía a ser en esa novela el Verne más conocido, extasiado por la Ciencia. La que en “La isla misteriosa” permite a los fugitivos -reconvertidos en nuevos robinsones- abrirse camino y sobrevivir en aquella misteriosa isla donde Verne se reencuentra además con la trama de su célebre “20.000 leguas de viaje submarino”.
Años más tarde el escritor bretón profundizará más en la cuestión de esa Guerra de Secesión ocurrida bastantes años antes y escribirá “Norte contra Sur”. Esta novela se publicaría en 1887, pero ya tiempo atrás, en 1871, Verne había dado al público lo que se podría considerar un preludio de “Norte contra Sur”.
Se trataba de “Los forzadores del bloqueo”, una novela mucho más breve, pero igualmente trepidante, con ese estilo característico que hizo popular a Verne. En ella el escritor de Nantes nos narra una de esas “historias del mar” que tanto tientan a los que, como él, nacen en ciudades costeras y sienten la llamada del océano durante toda su vida.
Así, en esas páginas vemos aparecer a una familia de armadores escoceses, los Playfair, involucrados en la crisis económica que ha provocado la Guerra de Secesión, cortando a esa Gran Bretaña que es el taller del Mundo en esos momentos el suministro de algodón, provocando paro, cierres empresariales, pérdidas económicas de millones de libras esterlinas… Una catástrofe a la que, sin embargo, la familia Playfair se enfrenta con el optimismo y el espíritu emprendedor propio de los personajes habituales en las obras de Verne.
El plan de esa familia con un apellido que es todo un juego de palabras de los que tanto gustaba Julio Verne, es ideado por un joven capitán, James Playfair, que propone a su tío armar un veloz vapor -otra de las maravillas técnicas habituales en las novelas de Verne- y con él burlar el bloqueo al que la Marina unionista tiene sometida a la costa controlada por los estados confederados. Si esto se consigue, el beneficio -tal y como promete el capitán Playfair- será astronómico al traer una materia prima muy codiciada y de la que se carece en absoluto en Gran Bretaña.
Es así como el fabuloso vapor de los Playfair pone proa hacia Charleston para, a partir de ahí, vivir las habituales aventuras que esperan siempre los lectores asiduos de Verne.
Nos encontramos así con un duro mar de invierno que bate los costados de acero del Delfín, el maravilloso vapor armado por la compañía de los Playfair. Desafiados con éxito los elementos adversos, el vapor tendrá que abrirse paso entre la Marina unionista que no escatimará el uso de sus cañones, haciendo contener la respiración a los lectores de “Los forzadores del bloqueo”. Un aliento que no recuperarán hasta que el Delfín consigue eludir las baterías de tierra unionistas que siguen machacando al célebre Fuerte Sumter donde, como ilustra Verne a sus lectores, se había iniciado la rebelión confederada.
A partir de ahí la aventura de James Playfair sigue por otros derroteros que llevan a la intriga política, pues debe librar de las garras del general confederado Beauregard -comandante en jefe de Charleston- a un periodista de Boston (furibundo abolicionista y unionista), padre de una bella polizonte que se ha colado en el Delfín desde que pone proa al Atlántico en el puerto de Glasgow.
Estas aventuras de “Los forzadores del bloqueo” tendrán un final feliz de esos que el editor Hetzel exigió siempre a Julio Verne para que la mina literaria descubierta con “Cinco semanas en globo” -publicada en 1863, apenas empezada la Guerra de Secesión- continuase enriqueciendo tanto al editor como al novelista.
Así el “Delfín” logrará burlar, con rara neutralidad, tanto a las baterías de costa confederadas que pugnan por hundirlo mientras maniobra hábilmente en el canal de Charleston, como a las de los unionistas que asedian la ciudad y no distinguen si el vapor de los Playfair lleva a bordo algodón de contrabando o periodistas favorables a la Unión acompañados de su servidumbre y bellas familiares femeninas que se han apoderado del corazón del capitán James Playfair…
En conjunto “Los forzadores del bloqueo” resulta un relato bastante atípico bajo su apariencia de otra novela más de la “factoría Verne”, equiparable a “Miguel Strogoff” o “La vuelta al mundo en ochenta días”.
Como señalaba el periodista León Sarcos en un artículo recientemente publicado en “Cambio 16”, haciendo un magnífico estado de la cuestión de lo que realmente sabemos (o no) de Julio Verne, el editor Hetzel siempre impuso al escritor de Nantes relatos “blancos” que entretuvieran al lector y no le planteasen dilemas morales en el terreno político por ejemplo.
Así las cosas “Los forzadores del bloqueo”, bajo su apariencia ingenua, típicamente verneana, rompe con esa pauta en cierto modo. Escrita en 1871, en ella Verne no condena abiertamente el Esclavismo como sí lo hace en otras novelas como “Un capitán de quince años”, publicada en 1878, o en “Norte contra Sur”, donde volvía sobre la cuestión de la Guerra de Secesión en 1887.
Por el contrario en “Los forzadores del bloqueo” vemos a un capitán escocés tan dispuesto, por amor, a jugarse vida y fortuna para liberar a un periodista abolicionista y unionista (padre de su amada), como a enriquecerse sin mayor escrúpulo vendiendo armas y bagaje a los estados confederados a cambio de su algodón.
A ese respecto el artículo de León Sarcos planteaba cuestiones interesantes. Entre otras la de advertirnos de que quizás sabemos de Julio Verne menos de lo que creemos saber, según señalan algunos de sus más recientes biógrafos. Por ejemplo sobre sus ascendientes familiares y su relación con el tráfico de esclavos que enriqueció a Nantes mucho antes de que Verne naciera allí un buen día de 1828. Algo que bien podría explicar muchas cosas sobre las cambiantes páginas de este escritor -ya inmortal- acerca de cuestiones como el Esclavismo, el Abolicionismo, la Guerra de Secesión norteamericana…
Una aventura -intelectual en este caso- a la que seguramente el propio Verne no hubiera dicho que no y que, tal vez, algún día se emprenda. Añadiendo así nuevas facetas a la biografía de ese escritor como ya lo hizo en su día la oportuna publicación de otra de sus obras atípicas como “París en el siglo XX”. La misma que Hetzel rechazó por ser excesivamente realista, adulta…