Por Carlos Rilova Jericó
Nunca antes había visto ese cuadro tan curioso. Pese a haberme pasado años y más años leyendo a Peter Burke y su “La cultura popular en la Europa Moderna” (algo que empezó años ha, por una recomendación de un compañero de clase). O siguiendo las huellas del bajo pueblo europeo y americano de la Edad Moderna a través de muchos documentos y archivos.
El cuadro en cuestión, estaba en una exposición organizada por el Museo de Bellas Artes de Bilbao, dedicada a Goya y su época.
El título, concretamente, era “El charlatán de aldea” y lo había pintado Francesco Sasso a mediados del siglo XVIII. El Museo del Prado, que es el dueño de esta tela, no da, desde luego, una fecha más precisa.
Sobre la escena y su significado, existe más bien poco contenido y poco análisis histórico. Sí. Por increíble que parezca en una sociedad que se llama a sí misma “de la Información” y que cree tener al alcance de un golpe de tecla eso mismo. Es decir, toda la información necesaria sobre cualquier cosa.
El Museo de Bellas Artes dejó algún retazo en un tuit para promocionar la exposición. Señalaba en él un dato muy interesante, y revelador, sobre el significado de este cuadro: que este género de pintura que, supuestamente, mostraba la vida cotidiana de los estratos más bajos de la brillante sociedad del siglo XVIII europeo, era muy cotizado entre la élite que podía pagar tales obras.
Ese es un buen punto de partida para analizar el significado de ese cuadro que aparece en la ilustración que acompaña a este nuevo correo de la Historia, pero claro, Twitter, a pesar de haber aumentado el número de caracteres que permite en cada uno de sus trinos, no deja espacio, aun así, para contar más cosas sobre cuadros como éste.
Por ejemplo, que la nobleza dieciochesca tenía buenas razones para tener delante imágenes así. Entre otras porque eso les recordaba lo efímero de las glorias y riquezas de este mundo, que los pobres eran los verdaderos bienaventurados y que ellos estaban más cerca del Cielo que los ricos y poderosos. Tal y como lo predicaba la Iglesia católica en aquellas fechas.
El pintor español Murillo, de hecho, hizo girar la mayor parte de su obra en torno a esta temática, llenando metros y más metros de lienzo con figuras de niños mendigos y otros menesterosos que tenían ese mismo fin: recordar lo efímero y evanescente de las glorias de este mundo a quien poseía lo bastante de todas ellas como para permitirse incluso el capricho de pagar un caro cuadro -o varios- que se lo recordasen.
Pero la obra de Sasso tiene más contenido. Mucho más. Es un cuadro que, en efecto, hunde sus raíces en ese subgénero de la pobreza como tema edificante para los ricos que podían pagarse esa clase lecciones morales al óleo. Sin embargo, a diferencia de las obras de Murillo y otros pintores del pleno Barroco, Sasso es un autor del Siglo de las Luces. Es decir, alguien que, de un modo u otro, con mayor o menor intensidad, está recibiendo otra clase de ideas. Unas en las que el Progreso, el avance de la Humanidad por medio de la Ciencia… ganan terreno a la resignación, a la esperanza de que todo mejorará, pero sólo en la otra vida, para los que padecen a este lado de la Muerte.
El tratamiento que Sasso hace de la escena del charlatán, más bien jocoso, humorístico, casi caricaturesco a la manera de uno de sus colegas contemporáneos -el inglés William Hogarth- es una buena prueba de lo mucho que ha variado ya la percepción del pobre, que antes es considerado como una imagen a venerar. Casi como un reflejo del propio Cristo. Tal y como se recoge en los Evangelios.
Hay también en la escena algo que parece casi un interés antropológico en el tema. Muy similar, salvando las distancias temporales y técnicas, a las fotos de revistas como “National Geographic”, puestas en sus páginas para ilustrar reportajes destinados a dar a conocer étnias exóticas y otras curiosidades.
El cuadro de Sasso parece de esa clase de reportaje con fines antropológicos, porque la época en la que está pintado siente curiosidad por estas cosas (es, de hecho, característico de ella) y porque, además, Sasso es muy preciso en la descripción de los personajes y de lo que están haciendo. Una precisión que tiene poco que ver, por ejemplo, con el carácter -casi de alegoría- que se puede ver en los óleos de Murillo de este mismo género.
Y ahí entra otro de los aspectos interesantes de este cuadro. Es decir, el detalle con el que nos muestra una práctica cultural del siglo XVIII italiano -la de los charlatanes públicos- que, según todos los indicios, no era sólo una diversión para pobres como los que protagonizan esta obra de Sasso.
En efecto, otro de los cuadros que cedió el Museo del Prado para esa exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, era un pequeño óleo de Giandomenico Tiépolo (hijo del más celebre Giovanni Battista) titulado “El charlatán veneciano” y en el que se podía ver una escena muy similar a la pintada por Sasso. Con una pequeña gran diferencia: que en este caso, el charlatán está rodeado por un conjunto de personas que hoy definiríamos como de clases media y alta. No de menesterosos.
En ambas escenas, la de Sasso y la de Giandomenico Tiépolo, el ciarlatano (charlatán es una palabra de origen italiano. Un detalle que conviene no perder de vista en este caso) habla a alguien al oído por medio de un tubo de cartón. Obviamente el espectáculo y el negocio de estos charlatanes primigenios, era atraer a un público al que se encandilaba revelando supuestas cuestiones interesantes o maravillosas por medio de ese tubo de cartón que iba a parar a oídos seleccionados para tal efecto. Creando una expectación que, como saben quienes están en el negocio del espectáculo, es la primera clave del éxito.
Esta era, pues, una de las diversiones del rutilante siglo XVIII italiano (el de grandes artistas como los ya mencionados Tiépolo, Carlo Goldoni o el más celebre Domenico Scarlatti). Es decir, reunirse en plazas públicas y ferias para oír lo que tenía que decir un hombre vagante y cuyo nombre genérico -charlatán- ha quedado asociado a alguien que habla demasiado y, generalmente, para decir cosas de muy poco fundamento…
En definitiva, como espero que hayan visto, el cuadro de Sasso, nos abre la puerta a una cultura muy próxima a nosotros, pero desconocida en aspectos muy profundos. Como lo era éste de considerar una diversión pública el oír rumores a través de un tubo de cartón. Una costumbre que hoy día se ha mantenido, evidentemente. Sólo que amplificada y multiplicada gracias al avance tecnológico que supone extender el rumor no a través de un tubo de cartón, sino por medio de satélites en órbita terrestre y fibra óptica que recoge millares de mensajes a través de Instagram, Facebook, Twitter…
Algo que, tal vez, no llegaron a suponer los ilustrados que trabajaban en el siglo XVIII para que la Ciencia -la misma que ha permitido la creación de satélites y fibra óptica- mejorase la suerte material e intelectual de la Humanidad.
Aunque, la verdad, viendo, otra vez, el cuadro de “El charlatán veneciano” con damas y caballeros de alcurnia rodeando a un charlatán y su tubo de rumores, yo tengo algunas dudas a ese respecto…