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Historia de Quino y la Historia según Quino (1932-2020)

Por Carlos Rilova Jericó

Esta semana es la Muerte quien decide qué se escribe en el correo de la Historia. El fallecimiento del dibujante y humorista argentino conocido como Quino, hacía, en efecto, casi obligatoria esa cita.

Hablaremos hoy, pues, del ciudadano de la República Argentina conocido en el registro civil como Joaquín Salvador Lavado Tejón, “Quino”, que se hizo famoso mundialmente, al menos en la hispanoesfera, como padre de Mafalda. De hecho, probablemente, así será recordado desde ahora en la mayoría de las ocasiones en las que, como hoy, salga a colación. Pero Quino fue mucho más que el padre de esa famosa niña a la que convirtió en un verdadero tópico.

Fue un genial dibujante. Y lo dejó demostrado en muchos más sitios que las tiras de Mafalda. Por ejemplo en álbumes recopilatorios como “Bien, gracias. ¿Y usted?” original del año 1976.

Pero, en conjunto, si algo distinguió a la obra de Quino, tanto en las tiras de Mafalda como en otras publicaciones como las que recogían volúmenes como ese, fue su peculiar visión de la Historia del Mundo. De lo que había sido y de lo que debía ser según sus ideas políticas.

Unas que quedaban muy claras en sus dibujos y que eran, aunque suene manido, hijas de su tiempo. Como la propia Mafalda.

Y es que era difícil que un argentino de clase media -que crece y se desarrolla en los años 60 del siglo pasado en la gran manzana bonaerense- pensase de modo distinto al que Quino reflejó, durante décadas, sobre el papel, a golpe de pluma y tinta negra.

Esa ideología era la de la Izquierda llamada “progresista”, lo que en Estados Unidos se denomina “liberales” y que identificamos, mayoritariamente, con el Partido Demócrata.

Así es, Quino reflejaba en las viñetas de Mafalda y en otros dibujos las ideas-tipo de esa Izquierda llamada progresista y en muchos casos derivaba hacia un buenismo a veces ingenuo, a veces también malévolo, que tendía a simplificar demasiado las cosas.

Así pues, Quino aborrecía la guerra. Mafalda, su más famosa creación, lo proclamaba a los cuatro vientos. La guerra. Los conflictos localizados en los países subdesarrollados, característicos de la época en la que ese personaje nace y crece, causan a Mafalda tanto horror y desazón como sus otros grandes enemigos: la sopa y las tías lejanas besuconas y achuchonas, protagonistas de algunas memorables viñetas salidas de la mano de ese gran humorista que fue Quino y que, sin duda, ha dejado con su muerte un mundo más triste y más lúgubre a sus espaldas.

Mafalda, junto con sus inseparables compañeros no humanos (un globo terráqueo con el que sostiene curiosos diálogos y un pequeño transistor en el que escucha a sus admirados Beatles pero, también, inquietantes noticias) sirvieron durante años a Quino para contarnos, a través de esa hija de tinta y papel de curioso nombre (aunque figura en el santoral católico) cómo veía él el Mundo, el momento histórico que vivía, y cómo creía que debía ser, en realidad, ese mundo.

El globo terráqueo que contemplaba Mafalda con tanta desazón y preocupación así le iban contando cosas los boletines de noticias, estaba sumido en un estado que parecía de guerra permanente. Pese a que Quino no vivió una época de grandes conflictos armados a escala global -si exceptuamos la Guerra de Corea y la de Vietnam- siendo apenas un chaval de diez años en un país muy lejos del frente cuando la Segunda Guerra Mundial llegaba a su punto álgido.

Aun así, Quino mostraba una hipersensibilidad muy humanista hacia cualquier conflicto bélico en curso en el Mundo en el que vivió y dibujó. Sus viñetas eran, por tanto y casi siempre, un amargo grito de dolor por cada persona que era aplastada por una guerra, o por el hambre -esa gran lacra conocida por el Mundo desde 1945 en adelante- y ese lamento monocorde cruza toda su obra, mostrándose de manera especialmente aguda en las reflexiones, aparentemente ingenuas, de aquella niña llamada Mafalda que odia comer sopa.

En definitiva, para Quino la Historia del Mundo desde 1954, cuando consigue publicar sus primeros dibujos en Buenos Aires, es la de un peligroso lugar, donde el ser humano es maltratado, vapuleado en diversos grados por circunstancias malévolas. No sólo la guerra, aunque sea a pequeña escala, en los llamados “conflictos localizados” que tanto deplora Mafalda pegada a su pequeño transistor. O el hambre, que hace apariciones verdaderamente aterradoras en algunas de sus viñetas y dejan helado hasta el más mínimo conato de sonrisa. Aparte de eso también, en países más o menos estables, con una atribulada clase media, pero clase media al fin y al cabo, como su Argentina natal, hay corrosivos conflictos que, pese a ser vistos con humor por Quino, hielan una vez más la sonrisa cuando pensamos dos veces en la historia, o en la versión de la Historia, que nos cuentan.

En ellos Quino habla de una burocracia despiadada, de unos conflictos de clase abruptos, aplastantes, de una política destructiva y demagógica. Como la de aquel viejo prócer que, ya en su última vejez, cepilla el traje que ha llevado en numerosos mítines desde los años 20 y al que se le ha quedado el brazo derecho rígido por el continúo ademan demagógico de prometer a sus votantes -dedo índice en ristre- que arreglará todos sus problemas. Algo que no parece conseguir, pues en los recuerdos del viejo prócer, el público cambia -de década en década- pero el ademan promisorio del brazo y dedo levantado jamás cambian, quedando congelados en esa manga doblada, después de tantos años, en un ángulo de 45 grados. Tras tanto mitin cargado de palabrería inútil y gestos enfáticos igual de vacuos, pero que han permitido al viejo prócer vivir de las esperanzas defraudadas de sus seguidores.

Así es la obra de Quino, llena de esa amargura algo cínica ante la que no se sabe si reír o poner un rictus serio, preocupado. Quino mira a través de esas viñetas con temor, ve a la raza humana, en ocasiones, como condenada sin remedio, destinada a morir en un genocidio general y suicida perpetrado por los ensayos nucleares que menudean a partir de los años 50 y que llevan a Mafalda a preguntarse si su querido globo terráqueo se siente como se siente ella cuando tiene una indigestión. Un mundo que, en otras viñetas de Mafalda, una raza extraterrestre -bastante bonachona pero categórica- define en una inquieta pesadilla de la niña como “Bestiaplanete”. Uno al que esa raza extraterrestre mira con conmiseración tras haber escuchado, como Mafalda, las “Notiziota radie” sobre el “Pobrike Bestiaplanete” en sus aparatos de radio.

En otras ocasiones, como en algún chiste recopilado en “Bien, gracias. ¿Y usted?”,Quni Quino no duda en tomar una posición política menos imprecisa y señala a los que considera culpables directos de ese Mundo en conflicto, lleno de atrocidades que a él le repelían. Es el caso de una demoledora viñeta en la que una argentina, casada con un prototípico militar norteamericano, se encuentra con otra pareja amiga y en el tono más jovial y convencional que se pueda imaginar, invita a esa pareja a pasar algún día por su casa para así poder ver las diapositivas “de las matanzas” que su marido hizo en, según todos los indicios, Vietnam…

En pocas palabras y en poco espacio, así es como durante más de sesenta años Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como “Quino”, describió la que ahora es la Historia reciente del Mundo. Esa visión, para los historiadores, podrá ser más o menos cuestionable, por ingenua, por tendenciosa, por simplista o por la razón que se quiera, pero los dibujos de Quino serán -son ya- un documento histórico imprescindible para entender nuestra época. Si alguna conclusión póstuma puede sacarse respecto a la obra de Quino debería ser, pues, esa. Y realmente este historiador en concreto se atreverá a decir hoy que ese no es un pequeño, ni inmerecido, honor…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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