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Carlos Rilova

El correo de la historia

Fue hace cien años. El gran Gatsby y los “Locos años 20” (1921-2021)

Por Carlos Rilova Jericó

Cuando llegó el año 2000 se levantó una ola de purismo matemático de lo más curioso. Cuando todo el mundo, o casi, esperaba con ilusión la llegada del milenio, aparecieron ominosas voces que advirtieron que de eso nada, que según las cuentas exactas, el nuevo milenio no empezaría hasta el año 2001, pues el 2000 sólo era el último año del segundo milenio de nuestra era cristiana…

No es que yo estuviese muy de acuerdo con aquello. Es más: la llegada del 2000 no me emocionó mucho. Aquel año, para muchos de nosotros, fue un tiempo si no perdido, sí triste y de expectativas y promesas defraudadas, convertidas en ese proverbial sabor de cenizas amargas. Por más que, la verdad, ese año abriese las puertas a otros años que, al menos hasta el séptimo de la primera década del nuevo siglo, fueron de bastante bonanza general.

En cualquier caso hoy, 4 de enero de 2021, vamos a dar la razón en este nuevo correo de la Historia a quienes consideraban que el tercer milenio no empezó hasta el año 2001 y, por tanto, el primer centenario de los llamados “Locos años 20” no empezaría, tampoco, hasta este presente 2021 del que tanto esperamos.

Lo cierto es que esta cuestión de cuándo empieza exactamente una época o un cambio de era, resulta un poco irrelevante para los historiadores. De hecho, hemos acuñado expresiones como “el largo siglo XVIII”, para indicar que ese siglo, su espíritu, no empieza en 1700 o 1701, sino que puede considerarse que sus características fundamentales, las que le atribuimos como sus señas de identidad, ya estaban en funcionamiento hacia 1690. Incluso en 1680.

Con los “Roaring twenties” -lo que en España traducimos como “Los locos años 20”- sucede algo similar. Las características que diferencian a esa década del mundo anterior, de lo que llamamos “Belle Époque”, ya habían empezado antes del año 1920, o, si se prefiere, del 1921.

Basta con echar un vistazo a la Prensa editada con profusión durante la llamada “Gran Guerra”, la que luego sería numerada como Primera Guerra Mundial.

Así es, si miramos las fotos de los hospitales de guerra, vemos que en ellos las enfermeras ya habían comenzado, para 1916 por lo menos, a recoger los bajos de las largas y recatadas faldas decimonónicas que no permitían ver (faltaría más) los tobillos de una mujer considerada decente por el canon de tan “bella época”.

Eso se hizo, en principio, por razones prácticas: no era cuestión de arrastrar gérmenes que complicasen, aún más, la vida de aquellos hospitales en los que, desde luego, no había tiempo para nada -como organizar estúpidas coreografías- excepto para tratar de salvar a los que llegaban destrozados desde el frente.

Así fue y así el cambio cultural que identificamos con “Los locos años 20” comenzó antes de que se empezase siquiera a hablar de la “Generación perdida”, de escritores como Scott y Zelda Fitzgerald, Dos Passos, Hemingway y todo ese elenco a caballo entre Estados Unidos y Europa que tan bien caricaturizó Woody Allen en uno de sus escritos cómicos. Ese que luego convertiría en la película “Midnight in Paris”.

No sólo se dieron cuenta de eso, de ese cambio de era durante la “Gran Guerra”, esos jóvenes leones que se consagraron literariamente merced a ser el espejo escrito de los “Locos años 20”. Firmas de las letras estadounidenses que estuvieron más a otra cosa, como William Faulkner y su particular universo literario anclado, sobre todo, entre la Guerra de Secesión y el fin de la “Belle Époque”, también tomarán buena nota de que de la “Gran Guerra” venía un poderoso hálito, una nueva forma de ver las cosas, producto de una generación traumatizada por aquel conflicto bélico. Jóvenes que ya no creían en aquellos encorsetados valores de la sociedad de la “Belle Époque” y sólo podían pensar en divertirse, en olvidar, en medio de un paroxismo de nuevas formas de actuar, vestir, bailar, divertirse y relacionarse que, al filo de 1900, hubieran causado un profundo horror en cualquier país de los llamados “civilizados”.

Aun así, es cierto que Scott Fitzgerald supo manifestar todo eso magistralmente en su novela “El gran Gatsby”. La historia de un buen muchacho norteamericano que se abre camino desde abajo durante la “Gilded Age” y que, en el descoyuntamiento que provoca el trauma de 1918 y la Prohibición, hace contrabando de alcohol hasta convertirse en un millonario que, a decir verdad, no sabe ni cuántas habitaciones o camisas tiene en su mansión, ni qué gente va a sus esplendidas fiestas, ni quiénes se acaban quedando a vivir definitivamente en esa magnífica casa.

En ella, Gatsby, para ahogar su pena profunda -su amor no consumado por Daisy Buchanan, a la que conoce antes de partir al frente- da, en efecto, espléndidas fiestas que, en la pluma de Scott Fitzgerald, reflejan muy bien ese desencanto y esa tristeza profunda por razones personales entremezcladas con temas sociales que caracterizan a esos “roaring twenties”, esos locos años 20…

Algo que la magnífica adaptación de la novela al Cine en el año 1974, supo reflejar de un modo aún más sutil, con recursos de los que, evidentemente, Scott Fitzgerald no disponía, pero que Jack Clayton, el director de esa versión de “El gran Gatsby”, y su guionista -un tal Francis Ford Coppola- supieron aplicar con verdadera sabiduría.

Es el caso, especialmente, de la escena de una de las fiestas de Gatsby en las que se baila de manera desenfrenada. Concretamente una forma de Charleston, el más popular de los bailes de esa época.

En esa escena la cámara pasa de un plano general a un primer plano de una pareja en la que se aprecia especialmente el atuendo de la mujer que baila. Tanto en los gestos de ella como en sus ropas, se ve que, efectivamente, en menos de un par de años, entre 1918 y 1920 o 1921, todo el encorsetamiento decimonónico ha caído.

La mujer lleva un corto vestido de fiesta al uso de esos “Locos años 20” donde el bajo de la falda no es que haya superado el tobillo, es que ha llegado al comienzo de las piernas. La bailarina muestra así detalles de lo que en 1900 era considerado ropa interior (la parte superior de las medias), que había que ocultar pudibundamente a la vista de extraños y más en un acto social. Algo de lo que ella no se preocupa en absoluto. Es más: el baile parece querer mostrar todo eso de manera deliberada…

En efecto, tanto esos gestos acelerados como la ropa que se convierte gracias a ellos en un descarado elemento de exhibición, confirman, en esta magnífica versión para el Cine de “El gran Gatsby”, que los años 20 han destruido por completo todo lo que la “buena sociedad” de la “Belle Époque” tenía por casi sagrado.

En menos de dos o tres años, la guerra, la “Gran Guerra” y todos sus horrores inhumanos, habían acabado con todo aquello y justificado todo ese descaro que hubiera provocado desmayos en cadena en las damas más sensibles asistentes a un baile donde tales excesos se hubieran hecho patentes en 1914 por ejemplo…

Eso fue, sencillamente, lo que ocurrió hace ahora cien años. Aunque en realidad había empezado a fraguarse ya bajo el sordo impacto de los obuses sobre unas trincheras en las que los hombres educados, cultos y civilizados de la “Belle Époque” descubrieron que la respetable sociedad de 1900 era muy poco respetable, si es que había llevado a semejante horror que parecía salido de un cuadro apocalíptico de Brueghel. Con lo cual, para ellos, esa celebración de la vida que se ve en escenas como las de “El gran Gatsby” de Jack Clayton y Coppola, no podía tener nada de malo. Más bien al contrario…

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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