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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Qué hace un país (neutral) como tú en una guerra como ésta? Suiza y la “Gran Guerra” (1914-1918)

Por Carlos Rilova Jericó

La inspiración, como decía Picasso, suele llegar trabajando. Más o menos eso me ocurrió a mí con el tema para este nuevo correo de la Historia, mientras preparaba una conferencia sobre la heroína liberal Mariana Pineda que debo leer mañana mismo, di en los anaqueles de la Biblioteca Koldo Mitxelena de San Sebastián con un volumen de eso que ahora llaman “novela gráfica”, en los años 50 “tebeo” y de los 70 hasta hoy día (más o menos), “cómic”.

El libro en cuestión, publicado por la casa barcelonesa Norma editorial, se titula simplemente “Annemarie” y es fruto de los más que notables esfuerzos de reconstrucción histórica de dos jóvenes autoras de larga y acreditada trayectoria: María Castrejón y Susanna Martín.

La obra en sí refleja la heteróclita y aventurera vida de una doctora en Historia arqueóloga, escritora, periodista, fotógrafa… suiza, Annemarie Schwarzenbach, nacida en 1908 y muerta, muy joven, en 1942. Fue una vida de esas que llaman “al límite” la que vivió esta hija de la alta burguesía de Zúrich durante los “locos 20” y los “oscuros 30” del agitado siglo XX. No podía ser menos para una mente tan aguda como aquella, salida de un medio social conservador pero enfrentada a él por su sexualidad heterodoxa y por unas pulsiones autodestructivas con coqueteos con el alcohol y drogas tan duras como la morfina. Algo que, sin embargo, no le impidió, como nos cuentan María Castrejón y Susanna Martín, tener una productiva vida como autora y fotógrafa, bien rubricada por una tesis de Historia medieval calificada “magna cum laude”.

Con ser interesante toda esta cuestión de eso que llamamos “Historia de género”, sin embargo lo que más me ha llamado la atención de “Annemarie” ha sido cómo vivirá ella la I Guerra Mundial. Su punto de vista, como se refleja en esta obra, es el de una niña pequeña pero ya con memoria y uso de razón que trata de explicarse lo que le cuenta su madre acerca de la ausencia de su padre, Alfred Schwarzenbach, que, en el verano de 1914, desaparece, por ese motivo, de la lujosa mansión familiar…

Esto plantea una cuestión histórica interesante, pero a la que los historiadores, bien cierto es, ocupados con guerras y batallas -así es el género humano- prestamos poca atención, porque rompe esa pauta bélica que ocupa casi el 90% de la actividad humana. Se trata de la Historia de los países que han sabido mantenerse neutrales en medio de un mundo en conflicto. En algunos casos con una trayectoria verdaderamente asombrosa por la capacidad para eludir esos conflictos. Como ocurre con Suiza.

A ese respecto la visión infantil de Annemarie Schwarzenbach sobre la “Gran Guerra” vista desde la perspectiva de una familia burguesa suiza, es verdaderamente interesante y plantea cuestiones históricas también muy interesantes sobre cómo un país como aquel, Suiza, fue capaz, desde comienzos del siglo XVI hasta la actualidad, de permanecer al margen de tantas guerras. Y eso en medio de un continente que tuvo siglos -como el XVII- en el que sólo hubo un único año sin guerra declarada.

Esa, hasta cierto punto, extraña Historia de la neutralidad suiza, comienza en el siglo XVI, cuando la Confederación emancipada del dominio de los Habsburgos (como sabe cualquiera que haya leído “Guillermo Tell” o alguna de sus numerosas adaptaciones), comienza a retraerse de la escena estratégica europea en la que Francia, España, el Sacro Imperio Romano Germánico e Inglaterra junto con otros actores menores -principalmente ciudades y pequeños estados italianos- deciden cuál va a ser el tablero de juego estratégico de la belicosa Europa y con él el del resto del Mundo.

En esos momentos la Confederación Helvética, el país que hoy conocemos como Suiza, toma, en 1515, tras su derrota en la Batalla de Marignano, en el Milanesado, una curiosa decisión: no va a intervenir más en las guerras de Italia en las que los franceses, los españoles y sus ramificaciones en el Imperio germánico tratan de decidir quién se va a hacer con el control de Europa, clavando Italia como una lanza en el costado de Francia y cortando su acceso al Norte de Europa en una línea que iría desde Parma, Milán y la propia Suiza hasta Flandes. Es así como empieza la, hasta hoy, perpetua neutralidad de esa curiosa nación que se comporta como algo muy parecido a una de nuestras actuales democracias avanzadas en medio de un continente donde el Absolutismo regio y centralista es la mejor solución para sobrevivir en una Europa que es una verdadera jungla política…

Se trata de una neutralidad hasta cierto punto amenazante. El sistema militar suizo, prácticamente vigente hasta la actualidad, es el de una nación en armas antes de que la Francia revolucionaria acuñase ese concepto. Curiosamente también era muy similar al que imperaba en algunas provincias vascas: todos los suizos en edad militar debían mantener armas y ejercitarse en su uso para poder responder en caso de invasión del territorio confederal. En conjunto era una fuerza militar temible y formidable.

Y eso quedó demostrado a lo largo de los siglos siguientes a ese XVI en el que Suiza se retrae a una constante neutralidad frente al Gran Juego europeo, pero, como bien lo sabemos por la Guardia Pontificia, se convierte en el mayor exportador de fuerzas especializadas para alquilarlas por dinero a muchos de los contendientes que se van a desangrar -y también a hacer más poderosos- en las numerosas guerras que verá Europa desde 1515 en adelante. Así Francia tendrá una guardia suiza al servicio del rey. Leal hasta la Muerte, como lo demuestra en la revolución francesa. España también contará con varios regimientos suizos a su servicio a lo largo del siglo XVIII. De hecho, entrarán en línea en la Batalla de Bailén. Unos con Teodoro Reding al frente del lado de los patriotas españoles y otros, al menos al principio de la batalla, del lado del rey José Bonaparte.

Aparte de eso, y ya que hablamos de los Bonaparte, el sistema militar suizo parece haber sido tan eficaz como para amedrentar al mismo Napoleón que, en casi tres siglos, será el único que pise suelo suizo en una breve expedición en 1798 que encontrará éxito no tanto porque el sistema fallase, sino porque los nuevos aires revolucionarios habían dividido a los suizos entre partidarios de los franceses y su revolución y conservadores que querían que la Confederación siguiera como estaba desde tiempos medievales.

Tras imponer retoques modernizadores y de corte revolucionario francés -a instancias de partidarios suizos como Frédéric-César de la Harpe- Bonaparte preferirá dejar más bien tranquila, y neutral, a la nueva República Helvética. De la misma opinión son los vencedores de Napoleón que, en 1815, rubrican la neutralidad suiza.

Ésta, como vemos a través de los ojos de la Annemarie Schwarzenbach niña, se mantenía en pleno vigor 99 años después, en 1914. Ninguno de los contendientes de ese año, ni siquiera el Imperio alemán que contaba con numerosos aliados en la Suiza germanófona -la propia madre de Annemarie, por ejemplo, descendiente del canciller Bismarck- se atrevió a desafiar a aquel dragón helvético sólo aparentemente dormido.

Una buena decisión, porque su eficaz sistema de defensa colectiva, tal y como se ve en los recuerdos de la Annemarie niña, sigue en vigor: su padre y muchos miles de suizos serán movilizados, desplegados por toda la Confederación en puntos estratégicos y no volverán a casa hasta 1918, hasta que acabe la Gran Guerra. Por si acaso. Una exhibición de fuerza que, evidentemente, convenció tanto a austriacos, como alemanes, como franceses…

El sistema supo incluso afrontar desafíos aún mayores. Como ocurrirá en la Segunda Guerra Mundial, cuando el modus vivendi suizo, sufrió (al menos hasta hoy) su mayor amenaza ante la política demencial de Adolf Hitler. En esa ocasión, los suizos (al igual que los suecos) -y su servicio secreto y generales carismáticos como Henri Guisan- sabían bien que todo dependería de si las aspiraciones totalitarias de Hitler lograban triunfar sobre Europa o no. Caso de que hubieran triunfado, el general Guisan ya sabía qué esperaba a Suiza: resistencia a ultranza, con política de tierra quemada, y guerra de guerrillas en las zonas montañosas. Esas fueron exactamente sus órdenes en calidad de general en jefe helvético a partir de septiembre de 1939.

La lección histórica final que se puede sacar de estos hechos tan curiosos es que incluso neutralidades tan acrisoladas como la suiza -o la sueca- dependen, en definitiva, de un fino hilo que no tiene tanto que ver con el valor más que comprobado de sus ejércitos, sino con que los países que los rodean no caigan bajo el control absoluto de un poder totalitario con las correspondientes ínfulas de conquistador del mundo entero.

Unas que pasarían por encima, obviamente, de la hasta hoy felizmente neutral -y democrática- Suiza en cuanto se hubiera aniquilado todo lo que la rodea…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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