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Carlos Rilova

El correo de la historia

El rostro del enemigo. Un episodio naval de la guerra de 1823

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy, que tanto se habla, en este correo de la Historia y en otros medios, del “enemigo invisible” que nos está causando tantas bajas (aunque por fortuna cada vez menos)… quiero hablar, sin embargo, de un enemigo totalmente visible. Del tamaño justo para que le alcanzase una buena bala de Artillería naval de 8 libras…

Ese enemigo llegó hasta nuestras costas en el año 1823. Es decir, tres después de que en la España de hace dos siglos se depusiera a un rey absoluto y, para espanto de una Europa dominada (excepto Gran Bretaña) por esa clase de reyes, se proclamase una monarquía constitucional, bajo la égida de la constitución de 1812.

Todo esto, la proclama de un rey constitucional, de un régimen de libertades… en la España de 1820, era más de lo que la Europa del Congreso de Viena podía soportar y mucho fue que la solitaria España liberal consiguiera aguantar tanto tiempo, hasta 1823. Y más cuando tenía un enemigo interno en una población en la que predominaba el elemento analfabeto y, por tanto, partidario de toda tiranía más o menos benévola. Elemento ese que, convenientemente guiado por una élite culta pero temerosa de perder sus privilegios, se sublevó constantemente para restaurar el abolido régimen absolutista.

Finalmente, como se ve incluso en la serie de “Episodios Nacionales” del hoy centenario Benito Pérez Galdós, la presión fue tanta que el régimen liberal español cayó.

Cayó porque las potencias continentales europeas dictaron en Verona que así debía de ser, que España debía volver al seno del Absolutismo imperante en toda Europa y no seguir dando malos ejemplos. Como en la vecina Francia, donde (como contaba en otro correo de la Historia a comienzos de este año) varios sargentos tuvieron que ser ejecutados para calmar las aguas en un Ejército donde aquello de los reyes absolutos estaba en constante cuestión entre gente que había sido reciclada -por así decir- de los ejércitos revolucionarios y napoleónicos. Esos en los que, desde luego, el Absolutismo -al menos el monárquico- no era excesivamente popular…

Es así como llegaron a nuestras fronteras los que Luis XVIII -tío de Fernando VII- llamó en su Parlamento amañado -donde jugaba a ser un rey absoluto, pero sin parecerlo demasiado- “Cien mil hijos de San Luis”, que, en realidad, no alcanzaban a esa cifra.

Habitualmente siempre se ha identificado esa expedición que detona la que algunos han calificado como “primera guerra civil española contemporánea”, con una conflagración corta pero eminentemente terrestre y en la que las fuerzas liberales fueron superadas abrumadoramente por esos Cien Mil hijos de San Luis.

Lo cierto es que, a medida que avanzamos en la investigación, vamos descubriendo que la guerra pudo ser breve en el tiempo, pero intensa y que en España, tras tres años de gobierno liberal, eran muchos los que ya se habían convencido de que mejor un régimen de Libertades bajo una constitución imperfecta (como todas) que un tirano menos que más benevolente. Como lo podía ser ese caso clínico que fue Fernando VII.

Eso por un lado, por otro, si sondeamos las fuentes francesas de la época damos con episodios verdaderamente interesantes a ese respecto y reveladores de eso mismo, de esa capacidad de resistencia encarnizada presentada por los liberales españoles. Por tierra y también por mar.

Vayamos al documento en cuestión. La copia a la que yo pude acceder en su momento, a comienzos de este año, se conserva en la biblioteca Koldo Mitxelena de la Diputación guipuzcoana, bajo la signatura 47590. Se trata de un libro escrito, expresamente, para ganar el favor del comandante en jefe de aquellos Cien Mil hijos de San Luis, el duque de Angulema y de su esposa, que, decían, era mujer de armas tomar y la que realmente ejercía el verdadero poder en aquella casa real. Lo firmaba el autor tan sólo con su apellido: Lebeaud, y lo titulaba Souvenirs de l´Armée d´Espagne. Lo publicó Ponthieu en Paris, en 1824.

Ahí, en las páginas 65 a 66 de ese libro, es donde aparece el rostro de nuestro enemigo. Se llamaba Gabriel Bessaire de Saint-Firmin. Desde los 16 años había sido incorporado a la Marina de Guerra francesa en calidad de comisario que debía pasar revista a los buques de guerra para cerciorarse de su buen estado. Como no era un hombre ambicioso -según nos cuenta Lebeaud- durante 17 años aquel todavía joven funcionario de Marina (en su treintena) vegetará en puestos poco destacados. Hasta que el 26 de junio de 1823, tuvo que enfrentarse con el corsario español que Lebeaud llama “La Nativité” y que, lógicamente, debía portar por verdadero nombre Natividad.

Gabriel Bessaire de Saint-Firmin formaba entre la tripulación del buque de guerra de Su Majestad Cristianísima de Francia llamado L´Inconstant. Se trataba de un barco de historia curiosa. Al parecer era el mismo que había trasladado a Napoleón Bonaparte, en 1815, desde la Isla de Elba hasta Niza para que tratase de recuperar su perdido imperio, al menos durante cien días. Según las fuentes del año 1815 (las que emplea, por ejemplo, Félix Wouters en su Histoire chronologique de la République et de l´Empire), en esa época L´Inconstant montaba 26 cañones. No he podido averiguar más sobre su situación en 1823. Los Annales maritimes et coloniales franceses para el año 1830 indican que -probablemente incautado al derrotado emperador- siguió en servicio en esas fechas y realizó varios viajes varios años después. En 1829 por ejemplo entre Terranova y Brest. Por aquel entonces portaba ya sólo 16 piezas de Artillería.

En 1823, si es que estamos hablando del mismo barco de 1815 (y debe de serlo, pues no consta en las listas de los Archivos Nacionales franceses un nuevo brick de guerra con ese nombre hasta 1847), sería una fuerza formidable, pues el Natividad, (en realidad un buque mercante armado, matriculado en Marsella, más que un corsario), parece que se rindió sin lucha. Y así es como Gabriel Bessaire de Saint-Firmin acabará a bordo de él, convertido en oficial de presa.

Seguro que el mecanismo les suena: es el mismo que se usa en la película “Master and commander” cuando la Surprise captura a la Acheron. Es decir, una parte de la tripulación del barco captor pasaba al barco capturado para gobernarlo y conducir la presa a puerto seguro.

Ese es el papel que le tocó hacer al comisario naval Gabriel Bessaire de Saint-Firmin aquel día de comienzos del verano de 1823. Y en él perdería la vida. Como un valiente dirá Lebeaud. Según su descripción de los hechos el Natividad, puesto bajo el mando del alférez De Faget, del propio Gabriel Bessaire de Saint-Fimin y del jefe de timoneles Monin, deberá enfrentarse al ataque de otro corsario español (cuyo nombre Lebeaud desconoce) que cae sobre ellos para liberar al Natividad. El combate se librará la noche de 27 de junio de 1823 en aquellas aguas mediterráneas otra vez en disputa entre españoles y franceses. Habrá un primer abordaje que Gabriel Bessaire de Saint-Firmin y sus compañeros rechazarán. Finalmente deberán rendirse, pero sólo tras haber agotado toda su munición disparando contra el corsario liberal español, que se negaba a darse por vencido.

Desgraciadamente para la buena causa liberal L´Inconstant recuperará la presa y la llevará hasta el puerto militar de Tolón. Es allí donde morirá Gabriel Bessaire de Saint-Firmin, cubierto de heridas en aquellos sucesivos abordajes contra la presa puesta bajo su mando. Lebeaud dice que, pese a su falta de ambición, había sido un hombre notable de buen gusto, con erudición y espíritu cultivado. Dejó en manuscrito obras de teatro, poesías ligeras y observaciones interesantes sobre la Marina de Cayena hechas por él mismo dos años antes de su muerte. Fue también miembro de la Sociedad de Bellas Artes y Letras del Departamento de Var.

Ese era, pues, el rostro del enemigo que hace cerca de dos siglos llegó, por mar, para aniquilar al régimen liberal español y sucumbió bajo aquellos que lo defendieron hasta el fin. A cañonazos, a golpes de sable de abordaje, a pistoletazos y mosquetazos disparados sobre la cubierta de un barco abordado varias veces un día de finales de junio de 1823…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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