Por Carlos Rilova Jericó
Esta semana me ha llegado la ansiada noticia de que una figura histórica realmente idolatrada por muchos en España, va a tener, por fin, su tan esperada serie de Televisión. O lo más parecido al menos en estos tiempos de Inteligencia Artificial y canales como YouTube.
El personaje histórico, ya lo habrán adivinado, es Blas de Lezo que es ya habitual en el correo de la Historia desde hace años. Tan admirado hoy por unos y tan odiado por otros por eso mismo.
Personalmente para mi Blas de Lezo es, ante todo, un personaje histórico del que escribí, ya hace años, una biografía para la Enciclopedia Auñamendi y un estratega militar de primer orden de ese siglo de la Ilustración que, injustamente, no ha tenido el lugar que le correspondía en libros capitales sobre la Historia militar de esa época como el que escribió en su día Christopher Duffy.
Pero aparte de eso, a medida que crecía el eco de la fama -olvidada y bien olvidada- de Blas de Lezo, he acabado temiendo que el marino vasco se convirtiese en un regalo envenenado.
La razón de ese temor es muy sencilla: se ha pasado en España de no saber -o no querer saber- nada de él, a convertirlo en, prácticamente, la única figura importante del siglo XVIII español. Como decía Stendhal en uno de sus relatos cortos, hay favores que matan y éste que nos hizo el recientemente fallecido Pablo Victoria parece ir por ese camino. Por el de cometer, como parece y me temo, el grave error de creer que Blas de Lezo fue el alfa y el omega de la Historia militar española. Y más aún de la Historia militar española del siglo XVIII.
Y es que, parafraseando al Che Guevara, hay que constatar, desde la Historia, que en aquel Siglo de las Luces hubo uno, dos, tres… muchos Blas de Lezo al servicio de la corona española. No podía ser menos teniendo en cuenta que aquella monarquía era la más extensa del mundo en ese momento, abarcando dos hemisferios y el principal flujo comercial y monetario del plantea.
Era, pues, esa España un enemigo temible y envidiado que, por eso mismo, precisaba de personas instruidas no sólo en el Arte militar, sino en navegación, Astronomía, Matemáticas, Cartografía, Botánica… De todo eso tuvo aquella gran potencia porque, de haber carecido de los Mutis, los Balmis, los Gaztañeta, los Agote y Bonechea y, naturalmente, de comandantes y líderes militares como Blas de Lezo, esa vasta potencia no habría aguantado mucho tiempo en aquel Siglo de las Luces frente a enemigos tan tenaces como los británicos.
Es ahí donde empiezan -o deberían empezar- a surgir otros nombres de marinos y militares que merecen un puesto junto a Blas de Lezo. De algunos de ellos ya hablé en otro correo de la Historia. Caso del brigadier Gabriel de Zuloaga. Otro guipuzcoano como Lezo. Pero no es ese nombre ni el único ni el último. Este sábado tuve ocasión de comprobarlo al estar presente en un homenaje al capitán de navío Luis Vicente de Velasco e Isla organizado por el Ayuntamiento de Meruelo y la Real Liga Naval Española en Cantabria con el apoyo de Javier del Río -miembro de Héroes de Cavite de Cantabria y de Amigos del Real Astillero- junto con la Asociación de recreación histórica “2 de Mayo” de Camargo y la participación en ese homenaje, como es de rigor, de las Fuerzas Armadas.
Y así las cosas si hoy, entre los muchos guipuzcoanos que aún veranean en Noja, en la costa de Cantabria, hay quien se pregunta quién era ese capitán Luis Vicente de Velasco e Isla y el porqué de ese homenaje, este nuevo correo de la Historia estará más que justificado.
Luis Vicente de Velasco nació allí, en Noja, en el año 1711. Como muchos otros hidalgos, nobles… norteños venidos al mundo cerca del Mar, acabó por elegir la Armada del rey como destino. Desde ese momento en el que se enfunda el uniforme de guardiamarina, su carrera correrá paralela a la de otros como el mismo Blas de Lezo.
Nos dice así Marcelino González Fernández en la entrada del Diccionario biográfico español que se dedica al capitán Velasco, que en 1727 recibe su bautismo de fuego cuando España intenta recuperar Gibraltar en una nueva guerra contra Gran Bretaña en la que, paradójicamente, otro marino vasco hoy bastante olvidado, Antonio de Gaztañeta e Iturribalzaga, culminará su carrera con una gran hazaña, burlando sin un sólo disparo nada menos que a tres almirantes británicos en la carrera del Atlántico. Hazaña esa realizada tan sólo con esa pericia marinera hoy atribuida a personajes de ficción como Jack Aubrey, como ya he contado yo en distintas tribunas.
Posteriormente Luis de Velasco estará destinado en el Mediterráneo entre 1732 y 1741. En esos años asciende a teniente de navío y participa en acciones contra las fuerzas del Imperio Otomano desplegadas en el Norte de África. Así estará presente en la reconquista de Orán y posteriormente, cuando vuelve a estallar otra guerra contra los británicos, conducirá por ese mar transportes de tropas al frente de Italia.
De allí, al recrudecerse la Guerra del Asiento en el Caribe, se le destinará a América y será en esos momentos cuando realizará una hazaña naval de esas que los novelistas británicos atribuyen, una vez más, a capitanes ficticios como Horatio Hornblower o Jack Aubrey. Nos dice así el artículo del Diccionario biográfico español de la RAH que Luis de Velasco, ya como capitán, se enfrenta en el año 1742 a una fragata británica de mayor porte que la suya.
Fue a la altura de la costa entre Matanzas y Veracruz, allí Luis de Velasco se lanzará contra la fragata británica con una primera andanada. En esta ocasión el barlovento fallará al capitán español con lo cual no podrá abarloarse a los británicos, teniendo que sostener con ellos un intenso cañoneo durante más de dos horas. Una acción que dará, al fin, sus frutos cuando el viento permita lanzar los arpeos a la amura del británico para practicar un abordaje que terminará con la rendición de aquella fragata que supera en medios a la del capitán Luis de Velasco. Asegurada la presa, el cántabro se lanzará en persecución del bergantín que trataba de socorrer a la fragata y también lo capturará tras un breve combate en el que dos cañonazos españoles alcanzaron la línea de flotación del británico, que, prudentemente, prefirió arriar el pabellón y rendirse. Con ambas presas Velasco entrará en el puerto de La Habana donde será justamente aclamado por la población al verle llegar con un número de prisioneros que doblaba a su propia dotación.
Será en La Habana precisamente donde Luis de Velasco realice la mayor de sus hazañas militares, como marino en tierra. Lo hará defendiendo el castillo de los Tres Reyes -más conocido como El Morro- que es la primera linea de defensa de ese estratégico puerto cubano. Eso ocurrirá en el año 1762 cuando España entre en la Guerra de los Siete Años (tan conocida hoy gracias a novelas de James Fenimore Cooper como “El último mohicano”).
A Velasco se le encargará detener a una flota tan formidable como la que enfrentó Blas de Lezo en el año 1741. Y eso con una guarnición mucho menor que apenas llega a 700 hombres frente a los 20.000 que lleva a bordo la flota británica. Aun así Velasco resistirá estoicamente los ataques lanzados contra el castillo del Morro que cierra el paso a La Habana. La plaza solo caerá un mes y medio después de que el 6 de junio de 1762 los británicos tomasen la primera cabeza de playa cubana con éxito. Durante ese mes y medio de asedio fue preciso a los británicos sacrificar miles de soldados, bombardear con más de 20.000 proyectiles, desde tierra y mar, las murallas del Morro y hacerlas volar finalmente con una mina para dar un asalto frontal.
Antes de eso Luis Vicente de Velasco e Isla tendrá ocasión de infligir numerosos daños al flamante despliegue de la Royal Navy ante las defensas de La Habana. Así el Cambridge (de tres puentes y 80 cañones) será desarbolado muriendo su comandante en el intento y quedando la mitad de su tripulación fuera de combate, teniendo que ser remolcado por otro navío de ochenta cañones -el Marlborough– para evitar que se hundiese. Igualmente dañará el fuego del Morro al Dragon, de sesenta cañones. Y al Stirling Castle, de setenta, se le obligará a salir de la linea de fuego, siendo su comandante separado del servicio por esa retirada vergonzante.
Así Luis de Velasco será tratado con todos los honores por sus enemigos cuando la plaza finalmente capitule tras aquel mes y medio de resistencia tenaz. Al igual que Lezo, el capitán Velasco morirá a causa de sus heridas infectadas, pese a ser, en su caso, leves. Pero a diferencia del guipuzcoano los honores fúnebres y las recompensas a sus descendientes -con otro marquesado- le llegarán antes. Acaso por la ausencia de discrepancias -como las que tendrá Blas de Lezo con el virrey Eslava- frente al mando supremo de La Habana.
Lo que si es evidente es que su biografía, como la de Blas de Lezo, de haber sido británicos ambos, hace tiempo habría inundado el planeta de referencias de cultura popular de esas que tan bien saben manejar los anglosajones. Fértil terreno donde, por ejemplo, el mismo director de Cine, Cy Endfield, supo, años ha, hacer igual de gloriosa la victoria (moral) de la defensa de Rorke´s Drift como la derrota de Isandhlwana durante la misma Guerra Anglo-Zulú de 1879…