Por Carlos Rilova Jericó
Hace un par de semanas había quedado pendiente hablar en un correo de la Historia de la película “Handia” que, como es bien sabido a estas alturas, ha cosechado un notable éxito de público, crítica, premios…
Ha llegado, pues, el momento de saldar esa deuda.
“Handia”, desde el punto de vista de la Historia, es una película verdaderamente curiosa.
No sé si sus guionistas han buscado deliberadamente ese efecto, pero para mí, como historiador, estuvo claro, casi desde el primer momento, que la película reflejaba en imágenes un concepto verdaderamente difícil de plasmar.
Concretamente eso que el antropólogo Joseba Zulaika definió como algo que se podría llamar como “pasado mítico intemporal”.
Y ahora, lógicamente, se preguntarán que qué es, exactamente, eso del “pasado mítico intemporal”.
La idea es mucho más sencilla de lo que parece. Según lo que podemos deducir de diversos trabajos de Joseba Zulaika, ese concepto (si así se le puede llamar según esa fórmula que he escogido para identificarlo) se reduciría a que en el imaginario de la sociedad vasca, en general, tienden a mezclarse épocas que nada tiene que ver entre sí. Por ejemplo, la que podríamos llamar Era de las Cavernas con las guerras carlistas de principios y finales del siglo XIX.
Cuál es la razón para que esto sea así, es un asunto complejo que el mencionado antropólogo trataba de discernir en la mayor parte de sus obras. En resumen, todo parece girar en torno al hecho de que la intelectualidad vasca decimonónica tuvo, en su mayor parte, una necesidad urgente de justificar lo ancestral que era el Pueblo Vasco para utilizar eso con diversos fines políticos. Desde reforzar al Nacionalismo vasco que surgía en esos momentos en que todas las naciones europeas construían su Historia y su identidad, hasta sostener -y apenas enmendar- el Foralismo que había impulsado el Carlismo y sus guerras en el País Vasco.
Eso es justo lo que se puede ver en la pantalla cuando se va a ver “Handia”. Hay dos registros históricos completamente distintos en esta película.
Por un lado, está el mundo del caserío, aislado en medio de un medio semisalvaje (parece patente por el paisaje y también por las primeras escenas, en las que el hermano del futuro gigante se entretiene jugando con un lobezno).
En ese punto, aparte del caserío en sí mismo, como construcción, nos vemos ante un mundo sin Historia como tal.
Los ropajes que visten los personajes no remiten a ninguna época concreta de la Historia vasca o, por extensión, europea y, al mismo tiempo remiten a casi todas ellas.
Los hombres lucen las cabezas descubiertas, sin ese indicador tan útil para fijar históricamente una época como los distintos tipos de sombreros.
El resto de sus ropas son también intemporales. Como si se tratase de maniquís de un museo, a los que basta con vestir con determinados complementos para ilustrar al público sobre una época determinada.
Así, por poner un par de ejemplos gráficos, si vestimos a los hombres de ese caserío con borgoñota, una media cota de malla y una ballesta con un carcaj de flechas, sin duda estaríamos ante ejemplares de la nutrida soldadesca local que llenó las filas de los bandos de Oñaz y Gamboa durante la Baja Edad Media.
Si sustituyéramos esos complementos en los personajes que vemos en la película por, por ejemplo, un sombrero de tres picos y chaquetas de tejido basto con bocamangas amplias, perfectamente los habitantes masculinos del caserío del futuro gigante de Alzo podrían ser personajes de mediados del siglo XVIII vasco. Quizás “machines” del año 1766 a punto de amotinarse.
Ese intercambio de épocas sobre esa mínima expresión histórica con la que arranca la película, podría repetirse, una y otra vez, con todas las épocas de nuestra Historia hasta, prácticamente, llegar a la actualidad.
“Handia”, sin embargo, intercala ese pasado mítico intemporal, en el que todas las épocas del pasado pueden amalgamarse en una, con momentos históricos perfectamente definidos.
Es lo que ocurre, por ejemplo, con las escenas que se desarrollan durante la Primera Guerra Carlista. Un momento de la Historia vasca que abarca los años de 1833 a 1839.
Las escenas en las que el hermano del futuro gigante entra en combate, como soldado carlista, antes de ser herido, son cine histórico de altísima calidad. Los uniformes de carlistas y liberales, las armas, el despliegue de tropas, las tácticas de combate desarrolladas en esas escenas… todo eso supera incluso a lo que nos tiene acostumbrados ese cine de Hollywood que tomamos como referente siempre.
Y a partir de momentos así, “Handia“ va oscilando entre ese evanescente pasado que no es Historia definida y esos momentos en los que los personajes están emplazados claramente en una época determinada. En su caso, la de la Europa de la revolución industrial. Esa en la que surgen los telégrafos y los ferrocarriles, los barcos de vapor o la Fotografía. Un invento decimonónico éste que ocupa también algunas de las escenas de “Handia” en las que esta película, tan premiada, vuelve a llegar muy alto en lo que se define como “cine histórico”.
Así transcurre “Handia” hasta llegar a un final en el que lo poético y lo mítico vuelven a imponerse sobre un personaje -el gigante de Alzo- que, como señalan los autores de la película sólo la ha inspirado, y que, en realidad, tuvo una vida sustancialmente diferente a la que se muestra en la pantalla.
Una buena razón, sin duda, para, por ejemplo, acercarse hasta el Museo San Telmo de San Sebastián, en el que se puede apreciar -en su verdadera magnitud- a través de distintas piezas allí expuestas, a la persona real de la que partió la idea para hacer una película titulada “Handia”.