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Carlos Rilova

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El peso de un nombre. Pedro Sáenz Yzquierdo y la Guerra de los Treinta Años

Por Carlos Rilova Jericó

800px-wallenstein_reiterbildLlegamos esta semana a la última conferencia sobre el Gran Asedio de 1638 que ha ofrecido, cada miércoles de octubre, el Ayuntamiento de Hondarribia en su Casa de Cultura con la colaboración de la Asociación de historiadores de Bortziriak/Cinco Villas. Por tanto, este será el último correo de la Historia dedicado a este tema.

Este próximo miércoles 31 de octubre se hablará allí de nombres. De esos que resuenan dentro de las páginas de los libros de Historia.

Si sólo pensamos en los de la Guerra de los Treinta Años quizás enseguida recordamos los de Wallenstein, Gustavo Adolfo de Suecia, Felipe IV, el conde-duque de Olivares, su antagonista máximo, el cardenal Richelieu y, para quienes conocen mejor la época y el suceso, tal vez el del Cardenal-Infante… Praga, la Montaña Blanca, Westfalia, son nombres de lugares que también resuenan enseguida en esas páginas de Historia relacionadas con ese hecho histórico que llamamos “Guerra de los Treinta Años”.

Pero en un acontecimiento que ocupó tanto espacio y tanto tiempo, naturalmente hubo muchos más nombres.

El de Pedro Sáenz Yzquierdo es uno más, Su fama, si es que algún día tuvo algo parecido a eso, no ha ido hasta ahora más allá de lo que se ha llamado “Historia local”. Descripción hecha con estilo peyorativo y una idea muy roma de lo que es la Historia. Un subproducto intelectual ese apelativo (uno más) de la España de la Transición, que pasó del unitarismo forzado impuesto -como tantas otras cosas- por la dictadura franquista, a considerar que sólo existían diecisiete historias diferentes (una por cada comunidad autónoma) y sin ninguna relación entre ellas.

Es así como Pedro Sáenz Yzquierdo (junto con muchos otros, de muchas épocas diferentes) ha sido relegado a ese olvido selectivo en el que sólo se le recuerda -si acaso- como uno de los defensores de la actual ciudad de Hondarribia cuando fue sitiada por las tropas del cardenal Richelieu ahora hace 380 años.

No falta así espacio para él en las crónicas del suceso que hoy ya sólo conocen los especialistas en el tema (y no todos). Ni tampoco en los característicos artículos eruditos propios de las revistas culturales decimonónicas. Es el caso, por ejemplo, del que publicó en 1881 Miguel Martínez Ballesteros en la inevitable “Euskal-Erria”.

Si seguimos lo que nos dice ese artículo, pronto comprendemos que la falta de fama de Pedro Sáenz Yzquierdo es bastante inmerecida. Su larga vida de más de setenta años dio para mucho. Y estuvo llena de hechos épicos, de esos con los que, en Francia, novelistas como Alejandro Dumas o, más recientemente, Jean d´Aillon, han escrito magníficas novelas ambientadas en la época en la que realmente vivió Pedro Sáenz Yzquierdo.

Con apenas los veinte años cumplidos, entró bajo las banderas de los famosos tercios y siguió durante muchos años implicado en esos servicios militares. Los mismos que le llevaron hasta la que en 1638 era la plaza fuerte de Fuenterrabía, donde encontró a su primera esposa. Precisamente la hija de uno de los ingenieros militares, Tiburcio Spanoqui, que habían creado fortificaciones tan letales como aquella que él, Pedro Sáenz Yzquierdo, debería defender durante dos meses del verano de 1638.

Pero su vida militar no acabó ahí. Participó en actividades de guerra naval bajo patente de corso y, como recompensa por sus considerables esfuerzos durante el asedio de 1638, recibió un destino en las colonias americanas donde, por supuesto, continuaron las expediciones, los combates, el acumular una fortuna considerable…

Todo eso, sin duda, nos puede parecer hoy más o menos novelesco. O, sintonizando la baja frecuencia histórica con la que nos vemos obligados a trabajar al Sur de los Pirineos, es posible que nos parezca únicamente, eso, una gloria “local” (sólo quedaría saber si de la actual ciudad de Hondarribia, de su Álava natal o del México en el que desarrolló gran parte de su brillante hoja de servicios)…

La realidad histórica, por supuesto, es muy diferente. Pedro Sáenz Yzquierdo fue un acabado producto de un superestado con extensas posesiones en Europa, Asia, América… Un hombre típico de la nobleza europea del Barroco. Por eso no tiene nada de raro (con respecto a la Europa de esa época), ni de “local”, cualquier cosa que se cuente sobre él, antes, durante o después del Gran Asedio de 1638.

Independientemente de la prosa enfática que utilizaban autores decimonónicos como Miguel Martínez Ballesteros, los hechos de armas de Pedro Sáenz Yzquierdo son básicamente ciertos. Porque eso es lo que se esperaba de alguien como él.

De una persona que había nacido, en territorio alavés, bajo el signo de un blasón nobiliario que, por supuesto, le obligaba a desafiar al fuego enemigo en los lugares donde el peligro era mayor y las tropas bajo su mando más necesitaban de cohesión, disciplina y órdenes precisas.

Esa clase de comportamiento hoy nos puede parecer, como se suele decir coloquialmente, una solemne fantasmada. En la Europa de la Guerra de los Treinta Años, con otro sistema de valores que, en realidad, hoy consideramos anti-valores, lo normal para alguien con unos apellidos como Sáenz Yzquierdo -y otros muchos similares, desde Borghese hasta Graham pasando por Wallenstein o Vasa- era comportarse de ese modo. Es decir, buscando la Muerte si era preciso. O matando, sin ninguna vacilación, a otros seres humanos que lucían una divisa enemiga…

En pocas palabras, el peso de los nombres, de los apellidos, era grande y tangible en aquella Europa de la Guerra de los Treinta Años. Como el de los escudos nobiliarios que anunciaban a esos mismos nombres y apellidos.

Venerar y dar brillo a semejantes símbolos era algo obligado, la vida no merecía la pena para quien, educado en ese sistema de valores, no demostraba coraje en el campo de batalla.

Eso -en el estrato más alto de la sociedad de la Europa barroca- y el dinero y el botín en los estratos más bajos, es lo que permitió sostener durante tres décadas una guerra devastadora y traumática.

La actual ciudad de Hondarribia fue uno de sus escenarios y sobre él se representó, una vez más, esa tragedia del honor contenido en unos apellidos que exigían, a personas como las que llevaban los apellidos Sáenz Yzquierdo, vivir muriendo y matando.

Este miércoles que viene, Iñaki Garrido Yerobi, un historiador correspondiente de la Real Academia de la Historia y especialista en estos temas, nos ilustrará con más detalle sobre estas cuestiones que, naturalmente, nos ayudarán a comprender mejor qué fue realmente aquella Guerra de los Treinta Años. En este caso tomando como punto de partida una de sus principales batallas, por más que hoy esté casi olvidada.

Es decir, la que tuvo lugar ahora hace 380 años en torno a las murallas y bastiones de una plaza fuerte conocida entonces como Fuenterrabía y hoy, gracias a sucesos como estos, como muy noble, muy Leal, muy Valerosa y muy siempre fiel ciudad de Hondarribia.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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