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Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia,Tiempo y Ciencia. (A Stephen Hawking. In memoriam)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana me ha llegado, como a otros millones de seres humanos que vagan por el Cosmos a bordo del planeta Tierra, la noticia de la muerte del más popular y famoso físico de los últimos cincuenta años. Es decir, del doctor Stephen Hawking.

Supongo que es una buena pregunta la que muchos seguidores del correo de la Historia se estarán haciendo ahora mismo. Es decir: ¿qué tiene que decir un historiador sobre el más prestigioso físico teórico que ha dado la Ciencia en el último medio siglo?

Podría responder a esto que el doctor Stephen Hawking ya es parte de la Historia y, por lo tanto, entra, de lleno, en el terreno de lo que -se supone- deben encargarse los historiadores.

En realidad, esa no sería la respuesta correcta. Por un lado, por supuesto, es mi intención, con este nuevo correo de la Historia, homenajear a Stephen Hawking como lo han hecho otros medios. Incluso como lo han hecho canales de Televisión en los que el doctor Hawking era una referencia humorística constante, en series que emiten esos canales, donde aparecía como un personaje ocasional. Caso, por ejemplo, de “Los Simpson” y de la inefable “The Big Bang Theory” que en tan mal lugar deja a los científicos, reduciéndolos a una extravagante pandilla de adictos a la ciencia-ficción.

Pero, por otra parte, este momento de obituario me ha parecido también el día oportuno para que un historiador dijera algo acerca de algunas de las teorías más famosas del doctor Hawking sobre el Tiempo y el viaje a través de él. Pues, creo, ese también puede resultar un buen homenaje para quien se ha ido esta semana.

Resulta curioso que esas teorías (fundamentalmente contenidas en la célebre “Historia del Tiempo” del profesor Hawking) no hayan llamado más la atención de los historiadores, pues aludían, directamente, a la principal variable con la que se elabora la Historia.

Quizás es que lo apabullante de la obra científica de Stephen Hawking, su extraordinario impacto mediático…, han impuesto un medroso silencio entre la comunidad de historiadores que, acaso, han preferido callar y otorgar ante un científico que imponía el silencio cada vez que hablaba. Uno con el que ni siquiera debatían otros físicos teóricos o representantes de otras de las llamadas ciencias “duras” (Matemáticas, Física, Química…).

Sin duda, no resulta fácil rebatir nada a quien ha sido una de las mentes más brillantes del siglo pasado y de parte del XXI.

Sin embargo, en algún momento, se debería haber llegado a ese debate entre el físico y los historiadores. Lamentablemente, al parecer, será de carácter más bien póstumo.

Dejando aparte las algo complejas disquisiciones teóricas de “Historia del Tiempo” sobre el tema del viaje en el Tiempo, me parece más interesante fijarnos en la muy mediática explicación práctica que el propio profesor Hawking hizo en el colegio Gonville y Caius de Cambridge un 28 de junio de 2009.

Básicamente consistió en que el doctor Hawking invitó a todos los viajeros del Tiempo que así lo quisieran, a pasarse por la fiesta que él había organizado en esas regias habitaciones del Gonville y Caius.

El experimento fue todo un aparente éxito. Ni un solo viajero del Tiempo compareció y así, según el profesor, quedó claramente demostrado que los viajes en el Tiempo, más allá de las teorías sobre agujeros negros y similares, eran imposibles.

Lamentablemente, y odiando tener razón, debo decir que desde el punto de vista de la Historia, el experimento del 28 de junio de 2009 no demostraba nada respecto a la posibilidad de que los viajes en el Tiempo sean o no posibles.

¿Por qué? Es muy fácil y, de hecho, el propio Stephen Hawking dejaba esbozada esa posibilidad (aunque no de manera demasiado diáfana) en su “Historia del Tiempo”.

Háganse esta pregunta: si hoy día ustedes pudieran viajar, por ejemplo, a la Europa de la Guerra de los Treinta Años, a mediados del siglo XVII, ¿acudirían a un lugar donde las fuerzas vivas del momento (cardenales, obispos, tribunales inquisitoriales, despiadados señores de la guerra, mercenarios que sólo sabían matar…) estuvieran esperándolos?

Puede que la raza humana evolucione en un futuro, de hecho, parece que siempre estamos evolucionando (en general a mejor) pero, muy probablemente, nunca perderemos una serie de características asociadas a eso que llamamos “instinto de supervivencia”. La primera de ellas, la de no exponerse a peligros estúpidos como, por ejemplo, revelar nuestra existencia a una cuadrilla de semisalvajes como los que podríamos -desde nuestra perspectiva- encontrar en la Europa de 1638.

Si hay un futuro como tal y no es una entidad plástica que se va formando al ritmo de una hora por hora, un día por día, un año por año…, y allí hay una civilización más avanzada que la nuestra, ¿creen que sus científicos y exploradores caerían en una invitación tan peligrosa como la planteada por el incomparable doctor Hawking?

Puede que nosotros nos creamos muy civilizados, muy dignos de recibir visitas de un futuro aún más civilizado y avanzado que el nuestro. Pero sólo lo creemos porque tenemos la misma falta de perspectiva histórica que tenían sobre sí mismos los europeos de la época de la Guerra de los Treinta Años. Los mismos que durante esas tres décadas se infligieron toda clase de actos atroces que hoy, en este presente (que es el futuro de la gente que vivió en 1640) nos sobrecogen y horrorizan.

En un hipotético futuro con una tecnología y una civilización más avanzada, ¿qué clase de imprudentes exploradores se adentrarían bajo el foco mediático que seguía a todas partes al doctor Hawking? ¿Por qué deberían de hacerlo? ¿Para ser asaltados a preguntas sobre una tecnología que, en nuestras manos, sería tan peligrosa como un lote de ametralladoras en manos de un ejército de los muchos que combatían durante la Guerra de los Treinta Años? ¿Para sufrir quién sabe qué clase de presiones en manos de agentes de quién sabe qué gobiernos, que querrían obtener así una ventaja suprema sobre sus rivales?

La respuesta a todas esas preguntas -que todos conocemos muy bien- nos da la clave de la ausencia de viajeros del Tiempo que respondieran a la invitación del doctor Hawking. Desde el punto de vista de la Matemática y la Física, el experimento del 28 de junio de 2009 era impecable. Desde el punto de vista de otras ciencias, como la Historia, no lo fue. En absoluto.

Sin duda, el doctor Hawking nos ha dejado un interesante y fundamental legado sobre una de las variables fundamentales de la Física, como lo es el Tiempo. Imprescindible para muchas ecuaciones matemáticas que, una vez resueltas, nos ofrecen toda una serie de avances materiales.

Sin embargo, quizás el mejor homenaje que se puede hacer a ese legado es utilizarlo como algo dinámico, como una base sobre la que avanzar y no como una especie de verdad revelada que hay que aceptar acríticamente. Justo aquello de lo que siempre abominó una mente tan brillante como la de Stephen Hawking.

Ese científico de primer orden, que lo fue incluso aunque no llegase a demostrar concluyentemente la existencia o inexistencia del Tiempo más allá de 60 segundos cada minuto y, por lo tanto, algo tan evanescente (y a la vez tan serio para la Física) como la existencia o inexistencia de los viajes en el Tiempo…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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