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Carlos Rilova

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De mitos y leyendas sobre la Tamborrada de San Sebastián. De la Historia de las guerras napoleónicas al día de hoy

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana  ciertamente no sabía yo muy bien de qué escribir. Había temas de lo más variado.

Sólo para empezar estaba la cuestión catalana, una vez más. Luego la formación en Madrid de un parlamento atípico que no se habría visto en Occidente desde tiempos de la revolución francesa, por lo menos.

Sin embargo, de todo lo que podría haber elegido, me he decidido por un tema que muchos tildarán de localista, puesto que yo soy donostiarra -como ya sabrán quienes leen esta página habitualmente- y el tema en cuestión gira en torno a lo que podría etiquetarse de “Historia local” de esa ciudad.

Pese a eso, como esta semana es el 20 de enero, San Sebastián, el patrono de la aludida ciudad natal del que estas líneas escribe, no he podido resistir la tentación de hablar de la Historia que hay detrás de esa celebración que hoy se resume -casi de manera única- en la celebración de un desfile de grandes y, sobre todo, pequeños tamborreros, vestidos con uniformes de época inequívocamente napoleónica.

Bien, y ahí surge la pregunta histórica: ¿cómo se llegó a esta celebración del día de San Sebastián en esta ciudad, capital de provincia guipuzcoana?.

Las versiones sobre esa cuestión son de lo más curiosas. La más aceptada, en lo que podríamos llamar “cultura popular” de la ciudad, dice que esto de hacer una tamborrada vestidos los mayores y, sobre todo, los niños, de soldados napoleónicos o similares, surgió durante la ocupación de la ciudad por las tropas del Ogro corso, del Tirano de Europa, en fin de Napoleón Bonaparte. Se supone que en esas fechas el bajo pueblo donostiarra, y, en especial, las criadas que recogían agua en cántaros y barriles para las casas que, obviamente, carecían de tales comodidades tan cotidianas hoy día, se burlaban de los tambores militares que impartían órdenes a las tropas de ocupación, entre 1808 y 1813, para desfilar, para tomar posiciones en caso de alarma, etc…

¿Es tal cosa verosímil?. Los cronistas de la ciudad, empezando por Javier Sada, se hacen eco de esa versión de los hechos pero, como se dice coloquialmente, no se casan con ella, prefiriendo remitir el asunto a ideas surgidas a mediados del siglo XIX entre conspicuos representantes de la burguesía donostiarra que estaban detrás de idear una buena fiesta de invierno que sirviera de puente entre las Navidades y las festividades veraniegas.

Caso por ejemplo de los Serres-Laffite, uno de cuyos descendientes, Bixente Zaragüeta, nos abandonó a finales del año 2015, tras una larga y productiva existencia que hoy perdura, por ejemplo, en entidades culturales del relieve del Aquarium donostiarra.

Desde el punto de vista histórico, coincido con esa interpretación: la actual tamborrada donostiarra difícilmente tendría nada que ver con ninguna clase de burla del bajo pueblo de esa ciudad hacia los tambores napoleónicos. Esos mismos que ponían orden y disciplina entre las filas de los regimientos de línea franceses destinados a la ocupación militar de San Sebastián entre 1808 y 1813.

¿En qué me baso para hacer semejante afirmación?. Como suele ser habitual en la documentación de la época.

Podría hablarles, durante páginas y más páginas, sobre el escaso sentido del humor de las tropas de ocupación napoleónica, no sólo en el peor territorio de toda Europa que podían imaginar los soldados de línea franceses -la irreductible Península Ibérica- sino, en general, en toda la Europa que, entre 1804 y 1814, está bajo su dominio.

No eran, en efecto, muy amigos de soportar cuchufletas y parodias los mariscales, generales, demás oficialidad y soldadesca de los ejércitos napoleónicos. Es algo que se puede ver perfectamente escenificado en películas de una relativa buena ambientación histórica como “El secreto de los hermanos Grimm”, del año 2005, donde, entre mucha visión fantástica sobre la época, se colaban verdades -como puños- de lo que fue la ocupación napoleónica de toda Europa en esas fechas.

En San Sebastián, cabeza de una de las provincias de la levantisca España que estaba malogrando los planes de dominio universal de Napoleón, las tropas de ocupación napoleónica no estaban precisamente de mejor humor que, por ejemplo, en la dócil (hasta 1813) Prusia para aguantar que una pandilla de ociosos criados y criadas fueran a parodiar con sus barriles los toques de los tambores imprescindibles en esa época, en la que no había “walkie-talkies”, ni equipos de radio, para dar órdenes a la tropa y mantenerla en estado de  combate operativo.

En efecto, si consultamos documentación de época, descubrimos que las tropas de ocupación francesa gastaban -entre 1808 y 1813- un humor verdaderamente desagradable con todos aquellos que se atrevían a desafiarles aunque fuera por la mínima.

El memorial que compone el regimiento 1 de voluntarios de Guipúzcoa, columna vertebral de la resistencia antinapoleónica entre 1810 y 1813, señala, por ejemplo, que las autoridades militares francesas actuaban de manera absolutamente despiadada con los prisioneros que cogían entre sus filas.

En la página 7 de ese documento del Archivo General guipuzcoano, conservado como JD IM 3/1/21 bis, se dice que la actual carretera N-1 era el punto en el que los invasores napoleónicos escenificaban -como se dice ahora- cuál era su drástica política con quienes se atrevían a desafiarles: cuenta ese documento que los bordes de esa vía de comunicación, esencial para sojuzgar la Península Ibérica -y con ella el resto de Europa- mostraban a la vista de las tropas y viajeros que marchaban por ella los cuerpos de los voluntarios de Guipúzcoa capturados por los napoleónicos como prisioneros de guerra. Dice también ese documento que, después de torturarlos para lograr que abjurasen de su lealtad a la causa patriota, los ejecutaban ahorcándolos, considerándolos como bandidos, a pesar de que los mandos napoleónicos sabían perfectamente que estaban vulnerando las leyes elementales de buena guerra, que mandaban conservar la vida a los soldados rendidos o tomados prisioneros, perfectamente identificados por sus uniformes y banderas de combate.

Justo tal y como hacían los voluntarios guipuzcoanos. Incluso con unidades tan feroces y despiadadas como la Gendarmería francesa, que, según se dice, ni daba ni esperaba cuartel de sus enemigos… Si tienen curiosidad pueden corroborar todo esto de manera más detallada con mi artículo sobre el tema publicado en el Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián del año 2014…

A las autoridades de la ocupación militar napoleónica les daba, en efecto, exactamente igual que dichos voluntarios tuviesen oficiales y banderas y que, en su mayoría, combatiesen uniformados de manera reglamentaria, perfectamente identificable para los códigos de guerra vigentes en la época, y se atuvieran con los prisioneros franceses a las reglas de buena guerra también vigentes en esa fecha…

Para ellos, oficialmente, los regimientos de voluntarios guipuzcoanos 1, 2 y 3 tan sólo eran bandas de “brigands”. Es decir, de salteadores de caminos a los que había que escarmentar con una justicia sumaria, colgándolos como rufianes a los lados de  los caminos principales…

Dadas esas circunstancias, perfectamente contrastadas no a través de rumores, leyendas o mitos, sino por medio de documentos escritos, ¿creen ustedes que a alguien, en el San Sebastián de 1808 a 1813, le quedaban ganas de parodiar a los tambores de órdenes napoleónicos como dice esa leyenda urbana tan ingenua que, sin embargo, parece haberse convertido en una verdad absoluta sobre el origen de la Tamborrada donostiarra?…

Pueden pensar en ello mientras celebran, por todo lo alto, con  razón y con nuestros mejores deseos, un nuevo día de San Sebastián.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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