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Carlos Rilova

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“¡A las armas, ciudadanos!”. La sorprendente (y accidentada) Historia de un himno convertido en bandera contra el Terrorismo (1792-2015)

Por Carlos Rilova Jericó

Desde hace más de una semana se ha oído de todo respecto a los luctuosos, sobrecogedores, terribles… (o cualquier otro adjetivo que se nos ocurra) acontecimientos de París en la noche trágica del 13 de noviembre de 2015.

Pero de todo lo oído ha sido, quizás, el  actual himno nacional francés, la Marsellesa, lo que más se ha oído, valga la redundancia.

De hecho, ha resonado por todo el Mundo. Y esa situación simbólica es verdaderamente llamativa. Y más en unos momentos como estos, en los que se impone -cómo no- reflexionar, en profundidad, ante lo ocurrido en París.

Que Estados Unidos asuma los símbolos de la Francia actual, es decir, la tricolor y la Marsellesa, no tiene nada de raro. Son repúblicas bastante afines, basadas sobre unos principios muy parecidos. De hecho, en Historia se suele estudiar la revolución americana de 1776 como una especie de preludio de la francesa de 1789, y se discute mucho hasta qué punto los oficiales franceses enviados a ayudar a los rebeldes norteamericanos aprendieron de ellos el programa político que luego se aplica en Francia en 1789.

No, no es difícil pues que Estados Unidos se haya alineado rápidamente con esos símbolos franceses levantados como bandera contra el terror del Estado Islámico ahora conocido como DAESH.

Y eso que cuando los revolucionarios franceses pidieron ayuda al pueblo norteamericano, éste prefirió no meterse en el avispero europeo que la Francia revolucionaria -la misma de la tricolor y la Marsellesa- había formado, poniendo a todas las potencias absolutistas de Europa en su contra.

Más raro ha sido ver esa exaltación de la Marsellesa, la tricolor y el lema revolucionario por excelencia, “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, en Gran Bretaña y concretamente en Inglaterra, en uno de sus principales estadios de fútbol.

Chocante, desde luego, desde el punto de vista histórico, ha sido ver al heredero de la corona británica sumarse a esas ceremonias de homenaje a las víctimas del terror yihadista asumiendo toda la simbología revolucionaria de 1789. Esa que la actual Francia ha convertido en su esencia política.

Resultaba chocante no porque eso era lo menos que se puede esperar de un estado democrático -y aliado de Francia y las restantes potencias de la Unión Europea- frente a un ataque en toda regla por parte de un enemigo de la envergadura del Estado Islámico, que nos retrotrae a los tiempos heroicos de 1940, cuando había que hacer frente, revolviéndose en un palmo de terreno, a otra amenaza totalitaria.

Lo chocante en el caso de lo visto en el estadio de Wembley era que, quien asumía ese homenaje plegándose a los símbolos de la vieja república revolucionaria francesa, era un heredero directo de una casta de reyes que lucharon, años y años, contra esa misma revolución francesa. Recuerden, por si no se hacen cargo de la magnitud del tema, el discurso que Jack Aubrey larga en la película “Master and commander” a sus muchachos cuando están entrenando para afinar su pericia como artilleros y así mandar al fondo del mar a la Acheron -su mortal enemigo francés en esa película basada en las inefables novelas navales de Patrick O´Brian- en cuanto se la vuelvan a encontrar.

Se destila en ese discurso auténtico odio contra la revolución francesa, aunque sea ya encarnada en el manto imperial de Napoleón, se habla de una Inglaterra que no puede aceptar nada que venga de la Francia revolucionaria. No hace falta ni decir que eso implica a la tricolor que arbola en la popa la Acheron, ni menos aún la Marsellesa.

Y sin embargo, doscientos años después de esos hechos históricos dramatizados -y recordados- en esa película, un vil ataque terrorista en el corazón de París ha conseguido lo que en 1805 parecía imposible.

Por lo que respecta a España, pasa algo a mitad de camino entre lo que le ocurre a Estados Unidos y lo que le ocurre a Gran Bretaña.

Por un lado puede parecer raro, tanto como en Gran Bretaña, ese asumir unos símbolos contra los que también se luchó arduamente en esas mismas fechas, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, pero por otro no tiene nada de extraño que en España se asuman esos símbolos. Hay en ese país otra tradición muy favorable a ellos que se remonta al siglo XIX, especialmente a los años inmediatos a la derrota napoleónica de 1814-1815, en la que una parte considerable de la opinión pública española asume esos valores como propios tras su propia revolución de 1808 y 1812.

De hecho entre 1820 y 1823, durante el llamado Trienio Liberal, España se convierte en refugio de los que arbolan esa bandera y entonan ese himno. Incluso aunque sean viejos bonapartistas que, tras la derrota de Waterloo, han buscado refugio político entre sus antiguos oponentes de 1808 a 1815, como magníficamente describe Víctor Hugo en “Los miserables” a través del atormentado Mario Pontmercy.

Un grupo de ellos, perseguidos en la Francia de la restauración borbónica impuesta por la derrota napoleónica de 1815, canta en abril de 1823, en la orilla del Bidasoa, ese himno y arbola la tricolor frente a sus compatriotas que obedecen, de nuevo, a la bandera blanca del rey restaurado. Algunos de ellos, como se ve en el grabado que ilustra esta página, morirán víctimas de ese ardor político cuando el Ejército francés, leal a Luis XVIII, nuevamente rey de Francia, cruce la frontera española para restaurar el Absolutismo al Sur de los Pirineos…

Supongo que, con ejemplos históricos como estos, se habrán dado cuenta de lo compleja que es la Historia de esos símbolos en torno a los cuales hoy cerramos filas frente a la amenaza de fanáticos totalitarios como los del DAESH.

La masacre de París del 13 de noviembre de 2015, que ya es parte, para siempre, de nuestra Historia, ha conseguido que todas las viejas reticencias, los resquemores históricos, ante símbolos como la Marsellesa y la bandera tricolor, hayan desaparecido de un plumazo.

No deja de ser asombroso ver así cómo han evolucionado las cosas en dos siglos y, desde luego, no queda más remedio que constatar que los valores de 1789 han triunfado plenamente.

Ante este hecho palmario los terroristas del Estado Islámico deberían reflexionar sobre las escasas, escasísimas, posibilidades de triunfo que tiene su proyecto político-religioso.

¿Creen poder acabar con un país, Francia, que, finalmente, tras siglos de guerras aún más destructivas y terribles que la que quiere llevar a cabo ahora el DAESH, ha logrado unir, sin fisuras, a todo el Mundo en torno a aquel grito de Libertad que se levantó en París un 14 de julio de 1789?.

Si realmente lo creen es que su fanatismo les ciega de un modo aún mayor del que se podría suponer. Es por esa razón por la que su derrota llegará más pronto que tarde.

Sobre todo si todo esto no se queda en mera retórica -que no lo parece, basta con fijarse en las bombas rusas que caen ahora sobre el DAESH con la inscripción “Por París”- y todos los aliados de Francia cumplen con la palabra dada.

Algo fundamental, en general, y mucho más ante enemigos que no perdonan, no pactan y sólo sueñan con destruir a quienes se oponen a sus proyectos totalitarios y someter a quienes se acobardan ante ellos a una clase de servidumbre que, comparada con cualquier guerra, haría que dicha guerra pareciera una fiesta campestre y el Nazismo una simple opera bufa.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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