Por Carlos Rilova Jericó
Acaba ahora en España un largo y pesado estado de alarma, pero para el historiador persisten, al menos en ese país, los motivos de alarma. Son fundamentalmente dos.
El primero es la presunta ignorancia supina de las autoridades médicas que han manejado, desde enero, la epidemia que dio lugar a ese estado de alarma en España. A ese respecto el tan odiado Eduardo Inda -como los relojes averiados- parece que ha dado bien -al menos dos veces al día- la hora. El segundo motivo de alarma, aun sin estado de alarma, es el lenguaje con el que se ha descrito -oficialmente- el estado de cosas que empezó ayer. Concretamente la expresión “nueva normalidad”.
Paso a explicar ambos casos con algo de detalle, como se hace habitualmente en este correo de la Historia. Empezaremos con la cuestión de la supina (e histórica) ignorancia que, al parecer, padecen las actuales autoridades sanitarias españolas.
Como sabrán bien, el principal responsable ratificado por el actual Gobierno español para manejar esta crisis sanitaria, el doctor Fernando Simón, lleva meses en el ojo del huracán de una agria polémica en la que unos piden su dimisión y enjuiciamiento y otros lo quieren convertir en un icono similar al Che Guevara, poniendo su imagen en camisetas para fines benéficos o, incluso, pidiendo una condecoración para él.
Al historiador, al margen de la polémica política, le inquieta, le alarma hoy mismo, que se pidan condecoraciones para el doctor Simón al saber, desde luego, que habría motivos más que suficientes para que se le fiscalice tal y como pide la Derecha española.
La razón es muy simple, pero de un tremendo peso. Cualquier historiador que esté familiarizado con la Gran Plaga de peste del año 1665 -es decir, de hace 350 años- deduce que el doctor Simón o no tenía ni idea de estas cuestiones que todo epidemiólogo debería conocer (y más si, como es su caso, procede de la Universidad de Zaragoza) o sabía perfectamente de esos acontecimientos de Historia de la Epidemiología, pero parece ser que los ignoró -o despreció- inopinadamente a la hora de enfrentar la crisis sanitaria iniciada en enero -que no en 8 de marzo- de 2020.
Vayamos ahora a ese precedente histórico que debería haber constituido una línea de acción lógica -y eficaz- para el doctor Simón y para sus superiores.
Tanto por fuentes impresas como de archivo, se sabe gracias a esa crisis de 1665, gravísima -pues la peste es una enfermedad altamente contagiosa, de gran letalidad y que cursa con rapidez- que las medidas de confinamiento y distanciamiento social son de muy escasa eficacia en casos así.
En efecto, una fuente impresa perfectamente asequible hasta para quienes no tienen conocimientos históricos específicos -el “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe- dejaba eso perfectamente claro. Desde 1722 y en diversas ediciones. Una de ellas, la de 1983, traducida, además, por uno de los mejores anglistas españoles, Carlos Pujol.
En ese libro, Defoe indica que en Inglaterra, y en especial en Londres, la plaga se manifestó de manera extraordinariamente virulenta porque nada se hizo para cerrar las fronteras a mercancías de origen holandés que traían la plaga. Después de eso en Londres, perdida ya esa gran baza de lucha epidemiológica, se decretó un draconiano confinamiento para los apestados y la propia población se impuso formas de distanciamiento social. El resultado fue que la famosa curva de la epidemia -tal y como constata el personaje a través del que habla Defoe- se aplanó, sobre todo, por inmunidad grupal. Una que funcionó extraordinariamente bien pese a rebrotes menos virulentos.
Pero hasta ese momento el distanciamiento y el confinamiento estricto, más o menos respetado y que, aún así, permitía contacto con la calle (como en el caso español), no evitó que en el pico de la curva murieran, de media, a la semana, hasta 6000 londinenses.
Y eso tan sólo en algunas parroquias. La cifra general, por supuesto, fue mucho mayor…
Que el doctor Simon no supiera eso en enero de 2020, es alarmante. También lo es que, al parecer, tampoco supiera cómo se evitó eficazmente el problema en una España supuestamente más atrasada que la actual. Incluso yo, que, historiador y todo no me he especializado principalmente en ese tema, he ido publicando a lo largo de los años retazos de documentación donde se describen esos métodos eficaces de contención de la peste de 1665. Los archivos son claros: desde el primer rumor de plaga en el Norte, la presuntamente decadente España de Carlos II mandó cerrar fronteras y puertos. El mismo Defoe confirma esas eficaces y férreas medidas en su “Diario del año de la peste”. El resultado fue, en definitiva, que España se libró muy competentemente de lo que devastó Inglaterra y Londres a pesar del confinamiento y la distancia social…
Evidentemente es muy alarmante que quienes no sabían de esos datos, como hubiera sido lógico, o los obviaron (ignoro por qué razón), sean ahora señalados como acreedores a una medalla o afirmen que haya sido “tremendamente eficaz” un confinamiento además bastante dudoso a nivel legal. Más aún cuando hasta la misma OMS -cada vez más cuestionada por su notoria incompetencia y escandalosas colusiones- reconoció, el 27 de abril, nada menos, en declaraciones al “Sidney Morning Herald”, que el confinamiento “a la china” no era necesario para contener la epidemia, que se le había entendido mal una vez más. Al parecer igual que con el estúpido (usada esta palabra en su sentido original) asunto de las mascarillas para toda la población. Medida impuesta en España -tras dos meses sin ellas, dejando así circular al virus libremente- nuevamente transmitida por Fernando Simón y que -de acuerdo a las pruebas médicas lógicas- habría que considerar ya perfectamente inútil.
Esto es lo que puede decirse sobre lo alarmante que es, aun sin estado de alarma, el manejo de esta crisis sanitaria en España. Al menos para cualquier historiador o historiadora que sepa lo que sería mínimamente exigible -sobre Historia de la Epidemiología- a un médico con las responsabilidades de Fernando Simón.
Con respecto al segundo motivo de alarma hoy -la adopción de conceptos políticos como “nueva normalidad”- la cuestión tampoco admite duda. Esa expresión, como el confinamiento que se ha impuesto a España, también procede de la República Popular China. Régimen calificado como dictadura y que, por tanto, no debería ser ejemplo de nada en un país democrático. Más aún teniendo en cuenta que China ha sido la zona cero de la que ha salido la nueva epidemia. Por más que ahora, con un siniestro circo mediático -que también debería rendir cuentas- se trate de disimular bajo estomagantes eufemismos como “la Covid-19”.
En efecto, el régimen chino acuña la expresión “nueva normalidad” hacia 2015, tal y como lo describía Hu Angang en un artículo publicado en el número 3 de la revista “Foreign Affairs”.
“Nueva normalidad”, por tanto, es una expresión totalmente anormal y totalmente alarmante en una democracia. Alarma que crece al constatar, una vez más, que el actual gobierno español imita a China continental acaso dando por bueno lo que Raúl Zibechi afirmaba en un artículo publicado el 25 de marzo en un periódico de Izquierdas, “El Salto”. Es decir, que las viejas democracias occidentales -y las nuevas por lo que se ve en el caso español- estaban acabadas y que, al imitar modelos de la China comunista, daban por bueno que ese país sería la nueva potencia hegemónica.
Algo bastante cuestionable si prestamos atención al incidente de este 16 de junio con el Ejército indio, ante el que China recula pese a causarle tres bajas, haciendo bueno así el análisis indio que señalaba, poco antes, que, militarmente, China es un desastre.
Aparte de esto, sería bueno -y muy recomendable- que el actual gobierno español conociese toda una serie de factores históricos que deberían llevarle a alinearse no con ese país tan dudoso en tantos aspectos, sino con los estados europeos que -desde la línea más allá de los Alpes y el Rin- ya han tomado medidas -desde el principio- para evitar que esta crisis sanitaria se maneje en su contra. De modo tal que, como afirmaba el general chino Sun Tzu en su famoso “El arte de la guerra”, se les pudiera vencer así sin enfrentamiento militar abierto. Debilitándolos, en cambio, desde dentro, a manos de los errores de percepción y debilidades de sus propios dirigentes…
En efecto, el aún actual gobierno español debería tener en cuenta que la China continental, en tanto perviva en ella el régimen comunista, sólo quiere una única cosa de Europa: someterla o destruirla. Lo primero para evitar que los ciudadanos chinos descontentos con el régimen -más de los que se dice- busquen una vía de escape en países libres. Lo segundo porque el Partido Comunista chino es un subproducto de la China de 1900 en la que se hundió el Imperio que se consideraba, a sí mismo, el centro del Mundo. Es decir, que bajo la superficie pseudocomunista del actual régimen, late aún la pulsión de vengarse de los “folanji” y “hongmaoyi” que arrasaron China a lo largo de los siglos XIX y XX.
Es muy probable que, como con la epidemia del año 1665, el actual gobierno español haya pasado por alto esos datos históricos, pero seguramente en la China continental tienen muy presente que España (vascos y catalanes incluidos) fue uno de los países más nocivos para ella en esa crisis. Sólo un par de datos: durante todo el siglo XVIII España tuvo factorías en Cantón y Macao, junto a estadounidenses, franceses, británicos… Lugares como estos eran cordialmente odiados por los chinos y vistos como infernales centros de corrupción y explotación del Celeste Imperio. Segundo dato histórico: en 1900 será el embajador español en Pekín -con toda la autoridad que tenía como diplomático decano allí- quien decide que los embajadores extranjeros -los mismos que luego despedazarán China- se hagan fuertes en el barrio de las legaciones hasta que llegue el Ejército de socorro (o invasor para los chinos) a la capital imperial…
A la vista de datos históricos así, puede que no haya ya estado de alarma en España, pero la situación es alarmante. Por esas graves fallas de información fundamental en quienes aún la dirigen. O, también, porque esas mismas autoridades persigan supuestos bulos, pero sin embargo permiten que se digan libremente cosas tan asombrosas -para la Historia de la Epidemiología- como que va a haber ¡anual y regularmente! epidemias como ésta de 2020… Hecho sencillamente inexplicable en buena lógica histórica. A menos que haya una notable ayuda artificial a tan atípicas y puntuales epidemias. Ayuda esa que, por cierto, sería un grave delito condenado a nivel internacional por la BWC…