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Carlos Rilova

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Una magnífica serie de novelas históricas sobre el almirante Mazarredo (1745-1812)

Por Carlos Rilova Jericó

800px-jose_de_mazarredo-por-jean-francois-marie-bellierEsta semana he andado dudando, hasta casi el último momento (esto es, el sábado por la mañana) sobre qué escribir en este nuevo correo de la Historia. Finalmente, como suele pasar a menudo, he descubierto que tenía la respuesta justo delante de mí.

En efecto, este mismo viernes pasado estaba yo acabando una pequeña biografía sobre José de Mazarredo para un diccionario biográfico y repasando los hechos de la vida de este marino bilbaíno, José de Mazarredo y Gortazar, enseguida caí en la cuenta de que sería una verdadera mala pasada, para quienes fielmente leen esta página cada lunes, no dedicarle hoy algún espacio. Más que nada por evitar -algo, al menos- el derroche -en el mal sentido de la palabra- que se hace con la Historia de ese país, España -a punto de reventar por sus costuras- que se extiende entre Francia y Portugal.

Y es que la vida del almirante Mazarredo, que empezó -como la de todos los marinos del siglo XVIII- como guardiamarina, es digna de la mejor serie de novelas históricas navales que jamás se haya escrito desde el “De grumete a almirante” del capitán Marryat (por cierto, contemporáneo de Mazarredo) y las de otros hoy mucho más conocidos.

No es que yo tenga una imaginación desbordada -esas manías se le quitan a uno pronto, si las tiene, con la disciplinada práctica de la Historia- pero a medida que recopilaba datos sobre Mazarredo, era difícil no formarse la imagen de barcos de guerra españoles del siglo XVIII con toda su tripulación en perfecto orden de batalla -de diez a tres por pieza de Artillería asignada, dependiendo del calibre- y los oficiales tomando graves decisiones en el castillo de popa. Armados de sextantes y catalejos y sin que se les moviera de su sitio el sombrero de tres picos o un solo encaje de la camisa envuelta en sus elegantes casacas azul marino (a juego con sus calzones) y sus chalecos rojos. Todo tan impecable como sus espadines y las hebillas de plata de sus zapatos.

Habrá pobres de espíritu -por desgracia, en España y su cuerpo de historiadores, abunda la especie- que reciban esta descripción con ese impostado enojo permanente con el que se disimula ser, en realidad, una autoridad con pies de barro y un castizo “ya está éste, otra vez…”, pero lo cierto es que esa descripción es la correcta. La que históricamente -de acuerdo a la documentación escrita y gráfica- corresponde a la vida vivida por alguien llamado José de Mazarredo y Gortazar, nacido en Bilbao un 8 de marzo de 1745 y muerto en Madrid, de un ataque de gota, un 29 de julio de 1812. Cuando ya sólo era un hombre maduro, con problemas de salud, que no sabía muy bien cuál era el bando correcto en esa fase de las guerras napoleónicas llamada “Guerra de Independencia” y optó por servir al rey José I Bonaparte.

Hasta que llegó ese momento en el que la gota acabó con su vida, José de Mazarredo vivió la, para nosotros, hoy día, fascinante vida de un marino de la segunda mitad del siglo XVIII al servicio de alguna de las tres potencias -España, Francia y Gran Bretaña- que se disputaban el control de los mares -y del Mundo- en esas fechas.

Con catorce años -como solía ser habitual- entró en el Real Cuerpo de Guardiamarinas para formarse en cuestiones náuticas y ser capaz, a futuro, de mover aquellas moles de roble cargadas de hombres, cañones, lastre, munición…, que eran los barcos de guerra del siglo XVIII. Algo nada sencillo, ni aunque se hubiese contado con la tecnología de geoposicionamiento actual y los motores automáticos que ya no dependen de las corrientes marinas ni del viento.

Allí, en la Academia de Guardiamarinas, Mazarredo aprendió a utilizar compases, brújulas y sextantes y a manejar las Matemáticas con total familiaridad. Tanto para asestar un tiro de cañón contra una amura enemiga, como para calcular, lo mejor posible, la ruta del barco -o barcos- que en un futuro pudieran estar en sus manos.

Entre todos los documentos sobre Mazarredo que he manejado para escribir su biografía, no he encontrado sus calificaciones en la Academia de Guardiamarinas, pero los hechos posteriores de su vida hablan por sí solos.

Como marino de guerra de una potencia naval como la España dieciochesca, participó en expediciones científicas. Así, en 1772 estaba entre la oficialidad de la fragata Venus que, bajo el mando de Lángara, pasó a Filipinas. A bordo de ella Mazarredo y los demás oficiales resolvieron uno de los principales problemas técnicos de la navegación de la época. Es decir: fijar no sólo la latitud sino la longitud. El papel de Mazarredo en esto fue -según coinciden todas las fuentes- fundamental. Algo que demostraría en años posteriores, fijando la posición de varios puntos geográficos con exactitud -hoy parece un juego de niños, pero entonces no lo era- de ciudades como Irún o Pamplona entre otras muchas.

Aparte de esas hazañas científicas, Mazarredo, por supuesto, vio de cerca el fuego enemigo y respiró densas nubes de humo de pólvora en varios castillos de proa.

En 1775 coordinó un gran desembarco de 20.000 hombres contra Argel, entonces una de las principales amenazas para la navegación por el Mediterráneo, infestado con piratas berberiscos que tenían en ese puerto norteafricano su base.

En 1780, gracias a una de sus maniobras navales, teorizadas y publicadas en una de las numerosas obras de Náutica firmadas por él, consiguió capturar una flota británica en la que Londres había puesto todas sus esperanzas de acabar con la rebelión de sus colonias norteamericanas. El botín fue fabuloso: tres fragatas que quedaron al servicio de la Marina española, 3000 prisioneros, más de 80.000 mosquetes y numerosas piezas de Artillería y más de un millón de libras esterlinas en oro y plata. Con todo ello, Gran Bretaña hubiera desequilibrado la balanza militar en América a su favor. Es obvio, por la existencia hoy de Estados Unidos, que Gran Bretaña quedó incapacitada para ganar aquella guerra tras esa audaz maniobra debida, una vez más, a José de Mazarredo…

Por falta de espacio sólo mencionaré una más de sus hazañas en combate naval: en 1797, al mando de la flota que protegía el flanco sur peninsular, desde Cádiz, rechazó varios ataques de almirantes británicos tan poco conocidos como Jervis y de otros hoy tan famosos como Horatio Nelson…

Bien, como ven, José de Mazarredo y Gortazar, parece un personaje de novela salido de las manos de un Patrick O´Brian o un Alexander Kent. Todo un hidalgo de las mares como aquel Horatio Hornblower que inició estas sagas náuticas británicas con las que esa nación ha convencido al mundo entero -desde hace ya casi un siglo- de que si no ganó siempre todas sus batallas navales (José de Mazarredo es un buen testigo de esto), no hubo Marina comparable a la de Su Majestad Británica en aquellos tiempos que hoy quedan tan bien en una novela histórica. O en películas como “Master and commander”…

Y aquí viene la gran pregunta: ¿qué es lo que está pasando en España, desde hace años, para que no existan magníficas novelas históricas, como las que escribieron Alexander Kent o Patrick O´Brian, basadas en hechos reales como los que describe la vida de Mazarredo? Me consta que la editorial Noray -que trajo al mercado español el ciclo de Alexander Kent- algo intentó a ese respecto, pero con una notable falta de éxito.

Por lo demás, es obvio que brilla hoy en España, por su ausencia, el más mínimo intento de difundir la otra cara de la moneda de relatos como esos -como los firmados por Alexander Kent o Patrick O´Brian- en base a hechos históricos ciertos. Como los de la vida de José de Mazarredo y Gortazar.

¿Es esa pacatería fruto del miedo a despertar los ecos de las casposas glorias imperiales franquistas que el propio Mazarredo, en efecto, tuvo que sufrir en 1945, en el bicentenario de su nacimiento? ¿O es fruto del cutre carpetovetonismo de ciertos intelectuales orgánicos españoles, que hace unas tres décadas tomaron al asalto todos los resortes del poder intelectual en ese país y han prohibido, en la práctica, todo relato histórico que no sea el de pandereta (véase el triste caso de Blas de Lezo) o el de la España negra?

Sea como sea, ya va siendo momento de plantearse si ese país llamado España, a punto de reventar por sus costuras, está en disposición de derrochar un patrimonio histórico tan rico como el que nos ofrece la vida de un José de Mazarredo y Gortazar.

Alguien que, la verdad sea dicha, sólo fue uno más de una generación de excelentes marinos, navegantes, naturalistas y astrónomos. Como Ulloa, Jorge Juan, Balmis, Mutis, Domingo de Bonechea, Manuel de Agote, José Joaquín de Ferrer… La mayoría de ellos hoy prácticamente desconocidos. Por más que, como ocurre con Mazarredo, tengan hasta una calle dedicada en alguna ciudad…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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