Por Carlos Rilova Jericó
Para este momento en el que subo este nuevo artículo a la plataforma digital de “El Diario Vasco”, ya conocemos cuáles han sido los resultados de las elecciones presidenciales en Venezuela.
Como es razonable esperar estos han disgustado a unos y han alegrado a otros. No podía ser menos.
Sin embargo nada de eso cambia el sentido de este artículo, relacionado con ese acontecimiento en el que esa gran nación -miembro fundador de la OPEP, es decir de la Organización de Países productores de Petróleo, para decirlo todo- parece haberse jugado su destino al permitir más de la mitad de sus votantes la continuidad hasta 2018 de los catorce años de gobierno del comandante Chávez.
Así, vistos los resultados, y sobre todo las declaraciones del nuevo presidente de Venezuela, parece ser que la apropiación de la figura histórica de Simón Bolívar como bandera por parte de Hugo Chávez, ha funcionado una vez más, sustentando lo que algunos han calificado como régimen de tintes dictatoriales, o cuando menos populistas, y movilizando durante estas últimas semanas, y hasta ayer mismo, a miles de seguidores.
Tanto para ir a manifestaciones y mítines -y a alguna que otra reyerta callejera con muertos del partido opositor a Chávez, que nos recuerda a la Europa de los años 30- como a los colegios electorales.
Demasiado como para que el historiador no se fije en esa utilización de la Historia como un arma de guerra -de momento política- del mismo modo, más o menos, en el que Yves Lacoste descubrió en los años setenta del siglo pasado que la Geografía también tenía ese uso.
Es un dato poco conocido, pero bastante accesible cuando uno se pone sobre la pista de este tema, que el comandante Chávez mantuvo una relación sentimental con Herma Marksman, historiadora de ideología socialista que, sin duda, debió contribuir, y no poco, a esa apropiación por parte de Hugo Chávez de la figura histórica de Simón Bolívar como bandera para la lucha política.
Que nuestra colega terminó de manera tormentosa su relación de toda índole con el comandante Chávez es también algo poco conocido, pero igualmente notorio, cuando uno se pone a hacer indagaciones -como es el caso- sobre la peculiar relación de Hugo Chávez con la Historia en general y con Simón Bolívar en particular.
¿Cuáles pudieron ser las razones profundas que llevaron a Herma Marksman a romper esa relación, a considerar, como denuncia ella misma en una entrevista, que Chávez la había utilizado?.
Al margen de todo lo que diga en su propio nombre la profesora Marksman, se pueden encontrar algunas otras a partir de un simple paseo por una bibliografía más o menos selecta en torno a la figura de Simón Bolívar.
Empecemos por la impresión que tiene el movimiento bolivariano (gracias al que el comandante Chávez llegó y permanece en el poder presidencial de Venezuela), de que el llamado “Libertador” fue una especie de precursor de ideas socialistas que, a decir verdad, en las primeras décadas del siglo XIX en las que se desarrolla la vida política y militar de aquel criollo de origen vasco -vizcaíno para más señas- estaban en un estado poco menos que embrionario.
Ese es el primer tropiezo del movimiento bolivariano del presidente Chávez con la Historia real. Esa descontextualización del personaje histórico para convertirlo en un mito que, a su vez, se pueda convertir en una bandera seguida por miles de votantes que pueden dar -y han dado- un vuelco en las urnas a la política que dirige uno de los principales países productores de petróleo y, por tanto, un lugar que despierta un gran interés a nivel internacional. Como lo hemos visto en muchos telediarios durante años y especialmente a raíz de estas elecciones que ha vuelto a ganar el comandante Chávez, en las que casi se ha podido sentir cómo muchos contenían la respiración esperando el fin democrático de su republicana bolivariana.
Así es, Bolívar fue un hombre de su tiempo -finales del siglo XVIII y principios del XIX- imbuido de las ideas ilustradas que animaron la revolución de 1789 y está claro que sostuvo en sus numerosos escritos, en sus proclamas fundamentales, diversas ideas revolucionarias, pero eso no significa -en modo alguno- que se le pueda catalogar como “socialista”. Ni siquiera como precursor del Socialismo, que iba a empezar a eclosionar como ideología revolucionaria hacia la cuarta década del siglo XIX de la mano de dos filósofos alemanes: Friedrich Engels y un tal Karl Marx, buen amigo del anterior, al que sableaba con frecuencia para poder seguir escribiendo una obra monumental sobre el Capitalismo…
Es precisamente Marx, el fundador, el símbolo indiscutible de la ideología socialista revolucionaria, el que deja claro -con la contundencia que le caracterizaba- en uno de sus escritos publicado en el año 1858 en la “The New American Cyclopaedia” de Charles Dana, lo que pensaba de Simón Bolívar, que no es precisamente lo que se pensaría de un correligionario.
En esa breve biografía, en efecto, Karl Marx comparaba a Bolívar con Napoleón y consideraba que su “Código Boliviano” era más o menos lo mismo que el “Código Napoleón”. Es decir, una base legal para poder ejercer un despotismo dictatorial que, en opinión de Karl Marx, Bolívar soñaba con imponer sobre toda América del Sur después de unificarla en una confederación de la que él sería dictador supremo.
Posiblemente, tal y como señalaba José Aricó en un artículo publicado en México en 1980 sobre ese escrito de Marx, el filósofo fundador del Socialismo quizás veía de un modo un tanto sesgado a Bolívar, pero ni el mismo Aricó se atreve a desmentir totalmente a Marx, señalando únicamente que ese viaje de Bolívar del revolucionarismo de raíz francesa al despotismo conservador, era la única reacción posible para él y para las restantes élites criollas, deseosas de librarse del dominio español, pero no de entregar el poder a las masas populares que los han ayudado a llevar a cabo ese proceso de Independencia.
Ese mismo en el que, como podemos leer, por ejemplo, en la edición de las cartas que Bolívar dirige a otro de los libertadores, el argentino José de San Martín -publicadas en Buenos Aires por el Instituto Nacional Sanmartiniano en el año 1952-, abunda la palabra “Libertad”, se identifica a los españoles con la opresión y con la imposición de un duro yugo a los pueblos americanos… pero brilla por su ausencia toda referencia a ningún plan de república socialista “avant la lettre”, quedándose el proyecto libertador reducido a una simple revolución, ni siquiera burguesa sino de la aristocracia criolla, dueña, de hecho, de grandes explotaciones esclavistas y basada en el principio de apoyarse en la burguesía y las masas populares pero sin querer hacer concesión alguna de poder político o económico a las mismas.
Así, mirando la biografía de Simón Bolívar desde el ángulo científico, a partir de documentos generados incluso por él mismo, descubrimos que hay un abismo entre la vida real del llamado “Libertador” y lo que el movimiento bolivariano, que ha sustentado la carrera política de Hugo Chávez, ha pretendido ver, y, desde luego, hacer ver, en él.
Nada de que extrañarse por otra parte. Como recogen Marcos Roitman Rosenmann y Sara Martínez Cuadrado en su “Epílogo” a la edición de esa biografía de Bolívar firmada por Marx a la que acabo de referirme -hecha en el año 2001 por la editorial madrileña Sequitur-, mucho antes de que el comandante Chávez llegase al poder, la figura de Bolívar había sido objeto de una mitificación interesada en Venezuela y en otras partes de la “Gran Colombia” fundada por su levantamiento contra España. Un proceso que había llevado a muchos miles de sudamericanos de Venezuela, de Colombia… a considerar una traición a la patria el hablar o pensar de Bolívar tal y como fue -un criollo dueño de minas y esclavos, renegado del revolucionarismo francés de 1789 que censura lo que se debe enseñar en las Universidades- en lugar del símbolo en el que se le había convertido.
Una bandera ésta, la de un Bolívar mítico, especie de santo laico defensor de los desamparados de la Fortuna y de los revolucionarios de toda índole, que el comandante Chávez ha utilizado hábilmente durante catorce años pero que, como es de imaginar, sólo puede acabar defraudando a aquellos que la han seguido, puesto que parte de unos hechos carentes de verdad histórica, de una auténtica burla hacia aquellos que han otorgado su confianza a ese símbolo estrambótico que, por dejarlo claro, equivaldría, más o menos, a que Adolf Hitler, por alguna extraña, monstruosa, paradoja, acabase convertido en símbolo del Pacifismo algún día.
Algo que, en cualquier caso, debería llevarnos a reflexionar sobre la facilidad con la que se pueden tender trampas colectivas -a veces de muy graves consecuencias- gracias a la ignorancia de la Historia. La verdadera Historia, la que escriben los historiadores, no lo vencedores, ni los cortesanos al servicio de determinados poderes después de todo opresivos, como el que representó el Bolívar histórico -no el mitificado- en su día.