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Carlos Rilova

El correo de la historia

“ojalá nada de eso hubiese ocurrido”. La Historia, el “relato” y el comunicado de ETA

Por Carlos Rilova Jericó

cartel-etarra-de-los-anos-setentaEl tema que he elegido para el correo de la Historia de este lunes, nace, como ya se imaginarán después de leer el título, de una decisión bastante ardua.

Con temas como los comunicados de ETA y, en general, con todo lo que tenga que ver con el Terrorismo (más aún con uno tan cercano en el tiempo y el espacio), nunca es fácil escribir. Suele resultar mejor ponerse de perfil. Al menos cuando el terreno desde el que se va a escribir, es de carácter científico.

La primera y principal dificultad para decir nada sobre temas así desde el gabinete de la Ciencia, es que el historiador, o la historiadora, deben hablar desde una fría imparcialidad que, por supuesto, difícilmente puede colmar las expectativas de quienes, un mal día, perdieron a un familiar por efecto de un tiro por la espalda o una bomba lapa. O quedaron afectados por graves heridas provocadas por sistemas similares. Tampoco puede colmar ese discurso hecho desde la Historia, pura y dura, a los militantes en las filas de quienes creían que esa causa era justa y puede que hasta santa.

En resumen: es difícil, muy difícil, escribir desde el gabinete de la Historia sobre nada que tenga que ver con el Terrorismo, porque la tendencia general será la de considerar el texto que salga de ese trabajo como tibio o partidista.

Sin embargo, también parece necesario desde ese mismo gabinete de la Historia decir algo de un texto -el comunicado de ETA- que apela a la misma Historia cuando dice con una frase terrible (de las muchas que contiene ese comunicado) que “ojalá nada de eso hubiese ocurrido”. Pues estamos ante un texto que desea que una parte de la Historia (la de la España de los últimos cincuenta años) no hubiera sido escrita.

Ahí el silencio del historiador también puede verse como una toma de partido. Es más: puede verse como una conveniente y no muy airosa deserción. Una de esas muy parecida a la que tanto se ha echado en cara a los alemanes de los últimos 80 años. Es decir: que miraron para otro lado mientras desde las chimeneas de los campos “de prisioneros” -cercanos a las localidades donde muchos de esos alemanes vivían- salían constantes y sospechosas columnas de un humo bastante negro y bastante maloliente. Tanto como sólo puede serlo el de la carne humana quemada…

Así pues, parece que no queda más remedio que decir algo, desde la Historia, sobre este comunicado de ETA que ya es un documento histórico desde el viernes.

Lo que más llama la atención en él es que ETA, en efecto, por primera vez, reconoce el daño cometido desde que inició su andadura en aquel año de 1968 que quiso cambiar el Mundo. Eso es toda una novedad.

Las reacciones que ha habido ante ese giro, han pivotado en torno al desconsuelo de las víctimas a las que, como intuye el mismo comunicado de ETA, de bien poco les sirve ya ese tardío -y además parcial- reconocimiento del mal causado.

Al historiador, que, por suerte, pudo esquivar las peores consecuencias del llamado “conflicto” y no fue ni victimario ni víctima de él (lo cual ya mediatiza su punto de vista sobre los hechos) lo que más le llama la atención de todo esto, es que ETA está reconociendo así, aunque sea de manera bastante esbozada, que su trayectoria histórica partió de un grave error de percepción de la realidad histórica.

Hace 50 años, ya lo comenté en un correo de la Historia anterior a éste, Frantz Fanon inundó el Mundo con sus teorías sobre el Colonialismo y la legitimidad de la lucha armada contra los poderes opresivos e imperialistas -principalmente europeos- que habían esquilmado a muchos pueblos y naciones en África, Asia, América…

Ese relato -en gran medida- fue lo que justificó la acción de ETA durante esos 50 años. Lo que motivó toda una cadena de hechos históricos -materializados en muerte y destrucción hasta sumar más de 800 víctimas- que, precisamente, ahora, los actuales dirigentes de ETA desean que “ojalá” no hubieran ocurrido nunca.

Tienen razón. Esos hechos no deberían haber ocurrido nunca. Ni los que tuvieron lugar a partir de 1968 ni -sobre todo- los que tuvieron lugar a partir de 1978.

El País Vasco nunca fue un pueblo de los que describía Frantz Fanon. Por el contrario, históricamente, fue un pueblo de conquistadores, colonizadores, comerciantes… que se beneficiaron, en gran medida, tanto de la llamada Era de los Descubrimientos -a partir de finales del siglo XV- como de los movimientos migratorios de finales del siglo XIX y hasta mediados del XX.

Hay cientos de personajes y hechos que demuestran, por ejemplo, que la mayor parte de los vascos no fueron nunca víctimas de los reyezuelos africanos que se dedicaban a esclavizar a su propia gente o a sus enemigos para venderlos como mano de obra barata (de hecho, la más barata que se puede encontrar en este mundo). Si alguna relación tuvieron con semejantes asuntos, fue como tratantes que se acercaban con sus barcos hasta lugares tan siniestros como la Cuenca del río Gambia, para cargar allí “piezas”. Es decir: carne humana que sería vendida luego en Sevilla, Cádiz o Santiago de Cuba como fuerza de trabajo esclava.

Incluso muchos vascos que, a partir de la extinción foral de 1876 (o décadas antes) emigran en condiciones no mucho mejores que las de esos esclavos, jamás fueron un pueblo colonizado sino todo lo contrario. Las pampas vacías de Argentina, donde gran parte de ellos hicieron su fortuna, dan fe de ello.

Pocos años antes, los criollos argentinos habían “limpiado” esas zonas exactamente por el mismo sistema de destrucción masiva que hoy vemos en las películas “del Oeste”. Y, claro está, esos inmigrantes vascos recogieron, gustosamente, los frutos de ese genocidio. Y en muchas ocasiones los repatriaron al País Vasco en forma de capitales. Los mismos que fundaron el exponencial crecimiento económico de esa área. Muy alto ya para cuando ETA nació…

Así pues, sí, es cierto que ojalá esos 50 años de asesinatos, mutilaciones y otras pérdidas que ETA reconoce haber provocado -y por los que se disculpa y pide perdón a medias- no hubiesen ocurrido nunca, que nunca se hubieran convertido en Historia. Porque nunca hubo un verdadero motivo histórico para que ocurrieran.

La lucha contra la dictadura franquista a la que también alude el comunicado, hablando de los fuegos de Guernica -en críptica alusión al bombardeo de esa población vizcaína por los aliados fascistas del general Franco- podía haber justificado lo ocurrido entre 1968 y 1978. A partir de esa fecha lo que ocurrió fue, inequívocamente, justo lo que viene a reconocer el comunicado de ETA: un cortejo de horrores que, por si fuera poco, no iba a ninguna parte.

Aún peor: aquello fue un subproducto de una situación que afectó a toda Europa y que describe muy bien el libro del historiador italiano Carlo Ginzburg, “El juez y el historiador”. Donde se narra -con datos de primera mano- el clima de histeria colectiva que se vivió en una Europa donde los cachorros de Mayo del 68 decidieron pasar a la Acción Directa para transformar el Mundo. A pesar del Mundo y dando por amortizada la idea de que las elecciones libres sirven para algo. Decidiendo, en cambio, que a los electores -que obviamente parece ser no sabían qué debían votar- había que abrirles los ojos a lo que les convenía votar con ráfagas de metralleta y explosiones de bombas.

Sí, ojalá nada de eso hubiese sucedido en el País Vasco, porque, desde luego, si se pretendía justificarlo con razones extraídas de una supuesta Historia de ese lugar, la respuesta desesperada de los historiadores sólo podía ser que no, que allí no había nada -absolutamente nada- que justificase, o absolviese, a quienes estaban dispuestos a derramar sangre en lugar de depositar votos en las urnas de un estado -aun con los déficits habituales- democrático.

Puede que sea una parte muy desagradable del relato que se dice se quiere o se debe construir a partir de ahora, pero las cosas fueron así. No se puede honrar la profesión de historiador si no se dice exactamente esa cruda verdad: que la Historia no podía justificar lo que, desgraciadamente, ETA estuvo haciendo durante décadas.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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