Por Carlos Rilova Jericó
Naturalmente este nuevo correo de la Historia estaba escrito, o casi, desde el martes de la semana pasada. Fue entonces cuando saltó a la Prensa y a las pantallas la petición que el actual presidente de México había hecho al rey de España, para que pidiera excusas por las presuntas atrocidades cometidas por Hernán Cortés en 1519.
La noticia, como no podía ser menos en un país tan primario intelectualmente como la España actual, venía sesgada. Así es, aunque el presidente mexicano no hizo mucho por desmentirlo, lo cierto es que, oficialmente, él sólo habría pedido que durante los inevitables actos conmemorativos que se celebrasen por la llegada de Hernán Cortés y su pequeña hueste a lo que hoy es México, los actuales máximos representantes de España -y también de México- hicieran un acto de reflexión -y pidieran excusas- por lo que se había hecho sobre esas tierras desde 1519 en adelante.
Como el grueso de la actual opinión pública española no está para muchos distingos, esos matices se perdieron por el camino y todo fue rápidamente reducido a trazo grueso. Así el presidente López Obrador ha quedado como un criollo ingrato -cántabro para más señas- que osaba exigir -nada menos que al rey de España- que pidiera perdón por lo que había hecho Hernán Cortés entre 1519 y 1521.
Lo que, en definitiva, ha dejado todo esto a la vista, una vez más, es la inquietante situación intelectual de España en la actualidad. Una que ya se ha comentado en anteriores correos de la Historia.
Desde la Izquierda, o más concretamente desde la coalición diversa conocida ahora como Unidas Podemos, se ha jurado, y perjurado, que la versión zafia de lo que decía la carta de López Obrador estaba en lo cierto, que Hernán Cortés era un bárbaro y que se debía pedir perdón por lo que allí había hecho entre 1519 y 1521. Es más, prometía su portavoz que cuando Unidas Podemos llegase al poder, se tomarían medidas muy serias para recuperar esa Memoria histórica justiciera. Es de suponer que extendida también a otras figuras como Magallanes y Elcano que, en las mismas fechas, navegaban por el Mundo con intenciones similares a las de Cortés. Y tal vez (si tenemos suerte) matizada por hechos que dicho portavoz de Unidas Podemos sin embargo parecía ignorar. Como, por ejemplo, la inestimable ayuda prestada en 1863 por la tataratatarabuela de Felipe VI a la república mexicana presidida por Benito Juárez (conocido como “el indio”) en su lucha contra la invasión imperial francesa…
La respuesta desde otras formaciones de la izquierda española y de, más o menos centro, ha sido un silencio también más o menos espeso y peligrosamente indiferente, desestimando como una ocurrencia chocante lo propuesto por López Obrador.
Por parte de la Derecha que Manuel Vicent llamaría “de pretina alta” y el hoy ínclito Francisco Umbral “la Derechona”, la respuesta, ha sido más contundente, pero, por desgracia, casi al nivel -intelectualmente hablando- de las palabras del portavoz de Unidas Podemos respecto a ajustar cuentas a la Historia de España.
Esa cierta Derecha ha formado, otra vez, un argumentario bastante chocarrero. Simplista. Uno que, desde un punto de vista psicológico, se podría calificar como típico de una fase de desarrollo mental prácticamente infantil, o, como mucho, adolescente.
Así, por ejemplo, desde esa Derecha se ha dicho que López Obrador haría mejor en callar porque es criollo. Es decir, descendiente de españoles asentados en América y, por lo tanto, si algún culpable hay de las desgracias de los aztecas son sus ascendientes y los de los demás colonos. No los españoles que se quedaron en España. La sandez de este argumento se viene pronto abajo si consideramos que de todas las riquezas que se sacaron a América por medio de un sistema claramente colonial -oro, plata, cacao, tintes como el palo campeche, etc…- se beneficiaron, también, los españoles que estaban a este lado del Atlántico y, desde Bilbao o Cádiz, se lucraban con ese tráfico.
Otro argumento recurrente desde esos medios situados en una Derecha más extrema que centrada y poco diplomática, ha sido que Hernán Cortés, en realidad, liberó a los pueblos del actual México al aliarse con tlaxcaltecas y otros nativos americanos con muchas cuentas pendientes con los aztecas y su complejo sistema de “guerras floridas”. Esas destinadas a diezmar a sus pueblos vecinos y alimentar con la sangre de sus cautivos a los dioses de Tenochtitlan la grande, para que el temido Quinto Sol no llegase y con él la destrucción del imperio azteca.
Es bien cierto, desde el punto de vista histórico, que Cortés sólo pudo conquistar México con esa ayuda nativa. Sus escasos centenares de españoles poco hubieran podido hacer a la larga. Por más que contasen con una potencia de fuego abrumadora y una guerra psicológica ganada de antemano (lean las crónicas aztecas en las que se hablaba de los sueños del emperador Moctezuma y los augurios sobre el Quinto Sol).
Sin embargo, excusar la Conquista con esos argumentos es bajar a la arena infantil en la que se trataría de explicar procesos históricos -siempre bastante complicados- reduciéndolos al “Y tú más” y al “ellos empezaron primero”.
Otro de los argumentos de los que se ha echado mano desde esos ambientes, ha sido la supuesta lista de enormes beneficios sociales dejados por los españoles en América, con la creación de ciudades y universidades, la asimilación de los pueblos indígenas y su aristocracia, como ocurrió con los Moctezuma y los Guamán Poma… de Ayala…
Con esto ocurre lo mismo que con la ayuda nativa imprescindible para Cortés. En esencia son hechos ciertos, pero otra vez pasamos de la Leyenda Negra a la Rosa, igual de falseadora de la realidad. Hablar de esos hechos, no puede ocultar, en buena ley histórica, graves incidentes como la rebelión de Popé en 1680 -bien descrita en la obra del hispanista David J. Weber “La frontera española en América del Norte”- o la de Túpac Amaru II un siglo después, en 1780. Ambos líderes indígenas, uno en el actual Nuevo México y otro en Cuzco, querían acabar con los españoles y su presencia alentando un cataclismo político similar al que alentó, en los Estados Unidos de 1890, la Danza de los espíritus. Puesta en marcha por los muy escasos supervivientes de la nación sioux que fueron, por cierto, igualmente masacrados en Wounded Knee…
El caso de Popé, además, cuenta con el agravante, de que el detonante de su rebelión fue una acusación, en 1675, de esa misma Brujería que en la España metropolitana había sido desestimada -para los súbditos españoles de su Católica Majestad- desde 1615.
En definitiva, la carta del presidente López Obrador, podrá ser malinterpretada como una impertinencia, pero la reacción mayoritaria de cierta opinión pública española, no ha podido en general ser más zafia y simplista. Además, bajo la apariencia de una supuesta sofisticación intelectual que, sin embargo, se desmonta, como vemos, a poco que leamos algo de la larga lista de estudios históricos existente sobre América.
Una que demuestra que, si los españoles no cometieron un genocidio similar al perpetrado por los colonos anglos o los hispanos (especialmente los argentinos) desde las independencias del siglo XIX, las cosas en el imperio español no fueron siempre de color de rosa. Pues la pirámide del poder colonial -ese que creaba universidades- siempre fue de abrumadora mayoría blanca y con apellidos españoles (preferentemente vascos, como en el caso de Venezuela). Los indígenas eran una simple base social tolerada y principalmente explotada a conciencia. De ahí salieron Popé y Túpac Amaru II…
Lo peor de todo esto, en cualquier caso, es que nos muestra una vez más cómo España se ha convertido en lo que el “New York Times”, al hilo de esta artificiosa polémica, ha llamado un “soft target”. Es decir, una víctima fácil. Lógica consecuencia, por otra parte, de su hoy muy notable desmantelamiento intelectual.
Algo que lleva años fraguándose, como pueden ver perfecta -aunque irónicamente- descrito en “Novela ácida universitaria”. Un reciente libro del eurodiputado -y catedrático- Francisco Sosa Wagner que les invito a leer para que se hagan una idea más certera del peligro -para ese país llamado España- que nos ha desvelado ese torrente de simplificaciones buenistas, medias verdades y fanfarronadas semihistóricas que hemos tenido que aguantar esta semana como casi única respuesta a López Obrador.
En tanto todos esos vicios intelectuales y administrativos no se corrijan, poniéndolos en manos profesionales expertas y no de vendedores -y vendedoras- de humo -sea de color azul, rojo o morado- no lo duden, ridículos españoles de escala internacional como el que acabamos de sufrir, por activa y por pasiva, volverán a ocurrir. Una y otra vez.
Es lo único que puede esperar un país donde la Historia es despreciada como práctica profesional y tácitamente considerada como un simple juguete para aficionados o herramienta política para fanáticos diversos…