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Carlos Rilova

El correo de la historia

De los usos de la Historia, de guerras civiles y de antiguos regimientos

Por Carlos Rilova Jericó

Los asiduos al correo de la Historia sabrán seguramente que, desde hace ya un par de años, cada quince días publico otros artículos en otra de las secciones digitales de “El Diario Vasco”, conocida ésta como “Historias de Gipuzkoa”.

La, de momento, ultima colaboración en esas “Historias de Gipuzkoa” la dediqué a un largo cumpleaños. En este caso el del regimiento de Infantería Ligera Sicilia número 67 que ha tenido una larga relación, histórica, con la ciudad de San Sebastián desde, por lo menos, el año 1719 y que, en efecto, cumplía, en el momento en el que publicaba esa nueva aportación a “Historias de Gipuzkoa”, nada menos que 490 años. Convirtiéndose así el Sicilia, bajo distintas denominaciones, en uno de los regimientos militares más viejos de toda Europa.

En general, y para mi sorpresa, los comentarios a ese artículo han sido bastante positivos, pero el último -de momento- de ellos, me ha llamado la atención. Iba firmado por un suscriptor que se identificaba simplemente como “Domingo” y que con cierto sarcasmo señalaba que se me olvidaba comentar que, en el fatídico verano de 1936, el Sicilia se sumó a los militares sublevados implicados en el golpe del 18 de julio para derrocar a la Segunda República española.

Una postura muy sumaria. Demasiado para alguien que, como me ha advertido un experto en la materia que ha leído dicho comentario, cometía graves errores históricos en su crítica. Tales como que, a diferencia de lo que él dice, el batallón de Montaña Sicilia n.º 8 no estaba en San Sebastián, sino en Pamplona, donde ya se había unido a los requetés navarros. Gente con pocas dudas y muchas ganas de dar gusto al gatillo. O que León Carrasco dirigiera decididamente hasta el fin la sublevación. Cosa tampoco cierta. O, finalmente, que los “voluntarios” de los que nos habla “Domingo” en su comentario no eran tales, sino fuerzas “del Orden” (soldados y oficiales no acuartelados, guardias civiles, guardias de asalto…) y milicias organizadas por el PNV, ANV y la CNT, que sería quien se haría con el control de facto de la ciudad tras sofocar el conato de golpe.

Planteaba así “Domingo”, quizás sin saberlo, una cuestión verdaderamente interesante sobre la Historia. Sobre cómo es vista por los aficionados a ella (parece ser su caso), los usos que se da a la misma desde la Política y la errónea percepción que, al parecer, se suele tener sobre el historiador que escribe acerca de determinados temas que despiertan la visceralidad de unos o de otros. Como, también al parecer, sigue siendo el caso de la Guerra Civil española de 1936 a 1939.

Se equivoca por todas esas razones ese lector sobre mi supuesto olvido respecto a lo ocurrido en San Sebastián en julio de 1936. Nada he olvidado. Primera lección, pues, sobre cómo el historiador escribe en un periódico, o, incluso, en otros formatos. Para empezar se nos da un límite del número de palabras o de folios que podemos publicar. En el caso de “Historias de Gipuzkoa” ese límite son 1200 palabras. Así pues en el artículo dedicado al Sicilia tuve que ser muy selectivo a la hora de elegir qué acontecimientos narrar para que los lectores tuvieran una visión general de esos 490 años recogiendo lo fundamental.

Segunda lección pues sobre cómo se escribe la Historia. Meter el asunto de la Guerra Civil en el relato general de un regimiento que inicia su andadura en 1536, en tiempos nada menos que del emperador Carlos V, significaba, en la práctica, tener que dedicar todo el texto prácticamente a eso. Incluso aunque hubiera sido una mera referencia final de esas 1200 palabras que, así las cosas, habría sido una deslavazada mención al asunto que, estoy seguro, no habría satisfecho ni a “Domingo” ni a nadie.

Vamos a explicar eso. En el verano del 36, como nos han contado historiadores como Gabriele Ranzato en recomendables libros como “El gran miedo de 1936”, muchos, militares y civiles, no sabían aún de qué iba realmente todo aquello, ni de qué lado ponerse. Y eso incluía a muchos miembros del regimiento Sicilia. Incluido, por cierto, un vacilante León Carrasco.

La muy criticada película de Alejandro Amenábar “Mientras dure la guerra”, lo mostraba magistralmente, merced a un Miguel de Unamuno republicano pero contento de ver que finalmente una fuerza “de orden” se levantaba para poner coto a una situación que, las cosas como son, la República no había sabido manejar, dejando que las calles se convirtiesen en campos de batalla entre los extremismos políticos de signo opuesto, con bandas armadas de falangistas o de partidos y sindicatos de Izquierdas tiroteándose y matándose entre ellas.

Motivo más que suficiente, nos dice la lógica más elemental, para que gentes de orden y concierto, aun siendo republicanas, como era el caso de Miguel de Unamuno, pudieran alegrarse de tener, al fin, un muro de fusiles y bayonetas tras los que protegerse.

Personalmente mis simpatías siempre han estado con esa pobre Segunda República y de eso dan fe incluso artículos para otros correos de la Historia donde se ha homenajeado, muchas veces, a las compañías de exiliados republicanos que combatieron con los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Como la famosa 9 que toma París en 1944 o la Spanish Company number 1.

Sin embargo, como historiador, no puedo sino contar todos los extremos de la cuestión. Y esos extremos implican decir, más o menos, lo que Vicente Rojo, el último jefe de Estado Mayor del gobierno de la República, relató en “¡Alerta los pueblos!”. Otro libro recomendable para saber qué fue aquel salvaje conflicto y el caos que dominaba a los gobiernos republicanos durante esa guerra. Todo sobre el fondo de la incapacidad de la burguesía republicana -representada por gentes como Manuel Azaña- para poner coto a los desmanes de auténticos asesinos como Alexander Orlov. Enviado a España por un personaje tan cuestionable como Stalin, para -con mano de hierro- eliminar a los numerosos enemigos que el Partido Comunista siempre vio por doquier. En este caso principalmente a los trotskistas del POUM, pese a que se suponía que luchaban por la República.

En 1936, dadas esas circunstancias, muchos no sabían dónde estaban los “buenos” y dónde estaban los “malos”.

Así muchos de los soldados del regimiento Sicilia no sabían en esos días de julio de 1936 a los que alude “Domingo” si defendían a la República de un golpe de estado “revolucionario” (como el que había acabado 19 años atrás con los socialistas moderados en Rusia a manos de los bolcheviques) o si realmente apoyaban un golpe de estado “fascista” de manual.

Muchos, como me dijo un amigo hablando sobre estos temas, no sabían en definitiva en qué dirección correr en esos momentos. Menos aún unos reclutas bisoños que recibían órdenes y poco más…

Hay ante el actual Ayuntamiento de San Sebastián un curioso documento gráfico que refleja eso precisamente. En el se ve la fotografía de un blindado improvisado por milicianos donde se advierte a los soldados atrincherados en ese edificio que no disparen contra esa milicia, pues representa a la República.

En pocas palabras: resulta muy difícil, como se puede ver, meter en 1200 palabras todas estas pertinentes explicaciones sobre qué hizo en 1936 no el regimiento Sicilia, sino una parte de él que, como muchos otros miles de españoles, no sabía exactamente de qué iba todo aquello. Salvo algunos oficiales, suboficiales y soldados decididos partidarios del golpe. Tal y como hoy lo conocemos en libros de Historia que, por cierto, no estaban aún escritos en 1936 con lo cual era muy difícil tener pistas certeras sobre en qué parte de las barricadas situarse…

Todo esto, por fortuna, ya ha sido explicado, por activa y por pasiva, en los 90 años transcurrido desde 1936, pese a que aún, como vemos, quedan rescoldos de ese mal uso, de esa malinterpretación, de la Historia como arma arrojadiza y no como vehículo de conocimiento.

Hay, en efecto, numerosos artículos y libros que explican que aquello, por desgracia, no fue tanto una Historia de “buenos” y “malos” sino de seres humanos, con mucho miedo en el cuerpo y atrapados en esa situación incierta para los que no estaban ideologizados hasta el fanatismo.

Hay incluso toda una sala histórica en el acuartelamiento de Loyola donde se explica, desde todos los ángulos, esa parte de la Historia tan sangrienta, tan visceral. Un recurso para todos. Incluso para lectores que creen que los historiadores nos olvidamos, con mala idea, de contar cosas como qué hizo o dejó de hacer un determinado regimiento en San Sebastián en julio de 1936…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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