Por Carlos Rilova Jericó
El miércoles pasado una de las cadenas privadas españolas estrenó una serie de Televisión de esas que suelen calificarse como “históricas”. Ciertamente ese estreno televisivo de Antena 3 ha sido toda una sorpresa. Una grata sorpresa. En muchos aspectos.
Aparte de las cuestiones técnicas, resueltas con un despliegue de medios que, por desgracia, no es habitual en las series españolas (ni en las que tiene éxito de público, ni en las que no lo tienen), “Tiempos de guerra” parece ir a ser todo un acierto por lo que se refiere al tratamiento del marco histórico sobre el que se desarrolla.
Se trata, en concreto, de la llamada “Guerra de África”. Aunque esa denominación es un poco equívoca, porque España, desde el año 1492 hasta finales del siglo XX, ha tenido no una, sino muchas “Guerras de África”.
La de “Tiempos de guerra” es, para ser exactos, la iniciada a partir del año 1911. Llamada también “Guerra del Rif”. O segunda Guerra de Marruecos, para no confundirla con la primera y genuina. Es decir, la de 1859-1860.
La serie ha optado por situar la acción en el año 1921, durante el llamado “Desastre de Annual”. Es decir, más o menos en el ecuador de esa guerra que duraría hasta el año 1927 y pasaría por manos de varios gobiernos españoles. Incluida la Dictadura primorriverista, que la zanjaría de modo más o menos definitivo.
Desde ese punto de partida, “Tiempos de guerra” pica muy alto en el nivel que, tanto la productora como la cadena, parecen querer dar a este producto.
La ambientación, el tono, las interpretaciones (la banda sonora también) y, lo más importante, el enfoque histórico de la serie buscan -y consiguen la mayor parte del tiempo- dar la impresión de que se está viendo una de esas series británicas que marcan época. Como en su día “Arriba y Abajo” o, más recientemente, “Downton Abbey” que, por cierto, llegó a España (con considerable éxito) de mano de la misma Antena 3 que ahora sirve en las parrillas de programación “Tiempos de guerra”.
En efecto. Los trajes y vestidos de la alta sociedad madrileña de esos comienzos de la década de los veinte del siglo pasado, por ejemplo, apabullan en las primeras escenas del primer capítulo al mismo nivel que en las series británicas ya mencionadas.
Obviamente la cadena ha considerado que ese despliegue de medios no es un gasto, sino una inversión para potenciar el éxito probable de la serie según el comprobado método de otra de sus producciones que ha conocido un rotundo triunfo, pese a moverse en un espacio histórico más gris y también más inexacto, más ficticio. Como es el caso de la ya famosa “Velvet”.
Aparte de ese astuto detalle, en “Tiempos de guerra” se pueden ver barcos de época, camiones y coches de época, trenes de época (infinitamente más reales que los que estropeaban la, por otra parte, magnífica “Dunkerque”) y armas y combates muy realistas. Y el resultado, en conjunto, es magnífico. Pero, quizás, lo más magnífico, lo más sorprendente de “Tiempos de guerra”, es el enfoque histórico del guión.
En él se rompe con una inercia funesta en este tipo de productos, que toman alguna porción de la Historia española como escenario. En efecto, los protagonistas de “Tiempos de guerra” afrontan la Guerra del Rif con la misma normalidad con la que los de “Downton Abbey” afrontan la Primera Guerra Mundial. No, como suele ser habitual en las series españolas de este tipo, en la clave de desastre apocalíptico con la que, según parece, hay que rodear todo lo que tiene que ver con la Historia española año tras año, siglo tras siglo, época tras época…
Los protagonistas repiten, una y otra vez, que están en guerra, explican lo que ocurre, muestran los hechos tal cual, en toda su crudeza. Sin olvidar la conducta infame de muchos oficiales españoles que, efectivamente, (es sabido por las obras literarias de la época, escritas por testigos directos como Arturo Barea) se comportaron del modo en el que se ve en algunas escenas de “Tiempos de guerra”. E incluso peor.
Todo un signo de madurez, desde luego, a la hora de abordar la propia Historia que (como sabrán quienes leen este correo de la Historia con regularidad) se echaba muy en falta en el panorama de la ficción española. Ya sea cinematográfica, literaria…
“Tiempos de guerra” rompe, en efecto, con ese casticismo cutre y cuenta las cosas de esa guerra con sus luces y sombras, sin convertir la narración (como suele ser lamentablemente frecuente en ciertos autonombrados “gurús” mediáticos españoles) en un sermón apocalíptico sobre la supuesta “decadencia española” que de ser cierta, a estas alturas, habría convertido a España en una especie de Somalia europea…
En ese aspecto sólo se puede dar la bienvenida a esta manera de hacer las cosas. Obviamente no sé qué rumbo acabará por tomar la serie, pero desde luego sus primeros pasos van extraordinariamente bien encaminados.
Se echan a faltar cosas en ella, desde luego. Por ejemplo, el relato (dentro de la serie y en el documental posterior) de cómo España había conseguido ese Protectorado tras un arduo proceso diplomático, iniciado en el año 1900 con la misión de Fermín Lasala y Collado como embajador plenipotenciario español ante la corte de Londres.
Algo que, en realidad, sólo venía a culminar las ambiciones en la zona de esa potencia, sostenidas, siglo tras siglo, desde el 1500 en adelante, con guerras aún más crudas que esta del Rif que sirve de escenario a “Tiempos de guerra”. Como las sucesivas acciones de conquista en el llamado presidio de Orán desde el siglo XVI hasta mediados y finales del XVIII, o, como ya nos contó en su día José Montes Ramos, el más que frustrado asedio a la plaza de Ceuta entre el reinado del teóricamente inútil Carlos II de Habsburgo y el de Felipe V de Borbón, desde 1694 a nada menos que el año 1727.
Pero, quizás, es pedir demasiado a una serie que, al menos, para empezar, ha roto con muchos tópicos sobre una guerra impopular y desastrosa (tanto que provocó una dictadura y, finalmente, la caída de la monarquía de Alfonso XIII) pero que, en definitiva, fue la guerra de una potencia colonial europea que, como Alemania, Gran Bretaña, Francia…, trató de imponer (y lo consiguió) un dominio colonial sobre determinadas zonas de África que, en este caso, en el español, se mantuvo hasta mediados y finales del siglo XX en una especie de “U” que bajaba desde el Norte de África hasta el Golfo de Guinea. Zonas ya “marcadas” -por así decir- por los españoles desde la segunda mitad del siglo XIX como “patio trasero” imperial al estilo de la Gran Bretaña o la Francia de esas mismas fechas…
Gracias a “Tiempos de guerra” esa Historia de hombres blancos, hasta ahora cazurramente negada a derecha e izquierda en España (sólo para mayor insulto a los pueblos que sufrieron ese imperialismo español) por fin ha conseguido abrirse paso hasta el llamado “gran público”.
A eso sólo se puede decir que, desde luego, bienvenidos sean estos “Tiempos de guerra” con los que parece, por fin, vamos a superar tanto los complejos del absurdo cine fascistoide que insultó las pantallas españolas -por medio de la inefable CIFESA- desde 1940 en adelante, como ese palurdismo vagamente “progre” que se atrevía a negar, incluso, que España hubiese actuado como potencia colonial en los siglos XIX y XX. Algo que, como bien sabían los rifeños, los saharauís, los bubis, los krumanes… es absolutamente falso…